Posesión infernal: con buen sabor (a sangre) de boca
Por Irene G. Reguera.
Cinco jóvenes se van a pasar unos días a una vieja cabaña en un bosque aislado, para estar junto a Mía, que quiere rehabilitarse de las drogas. La joven toxicómana comienza a actuar cada vez de un modo más extraño y violento, y los demás pensarán que su comportamiento se debe al síndrome de abstinencia, pero pronto descubrirán con horror que lo que la sucede es mucho más que eso y que “algo” terrorífico y salido del infierno está dentro de su amiga.
Remake de la original Evil Dead de Sam Raimi (1981), Posesión Infernal logra emular bastante bien a su antecesora en cuanto a la estética y el guión, de película de serie B de los 80, con abundante casquería y una artillería de momentos que de lo gore llegan a sacar una carcajada.
Posesión Infernal presenta un tipo de terror distinto, y como tal hay que entenderlo: es un terror que no tiene nada de psicológico, nada de insinuante, y en el que todo el empeño está en mostrar cuanta más violencia mejor.
Por eso, no hay que tomársela muy en serio, si no como una obra divertida y la recuperación de una joyita ochentera considerada film de culto: esta es la forma correcta de disfrutarla, así como un buen punto de partida para apreciar el gran trabajo con la cámara del director uruguayo novel Fede Álvarez, y el buen empleo de la iluminación o del sonido.
El guión es cierto que flojea: plagado de deux ex maquina (¿en serio no se te ocurre una idea mejor que mandar a tu novia sola a por un vaso de agua a una habitación donde sabes que está la puta de Satán?) los hechos se desarrollan forzados, provocados por una simpleza e inocencia de los personajes que puede llegar a ser irritante.
Todos los personajes son superficiales y no nos muestran prácticamente nada de sí mismos, pero porque simplemente no es necesario. Es evidente que aquí no hemos venido a eso. Por ello, hay poco que destacar en cuanto a la labor actoral, porque esto no pertenece al cine convencional y no se pueden juzgar las interpretaciones bajo los mismos parámetros: ¿Qué muchas veces las reacciones, los diálogos o la gestualidad nos parecen absurdos? No deja de ser un recurso, es una impostación buscada cuyo objetivo es rozar lo cómico, y por eso una interpretación cutre puede ser muy acertada. Nuestros cinco personajes principales, que son planos a propósito, cobran interés en cuanto cogen una pistola de clavos y se agujerean la cara, o se arrancan sus propios miembros.
Se trabaja en Posesión Infernal sobre terrenos delicados, jugando con un sentido del humor muy negro, incluyendo resbalones con trozos de carne humana y demás barbaridades macabras, muy del estilo de Raimi. A Fede Álvarez se le nota en la forma de filmar que es un gran admirador de Evil Dead y trata de hacer un homenaje digno, respetando las formas y el espíritu, tratando de trazar su propio camino desde el cariño a la obra original.
Tras un prólogo flojo e innecesario, la narración empieza bien, una vez que has aceptado un acuerdo consciente con el contenido, y aunque sepas que nadie en su sano juicio trataría de curar a una yonkie en semejante cabaña siniestra en la que obviamente nada bueno puede pasar, decides superar la incredulidad inicial, para meterte en la historia, y a partir de ahí es bastante interesante el desarrollo: los primeros indicios de la posesión de la joven Mía, que sus amigos confunden con síntomas del síndrome de abstinencia, consiguen mantener al espectador en tensión: lástima que luego nos acostumbremos a la sangre, a los desmembramientos y mutilaciones, que se convierten en algo tan rutinario que dejan de asustar, para dar paso al entretenimiento macabro.
Fede Álvarez construye un epílogo brillante, extremadamente violento, mediante el que recupera la fuerza que ha ido perdiendo en la media hora anterior, y levanta la película. Además hay que elogiar momentos memorables del film, que revolverán el estómago a más de uno, como la escena del baño, una de las más violentas y frenéticas.
El mayor fallo que puede presentar Posesión Infernal es que sea vendida como película de terror o thriller, cuando esto pertenece a otro género que va mucho más allá, recuperando las claves del gore más bestia, y ni los mecanismos empleados ni el público es el mismo. En cuanto a este aspecto de la publicidad y la comercialización, el trailer es un error: excesivamente revelador, destripa muchos de los puntos más intensos y claves de la película, y desvela prácticamente todo el hilo conductor, algo que no supondrá un fastidio para quien vio previamente la versión del 81, pero sí para quien va de nuevas y busca sorprenderse.
También pierde encanto con los nuevos recursos tecnológicos: parece que el gore funcionaba mejor en los 80, se conseguía más eficazmente esta “atmósfera del asco/ cutre” por aquel entonces que hoy día con los nuevos medios digitales, que le otorgan al film una seriedad y un perfeccionamiento que llegan a confundir al espectador. No obstante, en este caso se intentan imitar los efectos de serie B, disimulando lo digital o renunciando al uso de herramientas sofisticadas: por ejemplo, el empleo de maquillaje real de los poseídos, en lugar de recurrir al uso de imágenes digitales, aporta autenticidad y se agradece.
Las comparaciones son odiosas, pero cuando haces un remake son inevitables, y en este caso, la nueva versión sale mal parada frente a su predecesora: falta carisma, aunque el intento es loable, y desde luego, el resultado es mejor que en otros casos de remakes de cintas de los 80, como el de Pesadilla en Elm Street o de Halloween.
Posesión Infernal no es lo que se considera una buena película, pero es divertida, se disfruta de ella fácilmente si uno entiende las premisas de este tipo de cine y si nos desprendemos de toda seriedad y nos alejamos de cualquier pretensión de sentimentalismo. Su visionado será un ejercicio de nostalgia para aquel que haya visto y admire la versión original, además de que podrá disfrutar más al entender ciertos guiños que pasan inadvertidos a quien no tenga la experiencia previa.
IRENE G. REGUERA