Thomas Hengelbrock : «Tiene una sonoridad misteriosa»
Revista del Real
Polifacético, innovador y audaz, pero también riguroso, Thomas Hengelbrock, el director de orquesta que tomará la batuta en breve para dirigir un Parsifal con instrumentos de la época de Wagner, desvela las novedades sonoras que semejante experiencia puede entrañar para el auditorio.
Thomas Hengelbrock ha investigado y se ha remontado al año de 1880 para intentar reconstruir la sonoridad de la orquesta que dirigió el propio Wagner en el estreno de Parsifal en Bayreuth, pocos meses antes de morir. “Intentamos reconstruir la situación más o menos de la época del estreno en Bayreuth. El sonido será significativamente diferente en muchos instrumentos de viento, por ejemplo en su timbre. Pero también en los de cuerda, porque toda la sección tocan con cuerdas de tripa y solo introducen ocasionalmente el vibrato, al uso de aquella época”, explica el director musical de la orquesta de la emisora NDR de Hamburgo. Un proyecto muy atractivo para él y que, dado que la entrevista se celebra un par de meses antes del estreno, todavía se encuentra en fase de elaboración, sobre todo en lo que respecta a la construcción de algunos instrumentos de la época. “Lo emocionante de este proyecto, también personalmente para mí, es que no puedo describir con exactitud cómo sonará el conjunto, pues algunos instrumentos todavía no sabemos cómo van a sonar, aunque contamos con la descripción de la época. Sobre ello hay interesantes cartas de Wagner, que era un músico muy avanzado también en lo concerniente a la preocupación por los nuevos instrumentos, y que hizo construir él mismo algunos, como por ejemplo la tuba Wagner o la viola de Ritter”. El director, al que acompañarán el Balthasar-Neumann-Chor y Ensemble, fundados por él, señala también que “en lo concerniente a este tema, Wagner, junto con Berlioz un par de años antes, era sin duda el compositor más avanzado, lo que le distingue mucho de Verdi”.
Nuevos instrumentos antiguos
La gran renovación de la orquesta, acercándola a las actuales, se produce en el siglo XIX sobre todo con Berlioz y Wagner, como ha señalado este reconocido innovador que recientemente cosechó un gran éxito al dirigir Tannhäuser en el Festival de Bayreuth. Y describe los nuevos instrumentos antiguos que se incorporarán a la orquesta: “El corno inglés de Wagner, un instrumento que en el registro más bajo es más sonoro y establece una relación con las octavas más bajas, en este caso con el fagot. Se diseñó siguiendo las ideas de Wagner, pero lamentablemente no se pudo fabricar en su época. Nosotros lo hemos encargado especialmente para nuestras representaciones, nuestro tono y nuestros músicos. También vamos a tocar el antiguo oboe alemán, que se parece un poco al actual oboe vienés con los agujeros un poco más anchos, con un timbre más cálido y oscuro, que no es tan gangoso como el de los instrumentos franceses que son los que más se tocan actualmente”. La incorporación de estos instrumentos modificará el sonido de la orquesta.
“Naturalmente, el balance entre los distintos instrumentos se desplaza notablemente. Esa es la experiencia que tuvimos con Rigoletto y Falstaff por lo menos. Los instrumentos de viento metal son claramente menos sonoros en comparación a los instrumentos modernos, y el conjunto de madera suena más colorido y, si los escuchamos con los oídos actuales, también un poco más anticuado. Suena todo todavía a algo artesanal, a madera, a boj.” En el entusiasmo de su expresión uno cree escuchar ya esos nuevos sonidos, al tiempo que el aroma de boj se esparce en el ambiente. Estos nuevos instrumentos cambian la sonoridad de la orquesta, sin embargo los cantantes requieren las mismas cualidades que siempre han sido imprescindibles para enfrentarse a una obra de Wagner, y que Hengelbrock define hasta el detalle: “Los papeles son tan exigentes, aunque solo sea por el tiempo que los cantantes tienen que cantar, que no podemos recurrir a las llamadas voces de música antigua”. Y tampoco estaría en el espíritu de Wagner, según él: ”Hemos buscado cantantes inteligentes y expresivos en el canto, la voz tiene que ser capaz de modular. Lo que no me gustan son los cantantes que solo saben cantar por encima del fortissimo, pues en Parsifal hay que saber interpretar los tonos intermedios, eso es muy importante”. Y si exige rigor en el canto, también lo hace en la declamación pues “el texto debe ser comprensible. Quiero recordar que a menudo cuando ensayaba, Wagner, durante las tres primeras semanas, no dejaba cantar ni una nota a sus cantantes. Solo les hacía declamar el texto: ¡durante tres semanas! Como un buen actor, el cantante debe haber interiorizado el texto antes de declamarlo o cantarlo.”
Una ópera misteriosa
La elección de Parsifal para llevar a cabo este experimento se debe a la particular fascinación que ejerce sobre un director habituado a transitar por todas las épocas y repertorios, no en vano fue director musical de la Volksoper de Viena, fundó el Festival de Feldkirch y ha descubierto al público rarezas como Il Giustino de Legrenzi o ha puesto en escena Il re pastore de Mozart en el Festival de Salzburgo. “De todas las óperas de Wagner esta es la que tiene una sonoridad más misteriosa para mí. Lo que resulta sorprendente en Parsifal y me conmueve cada vez hasta dejarme estupefacto es esa indescriptible magia tímbrica, cuando el sonido se convierte en sustancia compositiva. Es decir que la configuración sonora es inseparable de la sustancia compositiva. En otras obras se puede decir: esta es la estructura, esto es la composición, esto es el contrapunto, estos son los fugati”, explica. Todo esto puedo hacerlo audible en diversas instrumentaciones, y semejante música no suele resistirse a adaptaciones instrumentales. ¡Con Parsifal es diferente! Yo creo que hay mucho de su espíritu metafísico en la sonoridad.” Los sonidos de Parsifal han cautivado a muchos artistas y compositores, porque parece que detrás de su sonoridad habita un enigma también: “En esta obra nos encontramos con una mezcla de colores de los instrumentos totalmente nueva, pero también con una renuncia al gran virtuosismo. Eso resulta muy llamativo frente a las inmensas dificultades técnicas de interpretación a las que nos enfrentamos en parte de Götterdämmerung o de Die Walküre, y por supuesto en las más tempranas óperas románticas. Son óperas técnicamente muy exigentes. Las cosas, para emplear una expresión de Richard Strauss, se elaboran bien, se trabajan bien, se ornamentan bien. En Parsifal lo ornamental desaparece, el sonido mismo se convierte en sustancia. No es un ‘añadido’ sino la auténtica esencia”.
Esa sencillez en la composición, que manifiesta la capacidad para llegar a lo sustancial a través de una gran depuración puede interpretarse como un retroceso en lo armónico, pero para Thomas Hengelbrock es una prueba de sabiduría y compara al último Wagner con el último Mozart: “Piense en la obra tardía de Mozart. Ahí también lo encuentra, que en lo armónico es de nuevo completamente sencillo, ese increíble Do Mayor por ejemplo al final de Così fan tutte. Ahí cabría decir: se trata de un retroceso frente al tratamiento orquestal indómito, colorido, del todo precursor del Romanticismo que supone Idomeneo. Por otra parte, precisamente debido a esta sencillez penetra en el núcleo de exposiciones a las que antes no había llegado nunca. Y algo parecido ocurre con Wagner: Parsifal es pura magia, y tal vez sea la obra que menos se puede explicar. He oído muchas interpretaciones, pero siempre permanece del todo misteriosa. Y con nuestra interpretación tampoco debemos provocar la sensación de que vayamos a arrancar demasiados velos. No se trata, para nosotros, de desvelar Parsifal, sino todo lo contrario. A partir de mi experiencia con los instrumentos del siglo XIX, creo que algunas cosas incluso pueden resultar aún más mágicas”. Para este intérprete, conocido ya por el público madrileño tras ponerse al frente de la orquesta titular del Teatro Real para dirigir Iphigénie en Tauride y La clemenza di Tito, algo en Parsifal, que ataña al tempo, que establece las mayores diferencias con respecto a cualquier obra maestra, que es resistente frente a cualquier intento de forzar el tempo. La obra es inmune a los intérpretes. Tiene una fuerza mágica, también metafísica, que no se puede describir.
Abrirse a la experiencia
Enfrentarse a Parsifal, el legado musical, espiritual y vital de Wagner, que durante treinta años no pudo salir de Bayreuth, el templo de su interpretación, requiere del público una actitud abierta a nuevas experiencias de investigación sonora para escuchar esta nueva propuesta de Thomas Hengelbrock. Un camino que ya investigó en su ejecución del Rigoletto y el Falstaff de Verdi, también con una orquesta histórica. De esa experiencia, el director alemán extrae la conclusión de que vale la pena seguir avanzando en ese camino, dejando las puertas abiertas para dejarse sorprender. “Valoro mucho la apertura de este proceso y no quiero formular resultados. Me parece que empezar formulando la meta se corresponde a un concepto muy estrecho del arte. Eso lo he aprendido de los buenos directores de teatro: vamos a ver una producción y naturalmente tenemos ideas concretas, pero entonces llegan los actores, los cantantes y los músicos, y nos vamos de viaje. Eso es el arte, ahí surgen procesos de enriquecimiento mutuo, que ahora todavía no nos atrevemos a soñar”.