La maldición del apellido Hemingway
Cuando el escritor Ernest Hemingway se suicidó a los 61 años, nació también su nieta Mariel. Mientras su abuelo moría y acendraba con su último gesto una tradición trágica de suicidios y autodestrucción familiar, la actriz de Manhattan iniciaba una existencia de la que formaron parte los fantasmas de la depresión y la locura.
Al fin y al cabo, ya lo había dicho John Hemingway, otro de los nietos del célebre autor de El viejo y el mar y Por quién doblan las campanas, entre otros: “El trastorno bipolar y la depresión clínica son algo propio de mi familia”.
En 1961, cuando Ernest se puso una pistola en la cabeza y se descerrajó los sesos, no existía el litio, una sustancia destinada a curar las depresiones clínicas que no obstante no pudo evitar el suicidio, por ejemplo, del líder de Nirvana, Kurt Cobain, quien se mató también con un arma de fuego en 1994, cuando apenas tenía 27 años.
De esa hoy famosa droga psiquiátrica habló el músico en su canción “Lithium”, donde supo eternizar aquella hermosa frase de “Todos los días es como domingo en la mañana para todo lo que me importa”.
“Si hubiera conocido el litio mi abuelo tal vez no hubiera sufrido de esa depresión clínica que lo llevó al suicidio”, supo decir John Hemingway cuando presentó el libro Los Hemingway: una familia singular (Planeta, 2012), donde contó, entre otras cosas, las tendencias al travestismo de su padre, el tercer hijo del Premio Nobel, quien tras 20 años de matrimonio con Valerie, que fuera primero mujer y secretaria de Ernest, decidió cambiar de sexo y convertirse en mujer.
Ahora es el turno de Mariel, la hermana de Margaux (la atribulada modelo y actriz que también se suicidara en 1996, a los 41 años), quien ha presentado en el Festival de Sundance el documental dirigido por Barbara Kopple y producido por Oprah Winfrey, Runnin from crazy.
La recordada actriz de Manhattan, el celebrado filme de Woody Allen, narra en el documental la historia de enfermedad mental que llevó a los suicidios de siete familiares y que selló el sino trágico de su apellido, revistiéndolo de un halo maldito.
“Honestamente, en mi caso puedo decir que ahora se fue el loco malo y sólo quedó dando vueltas por ahí el loco bueno. Ya no estoy deprimida”, dice Mariel Hemingway, de 51 años, cuyo rostro sin rastros de cirugía conserva parte de la belleza retraída que la hizo célebre en su adolescencia.
La actriz dice haber aprendido a reírse de sí, en una película donde pueden también verse las imágenes de Ernest Hemingway reunidas por Margaux, quien preparaba un documental sobre su famoso abuelo.
Running from crazy es reflejo de las épicas borracheras familiares, con el Hemingway mayor a la cabeza (dicen que bebía tres botellas de ginebra al día), dando cuenta de que junto con la depresión y la tendencia a la locura, fue el alcohol el gran escudo de sangre que derivó en violentas peleas y agresiones mutuas entre la distinguida parentela.
Margaux, a quien sus familiares llamaban “Muffet”, entraba y salía con frecuencia de los hospitales psiquiátricos, un estigma que Mariel conjuró siguiendo ejercicios rigurosos y técnicas de autoayuda que la ayudaron a salir de la depresión y no seguir con ello el trágico sino de su hermana mayor.
La película incluye una escena en la que Mariel visita a su abuelo en la casa de Idaho y la habitación donde se suicidó. También se detiene en las tumbas de sus padres, hermana y abuelo, señalando con tristeza las botellas de Jack Daniels que sus fans dejan en su lápida.