…En tiempo de miseria (XVII) – La larga sombra de la sospecha
Por Luis Martínez-Falero
Hay algo que quiero reconocerle públicamente a nuestros políticos, de uno u otro signo, sin distinción de sexo, de edad o de número de implantes capilares: su capacidad para convertirnos en detectives de la realidad. Sí, ahora todos miramos debajo de la cama o golpeamos los muros del país pensando que puede haber algún cadáver (político) oculto. Alguno más. Han conseguido crear una nueva versión de la escuela de la sospecha. Paul Ricœur había determinado en su estudio sobre Freud (De l’interprétation. Essai sur Sigmund Freud, 1965) tres modalidades de lo que él denominó “escuela de la sospecha”, ya que considera que en la obra de tres influyentes pensadores se destila una cierta desconfianza hacia la rectitud de la conciencia humana: la conciencia se falsea por el interés económico (Marx), por el resentimiento del débil (Nietzsche) o por la reprensión de las pulsiones en el inconsciente (Freud), siendo excluyentes entre sí.
Pues bien, nuestros políticos han conseguido generar un proceso contrario: es la conciencia la que considera que se nos está ocultando algo, que se nos está falseando la versión de la realidad que tenemos ante nuestros ojos. Y no es que sea falsa la corrupción o la desfachatez, los recortes, los desahucios, la incapacidad para frenar el número de parados (qué decir de reducirlo) o el aumento de familias en y bajo el umbral de la pobreza. Tampoco es falso que UNICEF nos haya tenido que contar que hay más de dos millones de niños pobres en España, con serias carencias de todo tipo, alertando de una tragedia humanitaria que sólo nuestros gobernantes y sus hooligans más acérrimos parecen ignorar. No. De lo que se trata es de habernos arrancado esa inocencia ciudadana que nos podía llevar a pensar que alguien se interesaba realmente por los problemas de España. Tal vez terminamos de perder esa inocencia cuando el único problema que parece haberse solucionado es el de la liquidez de la banca, cuya deuda pagamos todos. Ahora, cada vez que se construye o se repara una carretera pensamos que hay alguna que otra comisión para que esas obras se estén ejecutando. O a qué parientes de qué políticos van a favorecer las pocas plazas de empleo público convocadas, o qué favores se van a pagar a alguien con las escasas subvenciones concedidas. Vivimos en el país de la sospecha porque la realidad ha superado a la ficción. Y del mismo modo que Freud creía encontrar en el fondo de los textos una pulsión (sexual) reprimida o un trauma de la infancia del autor (generalmente un trauma de tipo sexual, qué menos) o Derrida (por influencia de Freud o Lacan) abre el texto a sentidos ocultos e individuales (esa diseminación o “espurreo” significativo del texto), nosotros leemos la prensa o vemos las noticias buscando sentidos ocultos o preguntándonos por qué a tal o cuál información se le concede más o menos importancia informativa; por ejemplo, a qué intereses empresariales (ocultos, claro) responde que no se proporcionaran cifras de la última marea verde en Madrid, mientras que se nos bombardeó en todos los medios con el número de telespectadores del partido Real Madrid – Borussia de Dormund. O se reduce a “unos miles de manifestantes” una concentración contra los recortes, que ocupó la Plaza de Colón y zonas aledañas, y se habló con total precisión de un millón y medio de asistentes a la misa oficiada por Benedicto XVI en Valencia. Quizá porque lo sospechamos, hoy sabemos que el verdadero éxito en Valencia fue para los que se forraron desviando fondos destinados a esa visita: quizá los mismos que desviaron a sus cuentas particulares los fondos presupuestados para la construcción de viviendas sociales en esa misma Comunidad. Digo “comunidad” y sospecho entonces que tal denominación podría corresponder a una sociedad secreta, materia para una novela de detectives o un cómic de superhéroes. Pero no: están todos los implicados muy bien colocados en sus escaños autonómicos (o bastante cerca de ellos). No sólo no se ocultan para huir de la justicia, sino que exhiben su corrupción como zombis en la Noche de Halloween.
Lo que nunca pudimos sospechar es que esta crisis no tenía fondo. Porque llevamos oyendo que hemos tocado fondo tanto tiempo que el fondo es ya un infinito. Matemáticamente consistiría en la paradoja de que el límite no es ‘L’ sino que no hay límite, sino un agujero infinito, algo así como limc→∞ = Ø, donde ‘c’ es ‘crisis’, obviamente. Si alguien está pensando qué hago yo poniendo símbolos matemáticos como un poseso, antes debería preguntarse qué hacen otros dedicándose a la política y no al macramé. Vistas ciertas aptitudes y actitudes en la vida pública, si hay y ha habido políticos que gobiernan y han gobernado este país con un evidente encefalograma plano, ¿por qué no podría yo, filólogo vocacional, revolucionar las matemáticas?
Aunque, reconozcámoslo, las sospechas de corrupción nos han dado momentos dignos de una película de Doris Day, como esas conversaciones telefónicas entre Francisco Camps y Ricardo Costa, que nos hicieron presentir que los políticos también tienen su corazoncito, empalagoso, pero corazoncito al fin y al cabo. Eso sí, hemos acabado por sospechar que también lo tienen en Suiza.