Vergüenza y desvergüenza

Por Francisco Traver Torras

Imagen: Fernando Botero

 

Dice el Génesis que Dios instaló  a nuestros primeros padres en un primoroso vergel y allí los tenia a todo meter y ellos estaba felices, bien alimentados aunque ciertamente aburridos y con ganas de hacer alguna trastada. Sólo así podemos entender que a pesar de las advertencias de Dios que en realidad se limitaron a una sola -No comer del árbol de la ciencia del bien y del mal- a pesar de eso, digo, no se les ocurriera otra cosa sino transgredir esa norma y echarle mano a la manzana.

 

No sabemos si la idea fue cosa de Eva o de la serpiente, en esto hay diferencia de opiniones según las versiones,  el caso es que cuando Dios -que todo lo ve- se dio cuenta de que sus órdenes habían sido desobedecidas se encaró primero con Adán, pero este se escondió porque entonces se dio cuenta de que andaba por allí desnudo y esa no era forma de presentarse ante la divinidad y es por eso que Eva echó mano de una hoja de higuera para confeccionar un braguero ortopédico para ocultar sus partes -las pudendas- que hasta aquel momento habían pasado desapercibidas por nuestros torpísimos padres.

Lo importante es señalar dos cuestiones:

1) que Adán al ser descubierto no se sintió culpable sino avergonzado y

2) que para defenderse le echó la culpa a Eva y ella a su vez a la serpiente.

Y de aquí ya podemos sacar ciertas consecuencias: la vergüenza es una emoción que sólo precisa de dos actores (como la envidia) y la culpa sin embargo precisa de tres (como los celos). Y más conclusiones:

Al parecer la emergencia de la vergüenza tiene que ver con el conocimiento del Bien y del Mal y que ese conocimiento (vinculado en el mito a comerse una manzana) implica además la ingestión, la incorporación de algo. No vale sólo mira o tocar la manzana, es necesario comérsela para que tenga efectos de revelación, en este caso de la dualidad: del Bien y del Mal.

Así en este sencillo cuento del Génesis el mitógrafo nos explica la emergencia de lo humano, una emergencia que acaece de la pura animalidad virginal (el bosque edénico) y se transforma merced a algo que se comió o incorporó en una conciencia humana que se avergüenza de estar desnudo. Y es lógico que se interprete así pues que la desnudez y la consciencia de la misma tienen que ver con la emergencia de un orden nuevo, un orden humano que va más allá del sexo y la reproducción que seguramente ya existían en el bien cuidado vergel del Edén, que es de donde procedemos, otra forma de decir la Naturaleza o dicho en términos más modernos la Evolución.

Lo interesante es que Adán y Eva vivían en una especie de ignorancia de su desnudez hasta que comen la manzana (el fruto del bien y del mal)

La emergencia de la vergüenza es pues indicativa de esa consciencia de desnudez y por ende de la consciencia humana. Hay algo que se añadió al sexo animal, hay algo más que los mitógrafos han llamado Eros y que han velado para la mirada ajena. En el mito de Eros y Psyché puede el lector encontrar la narrativa concreta de ese “no poder mirar” a los ojos del Amor y es por eso que Cupido se venda los ojos y es por eso que Orfeo pierde definitivamente a Euridice al mirarla. Mirar está vinculado pues a algo humano y que debe permanecer velado a través de la vergüenza.

La vergüenza está en la mirada. La vergüenza es cosa de ojos y por tanto tecnología de espejos y de imaginación.

Y es por eso que el vergonzoso elude la mirada, una elusión que es a la vez juego (ludo), una especie de simulacro sobre lo que no se debe mirar.

Curiosamente y contrariamente a lo que sucede con la culpa, la vergüenza es un sentimiento que aunque ubicuo está mal estudiado. Todos tenemos la experiencia de sentirnos avergonzados, la podemos observar en los niños que se esconden detrás de la madre ante la presencia de un extraño, la podemos observar ante un reto social, un examen oral, el exponerse en publico (y que ahora se ha ocultado detrás del velo de la fobia social) o cuando nos entrevistamos con alguien a quien admiramos, tememos o que se halla investido de autoridad, poder o relevancia.

De modo que es más que evidente que la vergüenza tiene al menos dos acepciones: hay una vergüenza sexual que tiene que ver con la exposición del cuerpo desnudo y otra vergüenza podríamos llamar ética que aparece en la exposición ante una persona “éticamente superior”, la encarnación de la divinidad, entonces nos sentimos como Adán cuando fue descubierto y recriminado por Dios: primero se ocultó y después trató de culpar a Eva.

Existen dos maneras de defenderse de la vergüenza: una es la de ocultarse, esconderse y otra es la de “velarse”, Velarse es un esconderse pero no del todo, es mantener un velo entre el avergonzado y el vergonzante un velo que puede descorrerse en ciertas ocasiones.

Y es por eso, porque existen velos que existe la desvergüenza y con ella el mostrarse a los ojos del otro.

Hay algo de cinismo en la desvergüenza: es como si el desvergonzado nos dijera: no hay nada de que avergonzarse. Somos iguales que Dios, no estamos desnudos y aunque lo estuviéramos no tendríamos de que avergonzarnos. Las personas que operan de este modo contrafóbico disminuyen las posibilidades de éxito social pues son detectados siempre como antisociales, tramposos, inauténticos, como enfermos mentales o como psicópatas. Pero siempre detrás de un desvergonzado hay un vergonzoso que niega la vergüenza de su origen, niega la vergüenza de su linaje. Niega su cuerpo sexuado y por eso se ocultan en sucesivas máscaras, una de las cuales las más importante y frecuentes en clínica son los trastornos alimentarios que recorren una multitud de disfraces desde la anorexia extrema hasta la obesidad mórbida, verdaderos reductos de la vergüenza original transformada en velos y ocultamientos clínicamente aceptados, pero siempre relacionados con la guerra continua que mantenemos entre nuestro Yo y nuestra imagen así como las dificultades de trajinar con los espejos ideales que nos llegan desde afuera.

Y casi siempre la desvergüenza está al servicio del espanto de lo monstruoso, una estrategia para alejar al otro y que deje de mirar.

Todos podemos mirar y ser vistos, pero no siempre que miramos lo hacemos con nuestros ojos ni siempre somos vistos tal y como somos sino con algo que nos es añadido o sustraído por la mirada del otro. Es por eso que la única mirada convincente es la propia o aquellas benefactoras que son capaces de descubrir tonalidades ocultas para nosotros mismos: aprender a mirar con tus propios ojos y aplicar tu mirada a la epistemología del mundo es la principal tarea de nosotros, los exiliados del Edén.

 

 

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