Antes de Django Desencadenado. ¿Spaghetti western? ¿Qué es eso? (Parte II)
Por Mike Rubio.
(Comienza en la Parte I)
Pasamos a la última película de Leone que vamos a tratar, la anteriormente mencionada Hasta que llegó su hora (C’era una volta il West, 1968).
Esta película es muy diferente a las anteriores del padre del spaghetti. La picaresca y el humor que hemos visto desaparecen en este título, que pretendía ser el adiós al género por parte del romano (aunque posteriormente acabaría dirigiendo también ¡Agáchate, maldito! (Giù la testa, 1971), un poco en contra de su voluntad). Es una película muy larga y muy, muy lenta, que se abre con diez magníficos minutos en los que no pasa absolutamente nada. De nuevo tenemos el esquema de los tres personajes, que representan tres grandes arquetipos del género: Harmónica, interpretado por Charles Bronson, es un completo desconocido durante toda la película, no sabemos quién es ni qué busca, sólo que es un magnífico pistolero que toca una misteriosa canción con su harmónica, y que representa al buscador de la venganza; Cheyenne, el arquetipo del forajido, siempre al margen de la ley, buscado y temido, interpretado por Jason Robards; y por último Frank, el gran villano de la película, interpretado por Henry Fonda en uno de sus mejores papeles.
Anecdóticamente, Fonda se presentó a Leone con un frondoso bigote y unas lentillas negras que ocultaban el característico azul claro de sus ojos, pues él pensaba que un villano debía tener ese aspecto, a lo que Leone contestó con horror que de ninguna manera, que él quería al auténtico Henry Fonda, para así conseguir un discurso meta-cinematográfico único: si el público está familiarizado con el rostro de Fonda y lo asocian a héroes y personajes buenos, un villano con su misma cara tendrá un efecto especial en la audiencia que, junto con la artesanía con la cámara del director y la magia musical de Morricone, nos ofrecerán escenas maravillosas.
Los destinos de los tres personajes se entrecruzan con el de Jill McBain, una joven de ciudad a la que da vida Claudia Cardinale, que acude al Oeste a encontrarse con su familia para encontrarla muerta. Esta película se encuentra en los límites del western, temática y cronológicamente: simboliza el fin del género en sí mismo. Los personajes, como hemos dicho, son arquetipos que se encuentran ya fuera de su ambiente, pues el progreso, simbolizado por el ferrocarril que lleva la civilización a todo el país, está acabando con esa tierra sin ley que era el Lejano Oeste. Es el último coletazo de estos tres personajes, que aparecen como mitos, seres legendadios que son devorados por la civilización y desaparecen para siempre, dejando su lugar al nuevo mundo. Érase una vez el Oeste.
Pasemos al otro gran director del género, que es del que más bebe Tarantino en su western, o southern, o como quiera llamarlo: Sergio Corbucci. Otro director de origen romano que nos ha brindado unas cuantas películas muy buenas, y otras tantas no tan buenas. En los años 70 pasó del western a la comedia con unos resultados… regulares, digamos. Pero centrémonos en una selección de tres de las muy buenas. Django desencadenado es prácticamente una carta de amor a la obra de Corbucci: montones de referencias visuales y musicales. ¿Te llamaron la atención esos zooms repentinos hacia la cara de los personajes? Ved películas de Corbucci, y los encontraréis por todas partes.
Corbucci tiene un estilo diferente al de Leone: es más dinámico y mucho más violento. Muere mucha, mucha gente en su obra. Hay muchos disparos, hay ametralladoras cargándose a gente a docenas, y violencia bastante gráfica. El cinismo de sus películas cobra una nueva dimensión: cualquier rastro, por mínimo que fuese, de bondad y heroísmo en los personajes se desdibuja por completo hasta, en algunos casos, no poder distinguir a un solo personaje “bueno”. Es el caso, sin ir más lejos, de Django (1966), su film más famoso y exitoso. La relación de la película de Tarantino con ésta es evidente. Tenemos el título, el tema musical principal, y el cameo de Franco Nero, actor que encarna al Django original. La película se abre con unos títulos de crédito magistrales y minimalistas, con unas imágenes que ya nos presentan al personaje como algo casi mitológico, arrastrando un ataúd por un mar de fango. Aquí podéis disfrutar de esta maravilla, con la canción en el original italiano.
Mucho se ha hablado de esta película, y pocas veces con razón. Se habla de que Django es una saga de muchas películas, y esto no es cierto. La verdad es que tuvo tanto éxito, que otras productoras empezaron a hacer decenas de películas sin relación alguna con ella, pero llamando al protagonista Django e incluyéndolo en el título para atraer a la gente al cine (Django mata, ¡Dispara, Django, dispara!, Dólares para Django…). En algunos países, como en Alemania, se cambiaba incluso a posteriori: películas que en Italia tenían un título diferente, en Alemania salían con el nombre de Django pegado en alguna parte, y listo. Sólo existe una secuela “autorizada” que salió en los 80, y de la que poco se puede decir. Precisamente, el hecho de que la de Tarantino tenga el título que tiene es una broma acerca de esta práctica: el personaje no tiene nada que ver (hasta el punto de ser de raza negra), pero se llama Django. Es una secuela no autorizada más.
Hablemos de la película en sí. En realidad, Django es casi un calco de Por un puñado de dólares en su argumento clásico. Un extranjero, en este caso con nombre (recordemos: la “d” es muda), aparece cargado con su ataúd en un pueblo dividido por las trifulcas de dos bandos, en este caso una secta racista gringa y una banda de bandidos revolucionarios mexicanos. Sólo que en este caso, después del desconcierto de los locales ante su llegada (“A mis amigas les da miedo el ataúd, les impresiona. Y es un trabajo como otro cualquiera…. ¿hay alguien dentro? – Uno que se llama Django…”), el protagonista despacha la situación a tiro limpio con una ametralladora. Como he dicho antes, aquí muere mucha gente. Una película muy divertida, con un protagonista que es un cabrón que sólo busca su beneficio, y con un final que, si bien un poco precipitado, es altamente estético (por favor, si la veis, que sea en el original italiano o doblada al castellano, nunca la versión en inglés, porque cambian por completo el diálogo del final y lo dejan hecho un desperdicio). Por cierto, volvemos a Tarantino, pero no a su última película, sino a la primera: la famosa escena de Reservoir Dogs (1992) de la oreja cortada está calcada de una escena de Django.Aquí encontramos un rasgo en común con otras de sus películas: el del héroe mutilado con las manos destrozadas, al modo de los estigmas de Cristo.
Otra magnífica película de Corbucci, en la que también aparece lo anteriormente mencionado, y que probablemente sea de mis spaghetti favoritos, es El gran silencio (Il grande silenzio, 1968). ¿Recordáis la parte de Django desencadenado que transcurre en la nieve? ¿No os dio la impresión de que no tenía mucha relación con el resto de la película? Pues bien, eso se debe a que toda esa secuencia no es más que una excusa para hacer referencia a esta película. Efectivamente, el rasgo distintivo y la más clara seña de identidad de este film es que transcurre en un paisaje totalmente nevado, alejado del desierto típico del género, lo que le da un lenguaje estético especialmente poderoso. Nos cuenta la historia de Silencio, un cazarrecompensas mudo interpretado por Jean-Louis Trintignant (actor que últimamente está en boca de todos, por su reciente aparición en la última película de Michael Haneke), cuyo destino le enfrenta a Tigrero, otro colega despiadado encarnado por el sempiterno Klaus Kinski. El hilo conductor de la historia será la suerte de un grupo de forajidos injustamente acusados que se refugian en las montañas para evitar su castigo. El cinismo de ambos personajes principales aparece aquí llevado al extremo: Tigrero le dice a una anciana, justo después de haber matado a su hijo delante de ella, “compréndalo, es nuestro pan”, mientras que Silencio le pide a una mujer como pago por vengar la muerte de su marido exactamente la misma cantidad de dinero que cobró su asesino por matarle. La magnífica banda sonora, de nuevo marca Morricone, junto con las increíbles imágenes y paisajes, se juntan para hacernos olvidar alguna deficiencias debidas a la falta de presupuesto (sangre y vestuarios algo falsetes) y ofrecernos una gran película, con uno de los finales más duros y desesperanzadores del género.
Terminamos nuestra lista de recomendaciones con Salario para matar (Il mercenario, 1968). De nuevo, una película de la que Tarantino va a beber: no sólo copiará escenas en Django desencadenado (ese disparo al corazón a través de la flor de la solapa que empieza a sangrar), sino que utiliza temas de su banda sonora ya en Kill Bill vol. 2 (2004). Quería incluir esta película no sólo porque me parezca buena, sino por tener un representante del subgénero conocido como “Zapata western”: si bien temática y estéticamente se trata claramente de un spaghetti, transcurre principalmente en México durante la Revolución Zapatista, o bien trata de una revolución similar. Es el caso de este título protagonizado de nuevo por Franco Nero, que en este caso da vida al mercenario Sergei Kowalski, conocido simplemente como El Polaco, y por Tony Musante, que encarna a Paco Román, un minero que encabezará una revolución que le llevará al rango de general. Como todos los Zapata western, tiene una gran carga política, favorable pero crítico con la revolución: los malos de la historia son los patronos, y los protagonistas los revolucionarios, pero la revolución aparece algo caricaturizada. En una escena, un personaje lleva a un rico ante el tribunal revolucionario, y ante la pregunta de qué le había hecho para acusarle, éste contesta: “Él es rico, y yo soy pobre”.
Corbucci critica a ambos lados: a los ricos por explotadores, y a los revolucionarios por limitarse a robar y a rapiñar (en varias ocasiones se plantea la pregunta “¿qué es hacer la revolución?”, y no parece darse una respuesta). Y entre medias, El Polaco, que ayuda a los revolucionarios con la única condición de que le paguen cantidades exageradas de dinero: por ejemplo, se niega a enseñarle a Paco cómo utilizar una ametralladora en medio de una batalla campal hasta que no le paga en el momento doscientos dólares. Todo este cinismo y esa ambigüedad moral e ideológica, aliñados con montones de zooms y de juegos de cámara, acompañan a la ya conocida violencia gráfica que tanto le gusta al romano: en este caso, llegamos a ver una cabeza explotando al detonar una granada colocada en la boca de la víctima. Delicioso.
Estas seis películas de las que hemos hablado no son más que una selección personal de títulos imprescindibles dentro de un género vastísimo como es el spaghetti. Por supuesto que habrá otras dignas de mencionar, pero éstas son una buena introducción. Queda sin representación la vertiente cómica del género, como por ejemplo Le llamaban Trinidad (Lo chiamavano Trinità, Enzo Barboni, 1970), posiblemente la más conocida, junto con el resto de películas de Bud Spencer y Terence Hill. Estas películas, de una calidad más bien baja, empezaron a aparecer en los años 70 y marcan en declive del género que acabó en su muerte.
Como vemos, en muy pocos años aparecieron muchísimas películas, algunas magníficas. El spaghetti western es sin duda un género especial, que supone una de las influencias que aún pervive en el cine contemporáneo. No quería terminar el artículo sin mentar los retazos que Clint Eastwood se llevó a los Estados Unidos, empapado de la obra de Leone, y que se concretaron en los magníficos westerns americanos con sabor a spaghetti que dirigió, como El fuera de la ley (The outlaw Josey Wales, 1976), El jinete pálido (Pale rider, 1985) y especialmente la maravillosa Sin perdón (Unforgiven, 1992). Pese a que carecen de la carga de humor de sus correspondientes italianos, el pesimismo patológico de prácticamente toda la filmografía como director de Eastwood, junto con la ambigüedad moral propia del género, suponen la deconstrucción definitiva del western.
¿Seguís ahí? ¿Aún tenéis la pestañita abierta? Pues adelante, ahora a ver cine, que es lo que de verdad importa. Ya me lo agradeceréis.
MIKE RUBIO