Comer en el Parador de …
Por Ramón J. Soria Breña
Llegué aquella noche casi de madrugada y sin reserva. No se preocupe -Me dice el tío-. Está completo pero le daremos una habitacioncita de urgencia. Resultó una preciosa y coqueta habitación abuhardillada en la que no faltó ni la fruta fresca, ni la botella de cava helado cuando entramos, el silencio absoluto, el colchón perfecto… Me encantó dormir protegido por el fantasma del palacete porque además llevaba a mi amor en el viaje. Luego el desayuno, en la cama para reponer las fuerzas y proseguir con los versos en los cuerpos y a su hora nos levantamos a comer y casi dije: ¡todo!, como el protagonista de una de las historias de “el sentido de la vida” de los Monty Python, cuando el maître me sugirió algunos melindres de la carta.
No, no me ha pagado la crítica Paradores de España. Yo no me dejaría y menos ahora que por mor de no sé qué rentabilidades oscuras andan cerrando, reduciendo, despidiendo buena gente de tan excelsos antros con encanto. Uno ha cogido cariño a su estilo Felipe II, a las antigüedades de chamarilero fino, a los fantasmas de condes olvidados, obispos decrépitos, monjas alférez o marquesas momificadas e incorruptas, a las sillas estilo horri-castellano, las camas repujadas y con dosel de damasco y flecos de púrpura, los bargueños requisados, el viguerío de maderas con carcomas nobles y los tapices de cueva de Alí Babá o de Montesinos, que nos cae más cerca. Mucho ha cambiado todo eso desde que el espectro de Fraga habita en el olvido y desde que gente experta, sabia, cuidadosa y amable, regenta y mima al innoble huésped proletario del siglo XXI. Son edificios con historia, pasado, mitología, ringurrangos, laberintos y estampa pero convertidos en hoteles habitables, encantados, cómodos, confortables, gracias a las gentes que trabaja en ellos.
He dormido y amado en muchos Paradores y he comido en muchos más, en nombre propio, ajeno o de incógnito y en todos me trataron a cuerpo de Rey (no hablo de los Austrias, claro, pobre gente…), cuidaron de mi sueño y de mi hambre, de mi felicidad y mi golosineo. En todos sin excepción se preocuparon por mi y aguantaron con profesionalidad y acierto mis manías, fobias, dudas, gustos y regustos.
Hay hoteles más modernos y minimalistas con restaurantes más desconstruídos y muchos más sustanciosos o tecnoemocionales pero a mi me gusta cierto barroquismo turbio para mirar con el parche del ojo de la chica de Éboli y amo las cocinas folk que se empeñan, aún hoy, en seguir en el terruño aligerando regustos, salsas, grasas y demás contundencias hasta hacer volver al plato los guisos con memoria y verdad, que ni sorprenden ni engañan, ni obnubilan pero que te incitan y excitan a repetir.
Lástima que sean los alojamientos preferidos de terceras edades con posibles, los extranjeros en busca del Cid y sus secuaces, las parejas casadas por la Iglesia y de luna de miel o aniversario de oro damasquinado, los lectores de periódicos de extremo centro, las tías segundas soleronas o los tíos terceros rentistas y con mulata de novia. Lástima, porque los Paradores deberían ser el alojamiento preferido de modernos y postmodernos, loquillos, alaskas, pegamoides, nativos digitales, steampunks, gauches divines, surferos, fanáticos de Chatwin, comikeros, lectores de Neo2, escritores de fanzine y fanáticos de lo alternativo, reciclado, vintage y okupa… Todas estas avifaunas que fueron por mi recomendación a un Parador volvieron encantadas de la experiencia y repitieron en otro y en otro y…
En algunos de sus restaurantes, no exagero, por razones que no vienen al caso, expurgué la carta entera del primero al último plato, guisote y postrecito. Recuerdo por ejemplo el último Parador de cierta ciudad de provincias, interior y castellana cierto invierno que sufrió mi compañía y en el que exprimí en menos de una semana su restaurante, cocineros, maîtres y camareros de pé a pa. Me comí toda la carta y algún extra de más. Qué decir, todo bueno, rico, bien guisado y mejor expuesto pero, sobre todo, trabajado y servido por gentes estupendas, avisadas, expertas, amables y discretas… ¿peloteo fino?, ¿alguien de mi familia trabaja en uno de esos castillotes?, ¿llevo algún gen de Felipe II o me ha poseído el demonio de Fraga Iribarne y necesito con urgencia un exorcismo en forma de hostia sferificada? No, rotundamente. La red de Paradores de España tiene excelentes hoteles y mejores marmitones. Sólo espero que el tsunami privatizador que barre este país no se lleve por delante este invento y acaben convertidos en anodinos antros de multinacional de la cosa nostra hotelera y sólo deseo que nunca entren en sus fogones ni el engrudo de la cocina internacional, ni la espuma de gargajo de liebre aromatizada con carne de cactus.
Han licuado la educación pública, vaporizado la sanidad, recocido al jubilado, exprimido al ciudadano… y ahora quieren hacer una reducción sin Módena de Paradores. Por favor, saquen a estos cocinillas o aprendices de brujo del gobierno, que esto si que es una pesadilla en la cocina de todos.
Y si una noche de invierno un viajero… como diría el amado Ítalo Calvino, pues ya saben: a dormir, yogar y zampar a un Parador, antes de que se extingan, privaticen, chapen, reconviertan en puticlú o cueva para ejecutas adictos al iphone, la prima de riesgo y la alcachofa en comprimidos.
Nota:
Cuando más renacentistas, grandes y señoreados mejor, sean castillo, monasterio o palacio (y no digo nombres para no olvidarme alguno…)
Los precios además están muy ajustados.