Los Cenci de Antonin Artaud en el Teatro Español
Basada en un hecho real, Los Cenci (1935) cuenta la historia de violencia inspirada en la tragedia de una familia italiana del S.XVI retratada por Shelley y Stendhal. Un aristócrata tirano y cegado por el poder y la riqueza comete los más atroces abusos contra su propia familia.
Una puesta en escena contemporánea y visual que sigue las pautas del Teatro de la Crueldad de Artaud.
Versión libre y dirección
Sonia Sebastián
Reparto
Beatriz Celia Freijeiro
Camilo Luis Zahera
Francisco Cenci Celso Bugallo
Lucrecia Maru Valdivielso
Orsino Daniel Holguin
Giacomo Rolando San Martín
Marcela Marta Belmonte
Olimpio Eduardo Mayo
Draco Aaron Lobato
Papa Celso Bugallo
Antonin Artaud y el teatro de la crueldad
Antoine Marie Joseph Artaud – poeta “maldito”, ensayista, actor y director de teatro- nació en Marsella el 4 de septiembre 1896, en el seno de una familia de armadores franceses. A los cuatro años de edad tuvo un fuerte ataque de meningitis provocada seguramente por una neurosífilis heredada de uno de sus padres que le convirtió en una persona excitable e irritable. Con muchos dolores físicos y perseguido por una sensación de constante paranoia, se vio obligado a pasar largos periodos de su vida en sanatorios mentales (los más prolongados y trágicos fueron los nueve años que estuvo encerrado en tres diferentes, de 1937 a 1946). En 1905, cuando Artaud contaba con 9 años murió su hermana Germaine, suceso que le marcaría definitivamente. En 1910 publicó sus primeros versos bajo el seudónimo de Louis des Attides.
De creencias religiosas tremendamente devotas al catolicismo y tras sufrir uno de sus fuertes ataques, en 1914, pensó ingresar como seminarista. Sin embargo su vida estuvo marcada por la oscilación entre el ateísmo declarado y la devoción excesiva .
En 1920 se trasladó a París donde conoció al psiquiatra Edouard Toulouse, fundador de la revista científico-literaria Demain, para la cual escribió y trabajó como secretario de redacción. Posteriormente estudió actuación en el Théâtre de l’Oeuvre bajo la dirección de Lugné-Poe, y luego se vinculó con Charles Dullin, que acababa de fundar el Théâtre de l´Atelier, en el que participó como actor y realizador. Sus primeros versos publicados fueron Tractac del ciel (1924), aunque más tarde renegase de ellos llamándolos «farsas de un estilo que no lo es y que nunca lo fue.» A raíz de su publicación conoció a André Breton, (escritor, poeta y ensayista conocido como el fundador y principal referente del movimiento del surrealismo). A través de él, asume el cargo de director de la oficina de investigaciones surrealistas. A lo largo de este periodo escribe también guiones de películas y poemas El ombligo de los limbos, El pesanervios, etc. Participó activamente en la revista La Révolution Surréaliste hasta su ruptura con Breton en 1926, época en que fue expulsado del movimiento junto a P. Soupault, acusados de «desviacionismo literario».
Junto con Roger Vitrac funda, en ese período, El teatro Alfred Jarry y entre 1927 y 1929, monta cuatro espectáculos. El absoluto fracaso de sus primeros montajes le lleva a refugiarse en la teoría, con lo que sienta las bases del denominado Teatro de la crueldad.
En 1932 escribió Teatro de la crueldad, manifiesto publicado por la Nouvelle Revue Française en su número 229, donde afirmó las bases de lo que posteriormente será El teatro y su doble (1938), su principal obra crítica, y que junto a Ubu rey, de Jarry, representa la síntesis del drama vanguardista del siglo XX. En su teoría, le asigna al teatro la función de destruir los valores culturales artificiales, impuestos por siglos de dogmatismo racionalista, y propone volver al ritual primitivo para reflejar la verdadera realidad del alma humana y las condiciones en que vive: «el drama de crueldad».
TEATRO DE LA CRUELDAD
No podemos seguir prostituyendo la idea del teatro, que tiene un único valor: su relación atroz y mágica con la realidad y el peligro. Así planteado, el problema del teatro debe atraer la atención general, sobreentendiéndose que el teatro, por su aspecto físico, y porque requiere expresión en el espacio (en verdad la única expresión real) permite que los medios mágicos del arte y la palabra se ejerzan orgánicamente y por entero, como exorcismos renovados. O sea que el teatro no recuperará sus específicos poderes de acción si antes no se le devuelve su lenguaje. En vez de asistir en textos que se consideran definitivos y sagrados importa ante todo romper la sujeción del teatro al texto y recobrar la noción de una especie de lenguaje único a medio camino entre el gesto y el pensamiento.
Este lenguaje no puede definirse sino como posible expresión dinámica y en el espacio, opuesta a las posibilidades expresivas del lenguaje hablado. Y el teatro puede utilizar aún de este lenguaje sus posibilidades de expansión (más allá de las palabras), de desarrollo en el espacio, de acción disociadora y vibratoria sobre la sensibilidad. Aquí interviene en las entonaciones, la pronunciación particular de una palabra. Aquí interviene (además del lenguaje auditivo de los sonidos) el lenguaje visual de los objetos, los movimientos, los gestos, las actitudes, pero sólo si prolongamos el sentido, las fisonomías, las combinaciones de palabras hasta transformarlas en signos, y hacemos de esos signos una especie de alfabeto. Una vez que hayamos cobrado conciencia de ese lenguaje en el espacio, lenguaje de sonidos, gritos, luces, onomatopeyas, el teatro debe organizarlo en verdaderos jeroglíficos, con el auxilio de objetos y personajes, utilizando sus simbolismos y sus correspondencias en relación con todos los órganos y en todos los niveles.
Se trata, pues, para el teatro, de crear una metafísica de la palabra, del gesto, de la expresión para rescatarlo de su servidumbre a la psicología y a los intereses humanos.
Pero nada de esto servirá si detrás de ese esfuerzo no hay una suerte de inclinación metafísica real, una apelación a ciertas ideas insólitas que por su misma naturaleza son ilimitadas, y no pueden ser descritas formalmente. Estas ideas acerca de la Creación, el Devenir, el Caos, son todas de orden cósmico y nos permiten vislumbrar un dominio que el teatro desconoce hoy totalmente, y ellas permitirán crear una especie de apasionada ecuación entre el Hombre, la Sociedad, la Naturaleza y los Objetos.
No se trata, por otra parte, de poner directamente en escena ideas metafísicas, sino de crear algo así como tentaciones, ecuaciones de aire en torno a estas ideas. Y el humor con su anarquía, la poesía con su simbolismo y sus imágenes nos dan una primera noción acerca de los medios de analizar esas ideas.
Hemos de referirnos ahora al aspecto únicamente material de ese lenguaje. Es decir, a todas las maneras y medios con que cuenta para actuar sobre la sensibilidad.
Sería vano decir que incluye la música, la danza, la pantomima, o la mímica. Es evidente que utiliza movimientos, armonías, ritmos, pero sólo en cuanto concurren a una especie de expresión central sin favorecer a un arte particular.
Lo que no quiere decir tampoco que no utilice hechos ordinarios, pasiones ordinarias, pero como un trampolín, del mismo modo que el HUMOR- DESTRUCCIÓN puede conciliar la risa con los hábitos de la razón.
Pero con un sentido completamente oriental de la expresión, ese lenguaje objetivo y concreto del teatro fascina y tiende un lazo a los órganos. Penetra en la sensibilidad. Abandonando los usos occidentales de la palabra, transforma los vocablos en encantamientos. Da extensión a la voz. Aprovecha las vibraciones y las cualidades de la voz. Hace que el movimiento de los pies acompañe desordenadamente los ritmos. Muele sonidos. Trata de exaltar, de entorpecer, de encantar, de detener la sensibilidad.
Libera el sentido de un nuevo lirismo del gesto que por su precipitación o su amplitud aérea concluye por sobrepasar el lirismo de las palabras. Rompe en fin la sujeción intelectual del lenguaje, prestándole el sentido de una intelectualidad nueva y más profunda que se oculta bajo gestos y bajo signos elevados a la dignidad de exorcismos particulares.
Pues todo este magnetismo y toda esta poesía y sus medios directos de encanto nada significarían si no lograran poner físicamente el espíritu en el camino de alguna otra cosa, si el verdadero teatro no pudiera darnos el sentido de una creación de la que sólo poseemos una cara, pero que se completa en otros planos.
Y poco importa que estos otros planos sean conquistados realmente o no por el espíritu, es decir, por la inteligencia, pues eso sería disminuirlos, lo que no tiene interés ni sentido. Lo importante es poner la sensibilidad, por medios ciertos, en un estado de percepción más profunda y más fina, y tal es el objeto de la magia y de los ritos de los que el teatro es sólo el reflejo.
“El teatro y su doble» de Antonin Artaud.
Fecha Del 17 de enero al 3 de marzo de 2013
Sala Teatro Español – Sala Principal
Horario De martes a sábado, 20h. Domingos 19h.
Precio De 5 a 22€. martes, miércoles y jueves 25% de dto.