Resguardo del viajero
Por Francisco de Paula Pestaña Parras
En Barcelona me escondía en Santa María del Mar a escuchar al organista, y todas sus columnas eran los nervios de ese órgano; en Londres descansé serenamente rodeado de cuervos; peregriné a Montparnasse para leerle a Baudelaire uno de sus poemas en oración lasciva; la madrugada de Madrid sirve el mejor café para fugitivos; he dormido junto a la mujer más hermosa y cruel que conozco mientras afuera esperaba, repentina, Granada en nieve; Praga se me quedó a orillas de un aeropuerto; y no hablaré de mi Catedral, a la que anduve hasta deshacerla.
Escribo esto en un cuartucho de hotel. Es igual a todos esos en los que te sentabas sobre la cama, vestida sólo con un cigarro, y me mirabas. Pronto se hará de día, pero es que apenas si logro conciliar el sueño ahora que ya no estás a mi lado para impedirme dormir.
Ahora, que tus pasos alejándose han dado tantas veces la vuelta alrededor del mundo que me dejaste, desierto como tu vientre.
Estés donde estés –y sólo sé donde no estás-, buen viaje.