En Brasil aún viven cerca de 46.000 guaraníes, cifra que les convierte en el pueblo indígena más numeroso de ese país. También se encuentran indígenas de este pueblo en Paraguay (cerca de las cataratas del Iguazú), Bolivia y Argentina. En Brasil moran tres tribus guaraníes: los kaiowá, los m’bya y los ñandeva, de las cuales la más numerosa es la de los kaiowá, palabra que significa “pueblo del bosque”.
Y es que, antes de la llegada de los conquistadores, los guaraníes se llamaban a sí mismos “avá” o “awá”, palabra que quiere decir “hombre” y es sinónimo asimismo de “ser humano” o “pueblo”. La denominación de guaraní les vino dada por los conquistadores españoles (fueron uno de los primeros pueblos contactados), ya que ese vocablo era su grito de guerra, en los cuales existiría la frase guará-ny, «combatirles». Otra versión afirma que la denominación se tomó de la deformación de una palabra guaraní, guariní que significa precisamente «guerra» o «guerrear».
Hasta donde les alcanza la memoria, los guaraníes llevan buscando un lugar del cual les hablaban sus antepasados, una tierra donde la gente vive libre de dolor y sufrimiento. Es una especie de tierra prometida a la que llaman ‘la Tierra sin Mal’, que han buscado siempre, recorriendo cientos de kilómetros. Ya en 1576, Pedro de Magalhães de Gandavo describió este hecho como un
«constante deseo de buscar nuevas tierras, en las cuales imaginan que hallarán la inmortalidad y la paz eterna».
Esta búsqueda permanente revela el carácter único de los guaraní, y aunque existen diferentes subgrupos de guaraní, todos comparten una religión que da importancia a la tierra por encima de todo. La tierra es el origen de toda vida, es el regalo del «gran padre», Ñande Ru.
De todas formas, algunos antropólogos opinan que la Tierra sin Mal es más bien un estado psíquico, denominado “agujé”, que se alcanza mediante la acumulación de energía. Ningún mal puede aquejar al individuo que ha entrado en ese estado. Una de las formas de llegar al agujé es arrebatándoselo a alguien que ya lo posee en un grado elevado, aunque no suficiente como para librarse de todo mal. Por ejemplo, los guaraníes consideraban que los guerreros acumulaban mucha energía, por lo que, en tiempos antiguos, las guerras entre diferentes tribus guaraníes tenían como uno de sus objetivos, la acumulación de fuerza energética, obtenida robándosela los guerreros los unos a los otros, mediante la muerte. Y es que el canibalismo era un hecho en estas tribus en el pasado.
Los guaraníes abandonaron hace siglos esta práctica. Hoy son otros los antropófagos. Y bien lo supo Borges cuando en una entrevista en Roma le preguntaron si en su tierra habían todavía caníbales: «Ya no», contesta Borges, «nos los comimos a todos.»
Y es que los guaraníes siguen buscando su tierra, ahora más que nunca, porque la tala masiva de la selva ha convertido su hogar en vastas extensiones de pasto para el ganado y plantaciones soja y de caña de azúcar para elaborar biocombustibles.
Como consecuencia de la deforestación, los guaraníes no pueden cazar ni pescar; las pocas tierras de cultivo que les han dejado no les permiten subsistir, por lo que la malnutrición está empezando a ocasionar la muerte muchos de ellos. La comunidad de Ypo’i en el estado de Mato Grosso do Sul, utilizaron un teléfono móvil para grabar la polución de sus aguas, su principal fuente de agua para beber, bañarse, cocinar y lavar la ropa.
Algunos guaraníes no tienen ni tan siquiera un pedazo de tierra, y han de vivir en los bordes de carreteras y caminos, en pequeños campamentos que montan y desmontan. Este es el caso de la comunidad guaraní-kaiowá de Takuára, que había intentado recuperar una pequeña parcela de su tierra ancestral, después de que ésta les hubiera sido arrebatada por un rico brasileño que posteriormente la convirtió en una extensa hacienda de ganado. Marcos Verón, su líder, condujo a su comunidad de vuelta a la hacienda. Comenzaron a construir sus casas y a plantar sus propias cosechas. Pero el terrateniente que había ocupado la zona los llevó a juicio y un juez ordenó que los indígenas abandonaran el lugar. Más de cien policías y soldados armados forzaron a los indígenas a abandonar su tierra una vez más. Finalmente acabaron viviendo bajo planchas de plástico al lado de una carretera.
Mientras aún se encontraba en Takuará, Marcos declaró:
«Esto que ves aquí es mi vida, mi alma. Si me separas de esta tierra, me quitas la vida.»
Y sus palabras se cumplieron: en otro intento de regresar de forma pacífica a su tierra, los empleados del terrateniente le golpearon de forma brutal. Murió unas horas más tarde.
Muchas otras comunidades se han visto hacinados en pequeñas reservas (o campos de concentración, como lo llamaba el sioux Red Crow), ahora sobresaturadas de forma crónica. En la reserva de Dourados, por ejemplo, 12.000 guaraníes viven en poco más de 3.000 hectáreas.
Miles de indígenas trabajan ahora en las factorías de carbón, en los cañaverales o en algún frigorífico donde pollos y trabajadores son triturados al mismo tiempo. Mato Grosso do Sul está en cuarto lugar en el ranking nacional que registra trabajadores en situación de esclavitud elaborado por el Ministerio Público de Trabajo. En el cañaveral, “como el pago se realiza por producción, se trabaja para cumplir una cuota que crece con la mecanización.» En 2008, cada 66 segundos se desosaban seis piezas de pollo entre patas y muslos. Unos 100 trabajadores por mes pedían su liquidación o, cuando ya no servían, eran despedidos.
La lucha tampoco parece ser una buena escapatoria: se estima que unos 200 guaraníes están en prisión con muy poco o nulo acceso a asesoramiento legal o a intérpretes, atrapados en un sistema legal absurdo.
Aún con todo, muchos guaraníes han intentado recuperar pequeñas parcelas de su tierra ancestral. La pequeña comunidad de Ñanderú Marangatú fueron expulsados a punta de pistola por los terratenientes. Demostrando una gran valentía, la comunidad regresó. Ahora viven en una pequeña fracción de aquello que les corresponde legalmente y el área que rodea de forma inmediata al asentamiento es patrullada por pistoleros a sueldo del terrateniente que, además, han violado a dos mujeres guaraníes.
El territorio conocido como Pyelito Kuê/ M’barakai está ahora ocupado por una hacienda ganadera. Los indígenas se encuentran también rodeados por los pistoleros del terrateniente de la hacienda. Un juez ordenó su expulsión y los indígenas declararon en una carta:
“Esta sentencia es parte de la acción de genocidio / exterminio histórico de los pueblos indígenas de Brasil (…) Hemos perdido la esperanza de sobrevivir dignamente y sin violencia en nuestra tierra ancestral (…) vamos a morir todos en poco tiempo.”
“Queremos ser muertos y enterrados junto a nuestros ancestros aquí mismo, donde estamos hoy. Por ello pedimos al Gobierno y a la Corte Federal no ordenar el desalojo / expulsión, sino que solicitamos decretar nuestra muerte colectiva y el entierro de todos nosotros aquí. Pedimos que, de una vez por todas, se promulgue nuestra aniquilación / extinción total y que envíen varios tractores para excavar un gran agujero para enterrar nuestros cuerpos.”
“Hemos decidido, todos juntos, no salir de aquí, vivos o muertos”.
Y no son palabras banales: entre los guaraníes se están registrando altas tasas de suicidio. En los últimos 30 años, más de 625 indígenas guaraníes se han quitado la vida. Esto hace que su tasa de suicidio sea 19 veces mayor que la tasa nacional de Brasil. El 85% de los suicidas son jóvenes menores de 30 años. El más joven de ellos tenía sólo nueve años.
Para el antropólogo guaraní, Tonico Benites, también amenazado de muerte: “El suicidio de los indígenas es algo que está ocurriendo y que aumenta como resultado del retraso en la identificación y demarcación de nuestra tierra ancestral”.
“Los guaraníes nos estamos suicidando porque no tenemos tierra”, explicó una mujer guaraní. “En los viejos tiempos éramos libres. Ahora ya no lo somos. Así que los jóvenes miran a su alrededor y piensan que no les queda nada. Se paran a pensar, se sienten perdidos y después se suicidan”.
La película “Birdwatchers” es un retrato conmovedor de la pérdida guaraní de sus tierras. Cuando un colono de tercera generación que dice ser el propietario de las tierras se enfrenta al líder de la comunidad, el hombre guaraní se inclina, coge un puñado de tierra roja y empieza a comérsela. Con esta sencilla acción reivindica la interconexión entre su tierra y su pueblo.
“Nosotros los indígenas somos como plantas”, dijo la ya fallecida Marta Guaraní.
“¿Cómo podemos vivir sin nuestra tierra, sin nuestro suelo?”.