…En tiempo de miseria (VII) – La arena de las arcas
Por Luis Martínez-Falero
Cuenta el Cantar de mío Cid que, cuando Rodrigo Díaz de Vivar tuvo que pertrechar a sus huestes, uno de sus hombres (Martín Antolínez) tuvo la idea de conseguir los fondos necesarios engañando a dos judíos (Raquel y Vidas), al dejar como garantía del dinero prestado dos arcas llenas de arena, diciéndoles que en ellas se guardaban grandes riquezas. La avaricia de los dos judíos hizo el resto, obteniéndose así el dinero necesario para las campañas militares. Algo parecido nos cuenta Shakespeare unos cuatrocientos años más tarde en El mercader de Venecia, cuando el usurero Shylock se ve burlado, perdiendo el dinero prestado al no poder cobrarse la garantía: una libra de carne de Antonio (personaje que pide el préstamo), pero que no puede contener sangre, ya que ésta no forma parte del trato. En ambos casos, tanto las urnas llenas de arena como la libra de carne sirven para engañar a los prestamistas judíos. No voy a entrar aquí en una lectura social de los judíos en Europa desde la Edad Media, mostrada por la literatura, pero tras el debate sobre el estado de la nación (título pomposo para contenido tan pobre), tengo la sensación de que todos hemos hecho de prestamistas judíos, excepto Rajoy y Rubalcaba, quienes nos han birlado el contenido no sé si de unas arcas, pero –desde luego– de lo que debería ser la riqueza de un debate político que reflejara la situación de los ciudadanos de España (no España como abstracción, sino como un colectivo de personas) para buscar soluciones tras analizar la causa de los problemas. Parece que sería pedir demasiado.
Hemos guardado las arcas del debate año y pico y, al abrirlas, no había soluciones ni propuestas ni análisis, sino sólo arena, quizá como metáfora de una confrontación personal que acabó entre una polvareda que se terminó disolviendo en el aire. Polvo de ideologías o pensamiento político hecho polvo, tanto da, pues la conclusión es casi idéntica: la inanidad de las iniciativas o cuestiones planteadas por Rajoy frente a la ausencia de credibilidad de quien estuvo en el gobierno hasta hace poco (aunque en nuestro tiempo psicológico parezca que ha pasado una eternidad). Y la formulación de un paisaje económico ideal que apenas unas horas después de haberse levantado ante nuestros oídos se ha venido abajo con la propuesta de Merkel para “fortalecer Europa” (es decir, Alemania) y las previsiones de la UE para España. De cómo combatir la corrupción ya ni hablamos, pues un presunto pirómano se ofrece como bombero, olvidando los sobres y los sobresueldos vigentes en su partido hasta ayer mismo. Por otra parte, la policía rodeaba la zona del Parlamento, hemos de suponer que para evitar que algún desaprensivo robara alguna idea sobre cómo salir de esta situación. Afortunadamente, no fue necesaria la intervención de las fuerzas del orden, pues, si hubo alguna idea rondando por el Congreso de los Diputados, ésta pasó inadvertida o estuvo disfrazada de descalificación al oponente. La arena siguió ganado la partida.
No sé por qué mi memoria ha acabado por cruzar imágenes de ese debate sobre el estado de sus señorías con la entrega de los Premios Goya. Ya sabemos que la memoria es caprichosa y que a veces nos hace mezclar argumentos de libros o trasladar imágenes de nuestra vida a otro lugar u otro momento distintos. Me preocupa este cruce de imágenes, la verdad, porque no sé si es porque veo cada vez más en blanco y negro la situación de mi país, si es porque los padres de la patria cada día tienen más pinta de madrastra, o quizá porque desde una tribuna se emiten algunas reivindicaciones de forma emotiva o solemne, que –antes de terminar de pronunciarse– ya están abocadas a no ser escuchadas o a formar parte de un efímero titular de prensa o al anecdotario (es decir, a ser una frivolidad más) del evento. Eso sí: sus señorías, sin duda, son peores actores y, encima, nos sabemos ya el argumento de sus escenas, aunque mantenemos la esperanza de que el final de esta película sea distinto del que presentimos. Quizá por ello ningún político ha ganado nunca ni un goya ni un óscar, aunque Soraya Sáenz de Santamaría debería haber sido al menos candidata al óscar a la mejor actriz después de anunciar compungida tras el último Consejo de Ministros que el rescate de los bancos corría por cuenta de los ciudadanos, como si no supiéramos desde el principio de esta peli que ahí se nos iba otra libra de nuestra carne.
Por último, quisiera indicar que existe un libro de título parecido al de esta columna: La arena de las urnas (Der Sand aus den Urnen), obra de Paul Celan, publicada en 1948. Como esta edición presentaba un sinnúmero de erratas y versos mutilados, Celan lo retiró del mercado, si bien lo integró como primera parte de Mohn und Gedächtnis (1952), es decir, Amapola y memoria o, en una traducción menos usual, Adormidera y memoria. A algo así asistimos en el debate: al intento inútil de adormecer nuestra memoria por parte de sus señorías. Puestos a quedarnos con algo, prefiero infinitamente a Celan y sus versos, por muy oscuros que resulten para el lector, antes que esta pirotecnia dialéctica, ofrecida al ciudadano para su uso como cilicio cuaresmal.