Adelgazar sin límite: la anorexia

Por Juan Cruz Cruz

 

Caravaggio: “Narciso” (1600). Un joven hermoso se queda embebido por el reflejo de su propia imagen en un estanque. Su admiración fue tal que cayó al estanque al intentar besarla, muriendo ahogado. El tenue reflejo del joven significa la fatuidad de la belleza física, tan inestable como el reflejo de la superficie del agua. También la anoréxica se mira en el estanque de la sociedad: pero el reflejo que recibe de su propio cuerpo le molesta.

Caravaggio: “Narciso” (1600). Un joven hermoso se queda embebido por el reflejo de su propia imagen en un estanque. Su admiración fue tal que cayó al estanque al intentar besarla, muriendo ahogado. El tenue reflejo del joven significa la fatuidad de la belleza física, tan inestable como el reflejo de la superficie del agua. También la anoréxica se mira en el estanque de la sociedad: pero el reflejo que recibe de su propio cuerpo le molesta.

 

Búsqueda inquieta de adelgazamiento

Cuando el organismo está bien nutrido y saciado pierde normalmente de manera temporal (sólo por unas horas) las ganas de comer. Pero existe una búsqueda obsesiva de adelgazamiento mediante una dieta progresivamente restringida; es el comportamiento propio de la anorexia nerviosa que, junto a la bulimia, está muy extendida en la población juvenil, especialmente femenina. No es propiamente la falta de ganas de comer en un sujeto mal nutrido, pues el anoréxico sufre «punzadas de hambre».

En la anorexia nerviosa aparece una implacable búsqueda de adelgazamiento, mediante restricción de la ingesta hasta llegar incluso a la inanición.

 

Perturbaciones biológicas de la anorexia

Las causas biológicas apuntan a la delgadez extrema, incluso a la inanición, con la concomitante malnutrición.

El anoréxico rechaza persistentemente los alimentos y pierde peso de un modo alarmante, dejando de percibir las sensaciones de hambre al ingerir menos de 200 calorías diarias. Y, sin embargo, su lastimoso grado de emaciación (adelgazamiento morboso) no se corresponde con el alto nivel de atención y de actividad que desarrolla.

Hoy se suele indicar que el rechazo de la comida no es una conducta asociada exclusivamente a la anorexia, sino a otros trastornos psicológicos, como la esquizofrenia, la histeria y la depresión. En la anorexia nerviosa no hay, al parecer, trastorno psiquiátrico o enfermedad orgánica propiamente dicha. Se trata de un trastorno de la ingesta, una desorganización oroalimentaria en cuanto a su función y a su realización. El anoréxico se siente a gusto en el peligroso límite entre la vida y la muerte. Por ese placer y ese gusto no está dispuesto a abandonar su calamitoso estado.

La anorexia es una enfermedad que se observa preferentemente en mujeres adolescentes. Aunque se debe tener en cuenta que al menos el 2% de las mujeres jóvenes, entre 14 y 18 años, tiene un trastorno alimentario, no necesariamente anoréxico.

 

Biodinámica de la anorexia

Si la inanición es una desnutrición impuesta por carencias medio-ambientales, la anorexia es una desnutrición impuesta por factores psicogénicos ligados después a trastornos endocrinos o disfunciones hipotalámicas. Suele haber una disfunción psicológica unida a una alteración somática (trastorno de regulación hipotálamo-hipofisiario). Pero los factores orgánicos están supeditados a los psíquicos.

El anoréxico considera fácil el comer, pero no soporta el haberlo hecho. Se somete a una restricción dietética rigurosa. No rechaza la alimentación, pero manifiesta que no necesita comer.

Suele alternar los momentos de alimentación con vómitos y ayunos que descargan la tensión y la inquietud por haber comido. Usa con el mismo propósito laxantes y diuréticos, de modo parecido a como lo hace el bulímico.

Una vez establecida, por imperativos psicológicos, la situación de desnutrición, se altera el funcionamiento fisiológico. La pérdida de peso provoca el trastorno endocrino y la disfunción hipotalámica, hecho que puede dejar enmascarado el problema psíquico originario y subyacente.

El sujeto anoréxico padece un enflaquecimiento drástico. Su obsesión es  mantener el peso corporal muy por debajo (-15% al menos) de la pauta normal o teórica, según edad y talla. (Una chica normal de 1,53 mts. pesa alrededor de 45 kilos; el peso corriente de una anoréxica de la misma talla es de 32 kilos). Brevemente, puede sufrir: hipotermia (temperatura <35,9° C), bradicardia (ritmo cardíaco lento), lanugo (vello o pelusa), estreñimiento, caquexia (estado de extrema desnutrición), bradipnea (<14 resp. por minuto), hipotensión, acrocianosis (coloración violácea de manos y pies), trastorno de sueño, edemas, ojos hundidos, cara chupada, cuerpo esquelético, aspecto de envejecimiento; desinterés por el sexo; y si es chica, amenorrea (supresión de la menstruación).

 

El estado de ánimo del anoréxico

Si en la inanición hay una falta de iniciativa, despreocupación por el mundo cir­cundante, desinterés en la apariencia física; en la anorexia hay mucha iniciativa, fuerza de voluntad sobre el mundo, atención a la apariencia corporal y personal, períodos frecuentes de exuberancia. El anoréxico es hiperactivo. Muestra su energía, aparentemente inagotable, en forma de complejos rituales diarios (estructuración rigurosa de ejercicios, como footing, y actividades ordinarias, para quemar calorías). A veces los ejercicios son realizados como distracción frente a los intensos dolores de hambre que experimenta. El anoréxico adopta siempre posturas que le permitan mantener los músculos en tensión. A veces cae exhausto.

No se da cuenta de su estado caquéxico (alteración profunda de la nutrición); quizás porque su pérdida de peso y su desnutrición le dan un sentido de libertad y ligereza que refuerza su aparente capacidad subjetiva de movilidad.

No obstante, su humor suele ser lábil: tras la apariencia de fuerte voluntad, se encuentran sentimientos depresivos de tristeza, de minusvalía y de culpa, con pérdida de la ilusión por el entorno y por las actividades habituales o profesionales, incluso por la vida misma.

Es incapaz de proximidad emocional y ternura, contacto físico y cuanto significa tomar y recibir en el aspecto afectivo. Es indiferente a la destrucción de su propio cuerpo, como si pudiera vivir autárquicamente por sí mismo. Es incapaz de asumir el papel de adulto e integrar las transformaciones de la pubertad (cambios  relativos al sexo y a la talla).

 

El contenido de la mente del anoréxico

El sujeto anoréxico habla y lee con frecuencia de comidas, pero idealiza la delgadez (cualidad de alto valor) y encuentra horrorosa la obesidad o incluso la ma­nifestación femenina de formas nítidas y turgentes. Tiene alterada, de modo casi delirante, la propia estima: piensa que su talla, su peso y su silueta –aun estando delgados– corresponden a una persona obesa o desproporcionada: sobrepondera el volumen de su propio cuerpo. Por tanto, no regula su alimentación por mecanismos fisiológicos, sino por la percepción distorsionada de su tamaño corporal.

Desea lograr ciegamente la propia identidad, fuera de las exigencias de los padres, sometiéndose a una autoobservación narcisista. El púber parece decir: “no les gusto a los demás como persona, quizás admiren mi cuerpo si no lo dejo engordar”. Para evitar el sentimiento de ser explotado o esclavizado (de perder la identidad, de ser él mismo) busca la delgadez como modo de aparecer más competente y digno.

Tiene una meta de absoluta perfección (evitación de la gordura por motivos que obedecen a lo que la sociedad aprueba: la delgadez), pero sin ningún realismo: de­sea sentirse ligero y sin trabas, temiendo perder el control. El miedo existencial a engordar continúa después de que vuelve a comer.

En unos casos, tiene miedo de enfrentarse al mundo y se esconde detrás de su delgadez: una apariencia delgada es en realidad una evitación fóbica y ansiosa del peso del mundo.

En otros casos, el deseo de adelgazar, en la chica, esconde un rechazo de la feminidad, siendo su tipo  el de formas planas, que rehúye la diferenciación sexual y oculta la ausencia de la apariencia femenina. La chica desea que los jóvenes la miren por lo que es y no por lo que su cuerpo representa.

Esta perturbación alimentaria se conoce desde antiguo. Parece ser que fue Richard Morton el primer médico que en 1689 hizo, en términos muy exactos, la Primera descripción de la anorexia.

 

Prevalencia de la anorexia

Se han registrado los siguientes datos: entre la población general juvenil (pu­bertad y adolescencia) ocurre con una alta frecuencia. Se reitera más entre las chicas (sólo el 10% de varones del total de los casos de anoréxicos).

Alrededor del 25% de las bailarinas están atrapadas por la anorexia o la bulimia en distintos grados. Y es frecuente en ellas el uso (a veces impuesto) de laxantes y diuréticos para mantener una determinada figura.

En el 45% de los casos sobreviene tras un régimen adelgazante; en el 40%, tras una situación competitiva que la joven no ha sido capaz de resolver.

Aproximadamente el 60% de los anoréxicos tienen oportunidad de curarse.

La tasa de mortalidad oscila alrededor del 7%-15% de los casos.

 

Superación de la anorexia

No es infrecuente buscar la causa de la anorexia en la familia, una célula social que es normalmente tachada de rígida y sobreprotectora en su relación con los jóvenes que hay en su seno. Luego viene la propuesta, demasiado cómoda y fácil, de establecer sistemas de terapia dirigidos al núcleo familiar, pretendidamente disfuncional. El enfermo no sería la persona, sino su entorno inmediato. Con esa terapia se logran dos objetivos nefastos: desquiciar al individuo y al mismo seno familiar.

Tampoco es suficiente realizar un mero gesto de denuncia, indicando el talante individualista de la sociedad actual, en la que los jóvenes viven. En realidad parece inviable la tarea de derivar energías de personas o grupos hacia la superación del individualismo, dado que éste no es abarcable en un sólo punto, pues penetra en todas las estructuras y funciones sociales.

Sí podemos todos hacer el intento de transformar el “imaginario social” que tan fuertemente incide en la mente de anoréxicos y bulímicos, una mente que está conformada por ideales del individualismo contemporáneo. Ello está originando una epidemia incontrolable.

Es obvio que la política puede poner la primera acción terapéutica para cambiar ese “imaginario social” y erradicar la anorexia y la bulimia. En este caso, el fracaso de la política será también el fracaso de la terapia médica y psicológica.

 

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