La emperatriz que murió de pena
Por Sandra Ferrer
¿Se puede morir de pena, tristeza, melancolía, añoranza? Todo esto fue lo que, según algunos cronistas de su tiempo, aseguraron que sufrió la desdichada emperatriz Isabel de Portugal . Aunque los médicos certificaron su muerte a causa de un mal parto, el enésimo que tenía como buena esposa de rey y emperador, aquellos que la querían y lloraron su muerte se consolaron, pluma en mano, relatando sus tristezas por las largas ausencias del emperador. Y el pueblo se unió a aquel lamento por la única emperatriz que tuvieron los reinos españoles.
Isabel de Portugal moría un día como hoy de 1539. Para la historia quedaba una corta vida de treinta y seis años plagados de soledad. Huérfana con trece años, se casó a los veintidós con un rey que debía controlar demasiados territorios. Las amplias herencias de Carlos I de España y V de Alemania, aglutinaron en una sola testa real dominios en prácticamente todos los puntos del mapa entonces conocido. Estaba claro que su estancia en la corte castellana no sería muy duradera.
La nueva gobernadora de los territorios peninsulares de Carlos tuvo que sufrir ausencias de hasta cuatro años seguidos. Controlar la buena marcha de los reinos dejados bajo su tutela a la vez que debía cumplir con su principal función de engendradora de futuros herederos que mantuvieran por mucho tiempo la dinastía de los Habsburgo. Ese fue su gran cometido.
El emperador regresaba pero volvía a marchar. No llegó incluso a conocer a uno de sus hijos nacido y muerto en uno de sus largos viajes. La presión unida a una débil salud agravada a su vez por los constantes embarazos y partos, seis en doce años, acabaron de manera prematura con la vida de la emperatriz.
Cuentan las crónicas también que Carlos, el emperador todopoderoso de aquel siglo XVI, lloró sincera y desconsoladamente la muerte de su esposa a la que muchos aseguran que amó, a pesar de la soledad y lejanía.
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