La bicicleta café: local de culto a la bici con café propio

Por Carmen Aguilar García

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Un café, un ordenador y una bicicleta al lado de una mesa alta junto a un gran ventanal. Podría ser la postal “bucólica” para Tamara y Quique, fundadores de La bicicleta café. Un ambiente, más que un local, donde se mezclan los muros de ladrillo con el blanco de la escayola, un gran tubo gris en el techo y una decoración de bicicletas colgadas y un gran mural al fondo. Un estilo industrial que evoca a los modernos cafés de Berlín, Nueva York o Londres, pero no. De un lado, la Corredera baja de San Pablo; del otro, se ve la calle del Barco; la puerta, por la plaza de San Ildefonso. Esto es, pleno barrio de Malasaña en Madrid.

 

_MG_5246“Nos traemos el concepto de cafetería del norte de Europa”, fruto de sus experiencias fuera de España, y a los extranjeros les gusta. O, al menos, eso parece, a juzgar por el “run run” inglés que se entremezcla con el español. “(En Europa) la gente va sola a una cafetería para leer, estudiar o trabajar. Aquí (en España), las cafeterías son más un acto social”, argumenta Quique, “la hostelería es más tradicional”. Un café, por tanto, y un espacio de trabajo; de ahí, que dispongan de conexión wi-fi ilimitada. “En algunas cafeterías te ofrecen conexión, pero solo media hora. Es una manera de obligarte a consumir. Aquí no”, cuenta Tamara bajo una gorra verde y negra con el logo de La bicicleta café.

 

Primer café de culto a la bicicleta

Comienza a jarrear en Madrid. Se abre la puerta y un señor de unos 40 años entra en la cafetería con su bici. Ni Quique ni Tamara se inmutan. Es normal. Aquí se permiten las bicicletas. De hecho, en un rincón hay tres “aparcadas”, junto con una bomba para inflar las ruedas, esperando, posiblemente, a que pare de llover, mientras sus dueños disfrutan de un café. Se unen así las dos pasiones de estos jóvenes: el ciclismo y el café.

 

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“Todo surgió en Riga, Letonia, durante una conversación en un local vinculado a la bicicleta. Parte era taller y parte café”, cuenta Quique, diseñador gráfico, con la expresión de haber narrado la misma historia unas cuantas veces. No extraña, porque el local tiene personalidad propia y detalles que merecen la pena explicar. Como una pequeña estantería con libros muy usados o una tabla, sobre mesas de madera grandes para compartir, con todo tipo de edulcorantes. “Es por comodidad para el cliente”, responde Tamara, “que disponga de la mayor oferta posible”.

 

Demostrada la pasión por la bicicleta, el entusiasmo por el café se deduce del cariño y tecnicismos que emplean cuando hablan de SU (sí, con mayúsculas) café. Es especial. No se encuentra en otro sitio de Madrid. “Se lo encargamos a un pequeño tostador de Barcelona que nos hace una mezcla específica para nosotros”. No desvelan el secreto, quizás, para que se pruebe in situ, porque la manera de molerlo y prepararlo importan.

 

La amarga burocracia

_MG_5269Antes de que La bicicleta café consiguiera su aroma, sus heterogéneos sillas y sillones y su ambiente moderno y acogedor, hubo dolores de cabeza. La burocracia. Esperas que “cuestan dinero”, porque cada trámite se eternizaba y “el alquiler del local había que pagarlo igual”, cuentan. Un relato más de jóvenes emprendedores que salen adelante gracias a la ayuda de familiares y amigos. Tamara, al principio, pensó que siendo mujer y menor de 30 años tendría facilidades, pero “a menos que tengas una discapacidad o pertenezcas a una minoría, no te dan nada”, comenta con resignación e indignación. “Tienes que ir siempre con dinero por delante y eso es difícil cuando eres una PYME”.

 

Es la parte amarga de este café. La obra, sin embargo, “chupada”, corrobora Quique. El establecimiento llevaba cerrado 30 años. Antiguamente era una local nocturno y una administración de lotería. En su nueva vida, es cafetería, espacio de exposiciones, punto de encuentro para amantes del ciclismo, local para talleres o mercadillos y opción abierta para activistas. En definitiva, sentencia Quique, “un local activo, que no pasivo”.

 

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