El hinduísmo semigastronómico
Por Juan Cruz Cruz
Todo está animado
El animismo es la creencia que atribuye vida anímica y poderes a los objetos de la naturaleza: habría por todas partes espíritus que animan las cosas, desde los volcanes a los humanos, pasando por los vegetales y animales. En cambio, el antropomorfismo es el conjunto de creencias que atribuyen a la divinidad la figura y las cualidades del hombre o atribuyen rasgos y cualidades humanos a las cosas.
Pues bien, una forma funcionalmente compleja de religión animista y antropomórfica es la hindú, tal como ha llegado a nuestros días. Esta religión alcanza hoy la cifra de 750 millones de adeptos. En sustancia enseña que un espíritu universal, llamado Brahmán, apareció primero en forma del dios Brahma para crear el universo; después se manifestó en la forma del dios Vishnú para conservar ese universo creado; finalmente, revistió la forma del dios Shiva para destruir el universo. El espíritu universal se somete a un ciclo de creación-destrucción interminable.
Pues bien, la dieta de los ámbitos hinduístas no es ajena a las creencias animistas referidas a la reencarnación.
No existe una sola modalidad de hinduísmo, sino muchas. Y entre las que se llaman ortodoxas hay seis sectas principales. Cada grupo tiene a su vez una serie de deidades; por lo menos tres: la de su propia persona, la de su familia y la de su pueblo. Esta multiplicación de divinidades repercute en el modo de ver el mundo y de comportarse con las cosas: todo está animado y vivificado por las divinidades y hay que conducirse personalmente de acuerdo con esa situación.
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Volver, volver, volver…
El hinduísmo puede considerarse como una religión de pueblos agrícolas que, en vez de dar el salto revolucionario que la agricultura del arado propicia, ha sufrido una regresión a formas culturales anteriores, debido precisamente a la creencia en la reencarnación, al ciclo incesante e ininterrumpido de la vida, donde el final empalma con el principio. Al trazar un círculo, el punto de partida coincide con el punto de llegada. No hay progreso. Por lo mismo, no hay trascendencia estricta. Todo queda aglutinado de forma inmanente en la rueda del destino.
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Las castas inmóviles
Sucesivas capas de civilización (cazadoras, guerreras, pastoras, agrícolas, etc.) se fueron superponiendo en la India. El animismo antropomórfico y la reencarnación cíclica se complicó así con otro factor: el de las castas, niveles de posición social al que cada hombre pertenecería desde el nacimiento y durante toda su vida. Se sabe que desde el año 500 a.C. los hindúes creían en cuatro castas o razas principales surgidas de Brahma: 1ª De su boca salieron los sacerdotes y maestros (brahmanes o casta superior, mantenida por las otras). 2ª De sus brazos, los guerreros y gobernantes (chatrias). 3ª De sus muslos, los agricultores y comerciantes (vaisias). 4ª De sus pies, los trabajadores braceros (sudras). Fuera de estos órdenes, surgieron de las tinieblas otros hombres, los descastados (parias). En la actualidad las castas principales se han subdividido en unas tres mil diferentes. El miembro de una casta no se mezcla con el de otra: posee un tipo de alimentación y una manera de comer distintos.
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Reencarnaciones peligrosas para la dieta
Como el hindú cree en los ciclos interminables, su existencia presente tiene el destino de volver a encarnarse, por lo que podría venir en la forma de otra casta más elevada o más baja, según que su conducta actual sea moral y piadosa, o no lo sea. La creencia en la reencarnación contribuye a que el hindú deteste matar animales, por el temor de que un animal pueda tener el alma de un antepasado. Aunque en principio puede el hindú comer carnes, el principio general es que «nunca puede obtenerse la carne sin lesionar seres vivos, y el daño a criaturas que sienten es en detrimento de la consecución de la bienaventuranza celestial»[1]. Por supuesto, se eliminará de la dieta la sangre, principio de vida para las culturas animistas. Incluso algunos alimentos vegetales que tengan el color de la sangre deben ser rechazados, como los tomates y cierto tipo de lentejas. Así, pues, un hindú piadoso será vegetariano, partidario de la no violencia (y por eso antibelicista). Se privará también de huevos, ya que en este producto se halla el origen de una vida. Excluye sobre todo el pollo y el cerdo, pues estos animales se alimentan de desechos y son impuros. También excluyen las grasas animales[2].
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La plausible historia de la vaca
En estricto hiduísmo, hasta los vegetales podrían considerarse sagrados; y la mejor manera de volver al espíritu universal sería abstenerse de todo[3]. Como cada alimento contiene una parte del espíritu universal, el arte de cocinar es también un arte sagrado que exige de la mujer purificaciones rituales, incluso a veces ponerse vestidos limpios antes o después de tratar determinados alimentos.
El animal especialmente sagrado entre todos los animales es la vaca. En la sacralidad de este animal puede apreciarse el sentido regresivo que una cultura agrícola tomó, movida por creencias animistas y reencarnativas. Porque se ha demostrado que la vaca se comía en la India unos 600 años a.C.
En cambio, el Código Manú, escrito en el año 200 d.C. declara que la matanza de ganado exige penitencia. Es posible que la vaca fuese grandemente estimada en el período agrícola de la antigua civilización hindú, justo por sus rendimientos laborales en el cultivo de la tierra y por sus beneficios en leche para la alimentación y en estiércol para combustible. Y es posible también que, con el propósito de estimular la agricultura y la ganadería, esa misma civilización agrícola prohibiese matar vacas.
Quedó, pues, la estimación positiva de la vaca y la prohibición de matarla; pero desapareció el estímulo de progreso técnico que la presencia de la vaca condicionaba. Se consideró entonces que la vaca fue creada el mismo día en que Brahma creó a los brahmanes o sacerdotes. La vaca, convertida en el símbolo de la maternidad y de la fecundidad de la madre tierra, debe ser absolutamente respetada. De modo que «todo el que mata una vaca se pudre en el infierno tantos años cuantos son los cabellos que hay en el cuerpo de la vaca». Nadie debe causar daño a una vaca. Por lo menos hay en la India ciento cincuenta millones de cabezas de ganado vacuno, muchas de ellas viejas y enfermas, capaces de arrasar cosechas y mercados.
De suerte que el salto cualitativo y revolucionario que la agricultura posibilitaba, se vio frenado involutivamente por el animismo y el antropomorfismo primitivo, unido a la creencia en la reencarnación.
Muchas de las costumbres hindúes se encuentran también en el budismo, religión nacida en el siglo VI a.C.
[1] Código de Manú.
[2] Los budistas de Birmania y Tailandia suelen comer pescado, pero se abstienen de cascar un huevo para comérselo, aunque los tenderos se las arreglan para disponer de una provisión de huevos rotos de manera «accidental». Los budistas tai consumen cerdo, carne de búfalo, pollo, caracoles y cangrejos.
[3] Debido a que en la India hay una cantidad enorme de alimentos prohibidos y a que otros alimentos declarados lícitos quedan afectados de impureza, puede decirse, con J. Kristeva, que “a pesar de las severísimas normas que regulan todo alimento, el brahmán es más puro antes de comer que después”, Pouvoirs de l’horreur. Essai sur l’Abjection, 90.