¿Pensar o mirar?
Por Francisco Traver Torras
O lo que es lo mismo: ¿Krishnamurti o Freud,? ¿Platón o Aristóteles?, ¿prueba o especulación?
El eterno conflicto del conocimiento humano puede decirse que es un conflicto entre la proyección y la introyección, entre la búsqueda hacia afuera o la búsqueda hacia adentro, entre mirar y pensar.
“El que es mira, el que no es piensa“, ese es el punto de vista oriental, el punto de vista occidental seria algo así como “el que controla sabe“. De modo que una psicoterapia en clave occidental es una ganancia siempre de control, de control externo y de control interno, siempre es así exceptuando al psicoanálisis que es la versión occidental del zen.
El problema y el malentendido es que el psicoanálisis jamás debió institucionalizarse como un tratamiento médico, antes al contrario debió de restringirse al ámbito de una tecnología espiritual y no banalizarse perdiendo el tiempo con enfermos mentales o emocionales donde es irrelevante e ineficaz en la mayoría de los casos. Y lo cierto es que son precisamente ellos, los enfermos, los que arrastran un enorme fardo que les impedirá su camino hacia la autotrascendencia, pero lo cierto es que el psicoanálisis no ha demostrado ser superior a cualquier forma de ayuda psicoterapéutica como las que hoy en día usamos en la clínica, ni siquiera es superior al Prozac, que resuelve muchos problemas de forma rápida, eficaz y barata.
Lo que no se le puede pedir al Prozac es que instruya al individuo en los caminos de la trascendencia, eso sólo se le puede pedir a algunos individuos vocacionales. La gente que va a la consulta no busca autoproyectarse en el cosmos sino librarse de la molestia de la angustia, de la depresión, de la desesperación o del dolor: malos candidatos para un viaje hacia adentro.
Como también lo son las personas convencionales, demasiado extrovertidas, demasiado felices en sus conversaciones banales, en sus encuentros de fin de semana, en sus viajes, sus tertulias de coches, toros o fútbol. Las personas que carecen de interioridad se vuelcan hacia afuera y es fascinante como disfrutan de la interacción con los demás. Son personas capturadas por la extroversión, por sus propias habilidades sociales que han desarrollado hasta el paroxismo haciendo notar su enorme vacuidad. Por el contrario los introvertidos, no sabemos movernos en sociedad, no sabemos ver las intenciones de los demás, vivimos atrapados por nuestra propia interioridad, una subjetividad insoportable para algunos que sucumben en el intento. Lo cierto es que el pensamiento oriental con todo su prestigio incubado en occidente no ha podido desarrollar en su medio un mejor bienestar para sus ciudadanos. Pareciera como si unos tuvieran la razón y otros las carreteras. ¿A qué se debe esta contradicción?
Konrad Lorenz y Nicolas Tinbergen lo dijeron en el año 1970 (el Nobel se lo dieron en el 72), “si quieren ustedes saber algo de sí mismos observen a los gansos, a los pececillos del coral, al cangrejo de Alaska”. Ahí está plegado el secreto de lo humano, no mire usted hacia adentro, no encontrará nada salvo bucles y eternos retrocesos, no entre usted en religiones organizadas, salga del zoológico y entre en el Serengetti, esa es la respuesta, pero hágalo solo, porque si van más de dos surgirán dificultades del pensamiento, del raciocinio, de la adaptación.
Efectivamente no hay que fiarlo todo al pensamiento, ninguna terapia cura por las ideas, o por el raciocinio, o por el pensamiento, antes al contrario parece que el pensamiento contiene en sí mismo un veneno fundamental, el veneno del enredo, del nudo, de la confusión. Es cierto que la propuesta yogui de la epoché es el antídoto para esa confusión, puesto que todo pensamiento es automático y recorre siempre las mismas autopistas, el pensamiento es estereotipado y salta siempre sobre lo conocido puesto que se desarrolla sobre la memoria.
Frente al pensamiento cabe una opción: la mirada, la mirada que transforma, saber mirar aquello que nadie vio o que nadie advirtió, eso es creador, único porque no es una repetición, es idiosincrásico. Cada uno ve lo que ve y no puede transmitirse, sólo se puede enseñar a mirar.
Pero las personas no llevan en sí esta expectativa sino ser más eficaces, más felices, más ricos, más guapos o más inteligentes para poder competir mejor en una selva donde sólo los mejores parece que se salen con la suya, por esa razón los enfermos no van a las clases de Krishnamurti sino a la consulta del psiquiatra y por esa razón los psiquiatras tenemos que lidiar con los problemas de las personas comunes que no saben que en su interior hay una chispa divina y que se conforman con premios de consolación. ¿Pero qué hacer?
K. da una receta para eludir la infelicidad y es el no hacer imágenes, es decir representaciones, en la medida en que lo nuevo, lo presente no está sometido al proceso de representación entonces mi memoria asociativa no se mete en camisas de once varas, no importa lo que se haya vivido, lo que importa es levantar la ligazón, eludir el lazo, el binding de los conceptos: no comparar, no medir, no asociar, sólo mirar, esa es una clave psicoterapéutica al alcance de pocos, pero a mí me parece que es lo esencial en su enseñanza.
El pensamiento es útil para construir puentes pero en nuestra vida diaria, en nuestra relación con los demás nuestro pensamiento es inútil, además de encontrarse cercado por sus propios condicionamientos. El pensamiento es mentira en tanto que esta vinculado al pasado y el pasado ya no existe.
Ahora bien sin saber algo acerca de nuestro pasado es inevitable el error puesto que la narrativa individual está construida a través del autoengaño. Paradójicamente hay que saber algo acerca de nuestro pasado, aprendiendo a mirar honestamente y buscar la verdad por dolorosa que sea, una vez encontrada esta pequeña verdad doméstica y fundacional procede olvidarse de ella y aprender a mirar sin las ligaduras del pensamiento. Conócete a ti mismo, sí, pero una vez conocido lo esencial observa a los demás y no compares, simplemente mira.