Justo Sotelo: “Lo más divertido de escribir una novela es pensarla”
Por Cristina Cereceda
Hoy conoceremos un poco más al autor de Las mentiras inexactas, Justo Sotelo. Catedrático de Economía Aplicada en Política Económica y escritor que tiene en su haber cinco novelas La muerte lenta (Ed. Libertarias 1995), Vivir es ver pasar (Huerga y Fierro Editores 1997), La paz de febrero (Huerga y Fierro Editores 2006), Entrevías mon amour (Bartleby Editores 2009) y Las mentiras inexactas, publicado este mismo año por Izana editores. Madrileño de nacimiento y vivencias dice que siempre acaba hablando de su ciudad por ser lo que mejor conoce. Amante de la música, presente siempre en sus novelas. Preocupado por el futuro de la literatura, piensa que es necesaria una renovación profunda de la narrativa un tanto estancada desde hace décadas
– Hace tan solo unos meses que salió a la venta su quinta novela. ¿Se siente ya un escritor consagrado?
Espero no sentirme nunca un escritor consagrado, porque entonces dejaría de escribir. Lo único que intento con cada novela es mejorar, avanzar en el conocimiento de los demás y de mí mismo, de la vida que me ha tocado vivir. Como diría Adorno la percepción del arte, y la literatura, cambia de una época para otra. Lo que ahora es aceptado puede que no lo sea en el futuro, y a la inversa. Ni siquiera los grandes escritores sabían que eran “grandes” en su momento, y la mayoría se murió sin saberlo. Además, la expresión de “consagrado” es muy seria, y procuro no tomarme, a mí mismo, demasiado en serio.
– En Las mentiras inexactas transmite una cierta preocupación por el futuro de la literatura, en particular, de la novela. ¿Ve su futuro tan negro como creen algunos apocalípticos?
La literatura, como el arte en general, está pasando por unos momentos delicados. Si a partir del siglo XVIII el arte se hizo hegemónico, al secularizarse y convertirse en un medio que intentaba responder a muchas de las preguntas del ser humano, en este siglo XXI la idea de entretenimiento, de fugacidad, de lo “líquido” se está apoderando de la mayoría de las manifestaciones económicas, políticas y artísticas. Quizá el verdadero arte (la auténtica literatura, y con ella la novela) tenga que recuperar su valor minoritario, y desde ese lugar será casi imposible que desaparezca. Las personas necesitamos contarnos cosas, y un medio ideal es hacerlo utilizando ese maravilloso artefacto que llamamos novela. No creo que se haya inventado nada más preciso para relatar una serie de acontecimientos vitales, siguiendo un hilo conductor que te lleva de un sitio para otro como si estuviera retratando tu propia vida.
– Usted es profesor universitario, no de literatura sino de economía, pero como docente y como alumno también, ¿qué opinión tiene sobre nuestro modelo de enseñanza en general y sobre los estudios literarios en particular?
Esta pregunta se la hicieron a Todorov respecto del sistema de enseñanza francés (nada menos), y el pensador de origen búlgaro se mostró pesimista. La sociedad “líquida” en la que estamos instalados no prima la búsqueda de la profundidad, y eso se ha trasladado al sistema de enseñanza. Aun así, considero que ser profesor es una de las cosas más hermosas que me han ocurrido en mi vida, y, en ese sentido, no puedo ser pesimista, sino sentirme afortunado. Quizá hablar del sistema de enseñanza en general sea algo demasiado amplio. En el fondo la enseñanza es una actividad profundamente individual, que relaciona al profesor con su alumno, y a la inversa. En mi caso, siempre recordaré al profesor de literatura del colegio que, al enterarse de que yo había empezado a escribir algunos relatos, en vez de ponerme un examen al final de curso, me dijo que escribiera un cuento y se lo entregara. Aquel gesto me convenció de que debía intentar ser escritor.
– Algo que llama la atención es su tesis sobre Haruki Murakami, por ser la única escrita en nuestro idioma. ¿Qué es lo que le movió a elegir a Murakami y qué influencia tiene en su propio trabajo?
El mundo de Haruki Murakami es fascinante, tanto por las influencias de la cultura sintoísta y budista sobre su obra, como por los efectos de la cultura occidental que también se observan en la misma. Desde que decidí “volver” a estudiar en la universidad como alumno, me sentí atraído hacia un tipo de literatura poco mimética, incluso decididamente antimimética, que había aprendido de los grandes escritores latinoamericanos y, por supuesto, de los autores esenciales como Kafka, Joyce, Faulkner, Woolf o Pynchon. Sin ningún afán de establecer comparaciones, entendí que la literatura de Murakami tenía cabida en el paradigma semántico latente en esos escritores, e incluso en el mío. Otra cosa que nos une es nuestra afición a la música. En las páginas de las novelas de Murakami fluye el jazz por todas partes, además del rock y la música clásica. Los diálogos terminan siendo una continua improvisación que nunca pierden, eso sí, el hilo de la historia. Salvando las distancias, a mí me ocurre algo parecido. Por poner algunos ejemplos, en Las mentiras inexactas es el rock de Jethro Tull el que se infiltra continuamente en las conversaciones, en la anterior (Entrevías mon amour) las óperas de Gluck y en La paz de febrero no dejaban de escucharse las lágrimas negras de El Cigala.
-Volviendo a Las mentiras inexactas. Sobre el hilo conductor de una historia de amor un tanto peculiar – dado que se trata de un modelo de pareja que, digamos, no se ve con naturalidad en esta sociedad- se plantea un debate plagado de diálogos que recuerdan en muchas ocasiones a una tertulia literaria, ¿es así?
Seguramente la explicación radique en que, entre otras líneas argumentales, en esa novela he intentado plasmar los más de veinte años de mi propia tertulia literaria en ciertos lugares de Madrid, empezando por la que viví en las Cuevas de Sésamo, un lugar que de alguna manera he convertido en una librería de la plaza Santa Ana, donde la gente va a escuchar y a ser escuchado. Otra línea de la novela (y tal vez de las principales) es que defiendo que la literatura oral nunca morirá (ahí veo también parte del futuro de la novela por el que me preguntaba antes). Las mentiras inexactas se escribe desde ese planteamiento. Las dos primeras partes de la historia están puestas al servicio de una tercera donde lo que domina casi en exclusiva es la literatura oral: el relato por parte de Sergio Barrios, el protagonista, de su viaje a Samarcanda (en compañía de un tal Justo Sotelo), las vicisitudes de otro personaje esencial de la novela a través de las ciudades de Lisboa y La Habana, incluso la intromisión en la intriga de escritores reales que se convierten en personajes a través de la ficción “contada” por unos y otros.
– Como acaba de resaltar, la trama se desarrolla alrededor de una vieja librería situada en el Barrio de las Letras, en pleno corazón de Madrid, por la que desfilan multitud de nombres tanto reales como ficticios entre los cuales está usted mismo. ¿Cómo surgió la idea de aparecer en su propia novela?
El hecho de que aparezca un tipo que se llama “Justo Sotelo” es un guiño al lector, pero también al propio autor de la novela, que no tiene nada que ver con ese otro. En el mundo bohemio de Madrid, Sotelo no es más que un personaje que vivió las mismas alegrías y tristezas que los otros. Por eso forma parte de la trama, pero en un lugar secundario, como si estuviera tomando notas que están puestas al servicio del verdadero narrador de la historia. Aparte de la nota curiosa, intentaba resaltar un problema que observo en muchas obras que se escriben actualmente, demasiado pegadas al enfoque semántico tradicional. En mi opinión, la literatura es una de las actividades artísticas que menos ha evolucionado en las últimas décadas, sobre todo si la comparamos con la música, la pintura o la arquitectura. Es como si los escritores tuviéramos excesivo respeto a los editores, considerando que no nos iban a publicar nuestras obras por ser demasiado arriesgadas, o literarias, o poco comerciales. Estoy convencido de que si no intentamos dar un paso más en cuestiones como el lenguaje, es posible que la literatura se muera pronto, pero de muerte natural. En estos casos siempre pienso en el ejemplo de Beethoven peleándose en los últimos años de su vida contra su sordera, su soledad, su ingrato sobrino, el mundo entero y la gran complejidad de sus últimos cuartetos. Y algo parecido les ocurrió a Joyce, Proust o Woolf.
– Tengo entendido que su próximo trabajo trata o se desarrolla en India. ¿Resulta muy difícil escribir sobre un país tan lejano y socialmente distinto del suyo?
En este momento las ideas literarias bullen en mi cabeza y me provocan una deliciosa jaqueca, jeje. Me están dominando dos historias que se desarrollan en Madrid y la India, y que seguramente acabarán confluyendo porque, en efecto, no debería escribirse de lo que se desconoce y yo sólo viví en la India apenas un mes. Sin embargo, los olores, los colores, los ojos de los niños, la luz de las puestas de sol en Pushkar, por ejemplo, no se me van de la mente, y seguro que acabarán instalándose en la otra historia, donde el Atlético de Madrid (mi equipo de fútbol) posee cierto protagonismo. En el fondo, lo más divertido de escribir una novela es pensarla.
– Por último, en estos últimos años proliferan en Internet los blogs de escritores, incluso los en principio más reacios acaban claudicando poco a poco. ¿Qué piensa de las nuevas tecnologías aplicadas a la cultura?
Pues que están muy bien, y que son un instrumento adecuado para desarrollar un montón de cosas. La comunicación mejora gracias a Internet y las redes sociales, y los escritores cuentan con más medios para difundir su obra. El ágora vuelve a revitalizarse, y la gente puede opinar y recibir la confirmación de los lectores que están al otro lado. Sin embargo, me he referido a un medio, y no a un fin. ¿Hay algo más hermoso que pasear por el parque de tu ciudad, o el campo que rodea tu pueblo, después de una tormenta, o coger de la mano a la persona que amas y sentir que todo está resumido en su piel? Esa es la literatura que más me gusta, la que puede instalarse y describirse en la piel acariciada de la persona que amas.
Muchas gracias