Sobre el desamor
Por Bibiana Faulkner
Mi historia contigo tiene memorias de mil colores, tantos tantos que escribir estas palabras (toditas) en minúscula me ha tomado decenas de días que parecen todos iguales, infinitos, pesados, sin embargo, una ventaja he tenido: cual presbítero a demonio te he exorcizado por hoy y para siempre de mí y de mi piel, y de mis manos, y de mis ojos, y de mis huesos, y etcétera etcétera.
Mi ya gastado amor: deshacernos de nosotros mismos nunca fue tan fácil. Míranos siempre ausentes, tanto tanto que ni siquiera el sabor a cama bastaba para una (re)conciliación.
Yo, enferma de cinismo, te presumía esos azotes míos con un cuerpo ajeno al tuyo provocando un hastío propio tan grande como el dolor. Y a pesar de todo en otro cuerpo aún te buscaba, porque siempre nos faltamos.
Los demonios nos huían, pero nunca nos abandonó la magia del también gastado desamor; entonces confieso en letras que la muerte que comienza por las manos termina en el corazón y sin duda viceversa.
Después de tanto llanto y tantas vísceras al descubierto, decidí alejarte. Me protegía cerrando fuerte muy fuerte los ojos y suplicando que te apartaras de mí, estuvieses donde estuvieses; así fui borrándote de a poco.
Papá solía decirme “escribe de corrido, todo de corrido y sin parar, al final corriges”, pero me olvidé de hacerlo y a cambio obtuve textos cientos de veces perfeccionados, todos tuyos, cada uno hecho para ti.
Fue así como me convertí en una productora barata de textos etílicos y homenajes a nuestra muerte que se alargaba de a poco.
Las personas somos de alcohol también. Y de humo.
Después de forrar con güisqui mis cicatrices, de cubrirlas con cientos de besos de otras bocas, de siluetas que yo juraba tuyas; después de fingir amnesia en cada uno de mis malos poemas y de reventarme la carne en muchos, muchos cuerpos, sucedió que de a poco, te fui borrando, porque nunca nos fuimos suficientes.
Y porque el olvido es una fuerte consecuencia cuando se abusa del deseo.