LOS ESPACIOS DEL ARTE: FRESCOS DE LA VILLA DE LOS MISTERIOS
Por Ruth M. Cereceda
Frescos de la Villa de los Misterios (s. I a.C., Pompeya, Nápoles).
Aprovechando la pompeiimania desatada en Londres a causa de la exposición “Life and death. Pompeii and Herculaneum”, actualmente en el British Museum, hoy traigo una reflexión sobre los conocidos frescos de la napolitana Villa de los Misterios, gestionados y conservados por el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles y la Superintendencia de Bienes Arqueológicos de Nápoles y Pompeya.
La villa, situada en el área suburbana de la ciudad de Pompeya, junto a la puerta de Herculano, fue sepultada por las cenizas de la erupción volcánica del Vesubio en el año 79. Gracias a ello, los frescos de sus paredes se conservaron intactos hasta su redescubrimiento en el siglo XX durante las campañas llevadas a cabo por Amedeo Maiuri, arqueólogo jefe del sitio de Pompeya, entre 1924-61.
Construida en el siglo II a.C. y reformada en varias ocasiones posteriormente, la villa presentaba un diseño arquitectónico basado en el uso de grandes pórticos y galerías con jardines colgantes, de forma que su estructura quedaba integrada en el paisaje circundante. El lujo de la construcción se refleja tanto en los volúmenes exteriores -caracterizados por terrazas y salientes desde donde contemplar la bahía de Nápoles-, como en su decoración interior, en la que se han conservado algunos de los mejores ejemplos de los llamados segundo y tercer estilos pictóricos, caracterizados respectivamente por el ilusionismo arquitectónico, y por el uso de delicadas figuras de influencia egipcia sobre fondos oscuros.
Sin embargo, los frescos más conocidos de la Villa de los Misterios son las megalografías del triclinium, o sala del comedor formal. Constituyen un magnífico ejemplo del segundo estilo pictórico, también llamado de perspectiva arquitectónica, que se desarrolla durante la segunda mitad del siglo I a.C., y se caracteriza por la acentuación del espacio y del fingimiento óptico. La decoración arquitectónica responde al deseo de crear cierta perspectiva espacial y sensación de profundidad, imitando entablamentos, columnas y ventanas que se abren a un paisaje imaginario.
En las pinturas se representan una serie de escenas con claras referencias báquicas y personajes femeninos, sobre cuyo significado existen varias teorías. Entre ellas, destacan la de una joven siendo iniciada en el culto mistérico del dios Baco, o la de una mujer que se prepara para pasar por el rito del matrimonio. Las figuras, que ocupan grandes espacios en complejas vistas arquitectónicas y galerías teatrales, en las que la pared casi desaparece, se utilizan para reemplazar la decoración escultórica más tradicional.
Las escenas se desarrollan sobre una cornisa verde, que las eleva por encima del espectador, creando la ilusión de estar situadas sobre la tarima de un escenario. El movimiento de las figuras, así como la colocación de espaldas de algunas de ellas, amplían la sensación de tridimensionalidad y crean la sensación de que los personajes comparten la sala con el resto de comensales.
Los colores predominantes -rojo, verde y azul-, son brillantes y llamativos; la factura es de gran calidad y la sala es una de las más formales y mejor iluminadas de la villa. A pesar de las dudas que surgen con respecto a la interpretación de las escenas, lo que sí parece claro es que se está desarrollando algún rito relacionado con Dionisos -el dios griego del vino y el éxtasis-, por la presencia de sátiros[1] y ménades[2]; o de iniciación, por la presencia de sacerdotisas.
Por tanto, se cree que la comisión de estos frescos podría responder no solamente al deseo del puro goce estético del dueño de la villa, sino también al de establecer el estatus de la domina o matrona de la misma, como iniciada en los ritos mencionados. El salón del triclinio constituiría el lugar de celebración de ágapes místicos similares al descrito en las escenas de los muros.