El peso muerto – Del estado del bienestar al estado del ¿Quién quiere estar?
Por Hamed Enoichi
«Se suele legitimar el capitalismo diciendo que es el mejor sistema de los que ha habido y no me extraña, es una evolución lógica del esclavismo y del feudalismo; sistemas basados en la desigualdad. No se puede decir que el comunismo haya fracasado porque nunca se ha dado. El comunismo ha de ser global y no aislado, pero para que eso suceda debería haber gente que no creyese en las desigualdades y eso no va a suceder; de ahí el intervencionismo feroz de EE.UU. en Latinoamérica; de ahí el beneplácito del franquismo y la marcada de paquete con las bombas atómicas sobre Japón, pero señalando a la URSS. El «estado del bienestar» se lo sacó EE.UU. de la chistera en 1945, justo después de la Segunda Guerra Mundial; por miedo a perder la hegemonía frente al comunismo. Ahora que el comunismo está medio muerto por mano de sus propios dirigentes y enterrado bajo difamaciones, persecuciones y leyendas negras escritas por potencias capitalistas, ya no hace falta fingir; ya pueden desmantelar todo el «estado del bienestar» que la población elegirá el capitalismo antes que cae en manos de un gobierno comunista; y es que si en el siglo XVIII -en pleno despotismo ilustrado- la máxima era «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo»; ahora la máxima es «Nada para el pueblo, pero con el pueblo».
Los neoliberales dicen que el libre mercado capitalista es una garantía para el equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país, salvo ante los «fallos de mercado». Esos pequeños «fallos de mercado» es la letra pequeña del contrato que nadie lee. Son esos «hilitos» de petróleo que salían a borbotones del Prestige. Son los juegos del capitalismo, donde juegan al juego de la silla, como si las sillas fuesen los recursos y los niños los países. Se van acabando los recursos y los países se van cayendo de culo hasta que sólo quede uno. Vaya caída hemos tenido, vaya fallo del sistema al quitar unas cuantas sillas y cómo nos miran riéndose los que aún pueden jugar, hasta que se acaben las sillas y cambiemos el juego; si el patio aún dura, claro.
Ahora nos hemos desplomado, somos más de seis millones de personas las que estamos en paro en este país. Hay muchos países con menos habitantes y somos la misma cifra que las víctimas del Holocausto nazi. Un trabajador es una pieza de la máquina totalmente reemplazable y prescindible cuando baja la producción. Ya no es quedarte en paro y tener que pagar la hipoteca y mantener una familia, sino también es la sensación de inutilidad, de no saber hacer nada más: en tu vida has sido adiestrado para realizar un trabajo, vendiendo tu cuerpo como fuerza bruta, y una vez usado, has sido lanzado a la papelera como un veterano de guerra. La única sensación parecida a ésta sobreviene cuando uno pasa muchos años en una cárcel y luego se siente completamente inútil en libertad. Es la misma sensación porque viene siendo lo mismo y no creo que haya nada más triste que sentirse inútil siendo libre; porque esa inutilidad es una cárcel más estrecha, más oscura y más fría. No somos nada más que una pieza más en el engranaje. Fuera de para lo que hemos sido adiestrados, no sabemos hacer nada. No sabemos recrear ningún utensilio de los que utilizamos, no sabemos cómo funcionan por dentro las cosas que utilizamos; ni siquiera sabemos de qué está hecho aquello que consumimos. No sabemos cultivar comida, ni mantener al ganado; y ni siquiera tenemos tierras donde hacerlo. No podemos acceder a nada, tampoco al ocio. Cuando el ser humano creó el dinero, se encerró en una celda y tiró la llave por la ventana. Sólo queremos volver a ser útiles, desesperados por volver a ser una mísera pieza dentro del sistema que nos ha reemplazado por otra pieza más barata o sencillamente ha prescindido de nosotros ; incluso intentamos convertirnos en otras piezas diferentes para volver a entrar, pero para la gran mayoría ya es demasiado tarde. Sólo padecemos Síndrome de Estocolmo.
Yo entiendo que muchos jóvenes necesiten un Mayo del 68, una caída del muro del Berlín o un asalto a la Bastilla para autoafirmarse como una generación útil, llena de vida y que sueña con un mundo más libre, más limpio y más justo donde vivir. También entiendo que haya algún iluminado que piense que están haciendo algo realmente importante, pero somos la generación de las acampadas, de «No estamos de fiesta, estamos de ocupación», de lentejas, arroz con frijoles y tiendas de campaña Quechua. Ésta es la realidad y, por supuesto, cada uno la vive como quiere. Cuando para hacer una manifestación tienes que pedir permiso a las autoridades y que éstas te marquen la ruta y las horas en las cuales manifestarte, es como cuando te dejan un sitio controlado para hacer un botellón. «Sí, poneos aquí y no hagáis muchos ruido.» Las manifestaciones también son «Pan y circo».
Lo suyo es meterlo y sacarlo repetidas veces y seguidas hasta eyacular dentro, si quieres dejar a una mujer embarazada; si quieres engendrar algo. Meterlo y sacarlo una vez no sirve para nada, igual que una manifestación de un día. A eso se le llama «desobediencia civil» y sí, la policía pega y saca ojos y es represiva, porque ésa es su misión: salvaguardar el orden establecido como si fuese un perro pastor o la guardia pretoriana. El estado tiene el monopolio de la fuerza y la hace legítima para salvaguardar sus propios intereses. Esto siempre, siempre ha sido así, ya no hay que escandalizarse más. Hay un escena en El conde de Montecristo en la cual mientras Edmundo Dantés está siendo azotado, éste le reza a Dios y el que le azota dice: «Hagamos un trato: Tú reza y si tu Dios baja a ayudarte, yo pararé». Así es: Seguid con las sentadas, seguid rezando, que ellos pararán.
Cuando un avión no puede despegar, lo primero que se hace es aligerarlo quitando el peso que le sobra. Los que dirigen el Estado son los que deciden qué es prescindible y qué es imprescindible; y este país no se está hundiendo, si se estuviera hundiendo las ratas ya habrían desembarcado. Es ahora que se aferran a sus asientos con mayor ímpetu. Es ahora cuando se privatiza todo y pueden hincar el diente bien a gusto. Es ahora cuando se acentúa la oligarquía, el nepotismo y la cleptocracia. Es ahora que alzan el vuelo y deben deshacerse del peso muerto. Los que pilotan este avión han decidido que el «estado del bienestar» es prescindible, que la cultura es prescindible. Por la ley de despido han demostrado que para ellos millones de trabajadores son prescindibles; y aquí estamos nosotros, manifestándonos, gritando y esperando con desesperación para volver a subir a un avión que hace años que despegó; y nos dejó sobre una tierra que sí que se hunde bajo nuestros pies.»