Un poderoso recurso literario
En el listado de hoy incluyo cinco novelas con diferentes grados de metaficción. Cada una de ellas despierta, en mayor o menor medida, la sospecha de que el lector también es responsable de lo que sucede en el libro. Y ése es siempre un buen acicate.
El Quijote
Se dice que esta obra es la que dio inicio a la metaficción o, al menos, la que hace los planteamientos necesarios para considerarse la precursora. Es muy probable que sea así. No sólo eso. Más allá de la temporalidad está el asunto de la potencia. Por una parte, queda claro que Miguel de Cervantes Saavedra y el narrador que él encarna, son conscientes del acto de escritura. Sin embargo, ya lo eran muchos en la época. De ahí que la intensidad con que lo hace se vuelva tan relevante. No sólo se da el lujo de plantearse como un autor que está refigurando la obra de otro. También, hace que su protagonista sea consciente de estar siendo narrado. El inicio de la segunda parte es contundente: El Quijote reniega por el hecho de que otro autor ha escrito sus aventuras (se refiere a las obras apócrifas que se escribieron sobre el personaje). Con ese simple movimiento, Cervantes consigue el prodigio de igualar la realidad con la ficción. Como se puede ver, esta novela es fundamental y necesaria en muchos más niveles de los que parece.
Si una noche de invierno un viajero
El inicio es poderoso: “Estás a punto de comenzar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero”. Tras ese par de líneas es casi imposible sentirse aludido. Más aún, bastan unas cuantas palabras para convertirse en el protagonista de la novela que uno está leyendo. Italo Calvino llevó al límite el planteamiento metaficcional. Al menos, en lo que respecta a la relación entre la novela y el lector. Sin embargo, más allá del planteamiento resulta imposible prever lo que cada uno de los lectores en turno pueda estar haciendo. Por eso el autor se da el lujo de plantear una suerte de intriga en torno a la lectura conformada a partir de diversos inicios de novela. Sin lugar a dudas, una novela indispensable para comprender este recurso narrativo.
El cielo árido
La novela de Emiliano Monge no es propiamente metaficcional. Al menos, no en el más alto de los grados posibles. Sin embargo, hay algo que se intuye dentro de ella que la inscribe dentro de este grupo. El narrador es consciente de su labor. No sólo eso, reflexiona en torno a ella, experimenta. Así, va diciéndole al lector los pasos que siguió para ir construyendo la trama. Le avisa que habrá cosas que se aclararán más tarde. Le participa de ciertas decisiones. Le hace ver que cada elección tiene diferentes significados. Más aún, se permite el lujo de narrar la vida de un personaje a partir de contados momentos. Los mismos que, sostiene, son los que importan en una vida. Así, el lector es invitado a discutir con este narrador un tanto soberbio (aquí es una virtud) que hace las delicias de quienes gustan desentrañar el proceso de la escritura.
Niebla
Augusto Pérez es un personaje curioso. Está enamorado de las mujeres, le gusta la buena vida, conversa con Víctor y reflexiona en torno a todo lo que se le ocurre. Un buen día se descubre enamorado de Eugenia. El romance tiene tintes de comedia y de tragedia. Es casi un melodrama en su estado más puro. Entonces a Augusto se le ocurre que no le gustan los derroteros de su destino. Por eso decide ir a visitar al responsable de ellos: Miguel de Unamuno, el autor de la obra. Un diálogo entre ellos llevará los límites de la ficción a un nuevo grado. Comprender las implicaciones de estas palabras y la amenaza que vierte el personaje en contra de su autor es complicado. Sobre todo, porque la voluntad del escritor es contraria a la del protagonista. El final es una muestra de cómo la ficción y la realidad compiten en terrenos compartidos.
Vidas minúsculas
Corro el riesgo de contradecirme con esta novela de Pierre Michon. Sobre todo, porque desde cierta perspectiva es posible considerarla una autobiografía. Al menos, es el efecto que puede causar. Sin embargo, también es una novela en toda la extensión de la palabra y poco importa si la vida del escritor coincide con la del personaje. En ella, se da cuenta de ocho vidas que, de una u otra forma, estuvieron relacionadas con la del protagonista. No son los vínculos más estrechos. Basta con que haya alguna coincidencia. La metaficción se activa en el momento en que el narrador y personaje toma consciencia del acto de escritura en tanto forma de exorcismo. Conjurar los recuerdos y recurrir a estas vidas ajenas es una forma de seguir adelante. Algo que está ligado al propio acto de su escritura.