Universo Lynch
Por Guillermo Manley
David Lynch es uno de los directores de cine más polémicos y extravagantes. Nunca deja a nadie indiferente: o lo amas o lo odias. A continuación, analizaremos a fondo su forma de entender y hacer cine, partiendo de la teoría del autor y diseccionando dos de sus obras de mayor relevancia.
Hablar de la teoría del autor respecto de un artista tan extravagante como David Lynch se trata a priori de una tarea dificultosa por lo singular de su lenguaje y las múltiples lecturas que pueden hacerse de cada una de sus obras. Dicha situación nos lleva a elaborar un estudio a través de la mente del artista para ayudar a trazar los elementos característicos de su cine que labran su personal estilo y que han hecho y hacen de Lynch un cineasta único en su terreno.
Y es que aunque la teoría del autor elabora ciertos conceptos acerca de los creadores y las creaciones, como más adelante veremos, David Lynch supone un punto y aparte en el arte cinematográfico. No solo por su particular sentido de entender el cine, sino porque cualquier cineasta, sea de la rama que sea, deja impreso sobre el celuloide su sello personal aun cuando éste se encarga de una sola función. Pues bien, más allá de teorías más o menos acotadas, una persona que ejerce en sus películas las labores de dirección, guión y producción, pasando por compositor, montador, decorador y encargado de los efectos especiales, tiene todo el reconocimiento como gran artista y autor por parte de todos los que realmente amen el cine.
De este modo, nos adentraremos en su vocación autoral por medio de una premisa que él mismo describe en uno de sus libros, Atrapa al pez dorado (2008): “Los peces pequeños nadan en la superficie, pero los grandes se esconden mucho más abajo. Si logras expandir el contenedor en el que pescas –tu conciencia-, puedes pescar peces mayores”.
Partiendo de esta base podemos apreciar desde un principio que se trata de un artista que se expresa de una manera muy especial, rasgo que denota posteriormente en sus creaciones.
La manera en que se expresa no es sino fruto del mensaje que quiere transmitir al público al que expone sus obras, ya que se aleja de los convencionalismos lineales de una historia narrativamente ordinaria, para tratar de ahondar en nuestras más profundas sensaciones y emociones. Por eso, la manera de pensar en cómo llegar de ese modo al público es distinta de una película donde el fin fuese el mero entretenimiento, como es habitual. Esto requiere una revisión de los sentimientos humanos que empiezan desde los suyos propios, y más concretamente y como hemos leído en la anterior cita, desde la conciencia de cada uno.
Y es que es de ahí de donde según el propio Lynch nace la creatividad. Una creatividad de la que emanan las ideas, ideas transformadas metafóricamente en peces, los cuales, cuanto más profundo los “pesques” dentro de tu océano interior de emociones, más te acercarán a esa idea final que da sentido a la creación de una nueva obra con la que tocar la fibra sensorial del espectador.
Por estos motivos, que hacen de David Lynch una de las personalidades más singulares del panorama cinematográfico reciente, he querido intentar describir su proceso creativo y cómo se enfrentan sus películas ante las teorías del autor. Citando dos de sus más importantes películas que son premeditadamente la primera y la última de su filmografía, y en las que entre otras cosas fue el director, guionista y productor de ambas: Eraserhead (1977) e Inland Empire (2006).
Como mencionamos anteriormente, hablar de teoría del autor respecto de una persona que abarca casi todos los campos posibles dentro del cine carece de sentido en cuanto a etiquetar el estilo de Lynch a una de las susodichas corrientes. Y es que en general esas teorías delimitan las características que convierten a un artista en autor, dependiendo de su labor dentro de la producción de la obra. Pero dado el carácter polifacético (laboralmente) de Lynch, a éste lo sitúo en una corriente o teoría aparte que es lo que podríamos denominar el “Universo Lynch”.
La teoría del autor como tal es un término que se empezó a usar en Francia en la década de los 50. En un contexto caracterizado por la llegada de películas americanas, por el auge de los cine-clubs, la creación de festivales de cine así como de una filmoteca nacional, pero sobre todo tras la elaboración de una prensa especializada en cine. Gracias a la labor, de los por entonces críticos, François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol o Alain Resnais entre otros, al mando de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma.
Pero también cabe mencionar que dicho movimiento lo motivó en gran parte la acuñación por parte de Alexandre Astruc del término caméra-stylo en 1948, con el que recoge la idea de que los directores deben empuñar sus cámaras como los escritores lo hacen con sus plumas, sin dejarse entorpecer por la manera tradicional de contar historias, forjándose así como el engranaje central de esa maquinaria que es el cine.
Por tanto, si de ese modo el director se consolida como el autor de la película en detrimento de los guionistas por la idealizada fusión de director-guionista, en ese sentido el caméra-stylo sí que guarda una relación con la manera de hacer cine de David Lynch, ya que éste se enfrenta ante cada película como el sujeto creador del resto de elementos que componen su obra, aunque vaya más allá de dirigir únicamente.
De hecho, fue este el precepto que usaron los anteriormente citados críticos franceses que comprenderían la inminente corriente de realizar cine que sería reconocida en el mundo entero como la Nouvelle Vague. Sumando a ese concepto el término por entonces teatral mise en scène, con el que se hacía referencia a la importancia de la puesta en escena para el buen resultado final de la obra cinematográfica.
Este último punto también sería fácil de contrastar con la filmografía de David Lynch, ya que éste siempre dota de gran carga psicológica a sus personajes adentrándolos en ambientes asfixiantes a través de oníricas puestas en escena que hacen que cada uno de sus fotogramas respire una atmósfera propia. David Lynch hace de sus películas una obra única por su estilo y temática.
Hoy en día, ese pensamiento de hacer cine entra en desacuerdo con importantes teorías que se han escrito recientemente como la del director de la Fundación Nacional de las Artes de EEUU, David Kipen, quien en su ensayo «The Schreiber Theory: A Radical Rewrite of American Film History» más conocido como la “teoría Schreiber”, desarticula la manera de pensar de la era de la “teoría del autor” en pro de la figura del guionista, de quien dice que tiene un gran peso e influencia en el resultado final de la película dada la gestación de la historia que posteriormente se transformará en cine.
Vistas todas estas posturas, solo me queda repetir una vez más que dada la amalgama de procesos de la película en los que se ve implicado David Lynch, creo que queda latente que se trata de un verdadero autor de cine, de sus obras y del arte en general, más allá de que sus películas te parezcan buenas, malas, atmosféricas o carentes de sentido.
A continuación analizaremos las dos películas que hemos seleccionado como más representativas de la filmografía de David Lynch.
- Eraserhead (1977)
Se trata de su película más emblemática, estandarte de los particulares elementos cinematográficos que posteriormente habitarían su cine: la abstracción, las emociones y los sueños.
Esta película de ínfimo presupuesto se empezó a fraguar en 1971 por el entonces debutante director David Lynch, y no la pudo finalizar hasta cinco años después debido básicamente a que no tenía dinero para producirla. Por lo que, a base de ahorrar cuanto podía mientras repartía periódicos para el Wall Street Journal, fue rodando secuencia por secuencia lo que sabía que quería contar y que de algún modo se encontraba en su cabeza, aunque aún no sabía cómo le iba a dar sentido al conjunto. Por tanto, Lynch rodó la película con una idea preconcebida, pero que durante el rodaje se fue moldeando según iba descubriendo el significado de su misma obra con la ayuda de las escenas rodadas, intentando cada vez encontrar algo que las uniese y que dotase a su obra de coherencia. Pero, finalmente, tras esos cinco largos años en los que el actor Jack Nance mantuvo vivo a su personaje mientras que Lynch dirigió, escribió, produjo, montó los decorados, compuso la industrial música y se encargó de los efectos especiales (espectaculares para la época), Lynch pudo montar la película y dar por finalizado su proyecto.
Hablar de un argumento conciso es casi una ordinariez en una película de estas características ya que su cine está destinado a la provocación de emociones que no tendríamos si no viéramos sus películas, y no a la razón como el mismo Lynch ha aclarado en infinidad de ocasiones, ya que para él el cine no necesita de explicaciones del autor pues entonces condicionaría la experiencia del espectador. De hecho, Lynch cree en la innata intuición del público que de por sí crea una opinión que por el mero hecho de salir de nuestro más profundo ser, ya es válida.
En la película se conjugan la realidad, los sueños y los sueños dentro de los sueños, las pesadillas, el terror, la paranoia y la ciencia ficción. Todo dentro de un contexto en el que salen a relucir sentimientos como el miedo a la paternidad, el matrimonio, o la monotonía del trabajo y de la vida, en consecuencia.
Por tanto, poco más queda añadir sobre la creación de la película, salvo que por el carácter de ser la primera película del director destacan las influencias que este recibió de autores tan dispares como Kafka, Billy Wilder, Werner Herzog, Fellini y sobretodo de Ingmar Bergman.
Cabe destacar por último que para el propio David Lynch sigue siendo hoy en día su película más espiritual, y pese a lo controvertida que fue la película en su época, se convirtió rápidamente en una de las películas favoritas de otro de los directores que Lynch admiraba: Stanley Kubrick.
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Inland Empire
http://youtu.be/eKi4Y5zl5qU
Si hemos escogido Inland Empire para contrastar con la anterior película es porque es la que más resalta la trayectoria de David Lynch, y por tanto, refuerza la teoría del autor o “su” teoría del autor.
Para empezar, comparte con la anterior la faceta de Lynch como director, guionista y productor de su obra, tridente que sólo ha repetido en esas dos ocasiones dado que la producción ha optado casi siempre por delegarla en otra persona. Sin embargo, al igual que hiciera en Eraserhead, se ocupó de otros asuntos de los cuales no tiene por qué ocuparse un director, como fue la dirección de fotografía, la construcción de decorados, la edición de sonido e incluso la función de montador. Lo cual demuestra de nuevo el carácter autoral que imprime a sus obras y el amor confeso que le tiene a este medio mágico.
En cuanto al carácter racional de la obra, estamos ante el mismo caso que en Eraserhead, por lo que no me voy a repetir en mis argumentos. Solamente explicar cómo tejió esta extenuante obra en la que durante casi tres horas de proyección tu cerebro no hace pie pese a que todo lo que estás viendo te es conocido, solo que no es unido como uno espera inconscientemente. A partir de ahí es donde Lynch se mueve cómodo y nos hace navegar sin rumbo aparente a través de tres historias a priori inconexas. Y es que, de hecho, el mismo Lynch explica que primero se le ocurrió una idea, que luego le vino la otra pese a estar alejada de la primera, y que, por último, estalló en su cabeza esa tercera historia que a su vez estaba alejada de las dos anteriores. Es en este punto, por tanto, donde Lynch despliega su lenguaje para hacernos pensar cómo pueden estar relacionados sucesos tan alejados pero que a su vez forman parte de un todo.
Por tanto, alejándome del análisis teórico de la película, destacaría técnicamente como principal característica la adecuación de David Lynch a los nuevos formatos sin por ello perder un ápice de la esencia de su cine, apreciándose aquí de manera notable la progresión de su filmografía. Y es que mientras que Eraserhead fue rodada en el más rudimentario de los “blanco y negro”, Inland Empire fue de las primeras obras cinematográficas en abordar la tecnología digital, método que defiende acérrimamente Lynch por su economía de medios y la facilidad para crear. Esto permitió rodar Inland Empire sin un guión escrito, por el grado de flexibilidad y control que le otorga.
¿Qué más decir de un autor que ha inventado un lenguaje pero que, según ha avanzado el tiempo y la tecnología, lo ha ido reinventando?
François Truffaut dijo que “no hay películas buenas o malas, sino directores buenos y malos”. Pues bien, más allá de la empatía que despierten las películas de David Lynch, creo que en este caso nos encontramos ante un cineasta excepcional. Un director que dota de la máxima importancia al más mínimo detalle. Que nos arrastra a un mundo capaz de arrancarnos nuestros más escondidos sentimientos, estimulando nuestra psique hasta donde muy pocos directores han logrado, y manteniéndose actualmente en un nivel conceptual cinematográfico donde nadie llega o se pierde por el camino.
GUILLERMO MANLEY