¿Puede haber amor entre un humano y un zombie?
Por Francisco Traver Torras
David Chalmers es un filósofo de la mente ( ver ¿Existen los zombies?)
Lo que Chalmers plantea es lo siguiente:
1. Podemos imaginarnos un mundo con seres como nosotros, que hagan lo que nosotros, pero que no sean conscientes: los zombies (o autómatas).
2. La física no podría dar cuenta de la diferencia.
3. Por tanto, la consciencia es una propiedad fundamental y ontológicamente autónoma.
En realidad lo que Chalmers pretendía resaltar con el enunciado de su dilema era el hecho -para el irrefutable- de que mente y cerebro serían entidades autónomas e independientes, de tal modo que podríamos imaginarnos robots sin subjetividad (sin conciencia) y por otra parte espíritus descarnados.
En realidad, no voy a ocuparme de refutar este dilema que por otra parte ya está lo suficientemente refutado por la neurociencia (la filosofía de la mente) oficial sino que voy a servirme de él para construir o mejor iluminar un dilema psicopatológico de carácter obsesivo y hacer un comentario acerca de una pelicula titulada “Blade runner” cuyo guión puedes encontrar en la wiki si aún no la has visto.
Una viñeta clinica.-
Hace algunos años tuve ocasión de tratar durante un largo periodo de tiempo a una persona, por otra parte exitosa en su trabajo, que consultó movido por la necesidad de superar un patrón repetitivo de su vida que podía resumirse con esta pregunta ¿Cómo saber si nos quieren de verdad o se trata de un simulacro?
El cartesianismo de esta formulación solo puede acaecer en una persona con graves disfunciones caracteriales, mi paciente era una persona -que se habia casado tres veces y andaba por el cuarto intento- que presentaba un trastorno de la personalidad de tipo narcisista muy intenso que interfería gravemente en su vida llevándole de fracaso amoroso en fracaso amoroso debido a la escasa capacidad de empatía que mostraba con sus parejas que terminaban por abandonarle al poco tiempo de convivir con él.
Hasta que entendió que ese patrón procedía de lo que él definía como “inseguridad” en su propia valía personal en el terreno de lo afectivo. Pensaba que las personas que se unían a él lo hacian movidas por el interés, más claramente solía decir que le querian por su dinero, lo que le llevaba a una continua indagación sobre el otro movido por -al principio- sólo sospechas, que iban transformándose poco a poco en certezas. Llegaba a la conclusión con cierta celeridad de que en efecto, las mujeres que estaban en su vida eran unas “interesadas” materiales pero que en realidad ninguna le amaba.
No entendí bien la patologia caracterial de mi paciente hasta que acabé interesándome por el dilema del zombie. Esta es pues la aplicación práctica de este dilema que planteaba Chalmers a la clinica de cada día.
En realidad entre Yo y el otro existe un abismo de discontinuidad, no podemos saber lo que el otro piensa, ni podemos tener acceso a sus planes. No podemos saber si quien está con nosotros finge o si “todo se trata de un simulacro”, destinado al engaño. Pero si esto es asi ¿cómo nos las arreglamos las personas comunes para adquirir ciertas seguridades sobre las intenciones de los otros?
Lo que hacemos las personas comunes es entender que sólo podemos aspirar a un mínimo de certidumbre, entendiendo como incertidumbre dura al 50 (si)-50 (no). Dicho de otro modo: en una relación afectiva no estamos nunca situados en ese borde de “cara o cruz” sino que todos adoptamos -engañados o no- la certeza de que el otro nos ama por “nosotros mismos”, sin saber muy bien qué significa este “nosotros mismos”.
Nos conformamos con una certeza del 60 (si) -40 (no). Podemos afirmar que en este rango de probabilidades nos movemos las personas que no tenemos un trastorno de personalidad de este tipo. Y lo hacemos por dos razones:
- Porque tenemos una teoria de la mente (ToM) esto es la posibilidad de tener metacogniciones. Adivinar las intenciones del otro y a través de la empatía profundizar sobre estas intenciones al comparalas con las nuestras.
- Porque a la vez que escudriñamos sobre las intenciones del otro desarrollamos emociones propias con respecto a ese otro, me refiero a emociones amorosas o positivas. Y dado que estas emociones son nuestras no las sentimos como un simulacro o engaño. Y estas emociones enactuan con las “intenciones” del otro fueren las que fueren y las modifican.
De modo que no somos solamente actores pasivos en ese baile de parejas en que nos solemos invoucrar sino que además de recibir información del exterior volcamos información procedente de nuestro interior y modificamos asi la percepción que tenemos del otro y sus intenciones hasta llegar a ese 60-40 que disuelve la duda y entonces la obsesión queda sin función alguna.
El problema de mi paciente era su extremo narcisismo que le impedía precisamente ese volcado de emociones y le enjaulaba en una excesiva inversión en sí mismo, donde quedaba poco para repartir entre los demás. Lo cierto es que mi paciente era incapaz de amar a nadie “por sí mismo”, algo que se evidenció en la transferencia y donde quedó claro que sólo podia amar a aquellas personas que él entendía eran sus iguales, similares en su nivel intelectual.
El zombie, pues era él, carecía de afectos amorosos por los otros (sobre todo con las mujeres) a las que menospreciaba como seres inferiores. Era él, el que carecía de conciencia, pues toda conciencia es autorecursiva y se vale de las emociones propias para enactuar con el mundo. Al bloquear sus emociones esta persona quedaba prsionera de una hiperformulación cartesiana y se abismaba en el bucle diabólico -racional- de Descartes. Hay cosas que sabemos porque las sabemos y aunque podemos equivocarnos, no nos equivocamos en lo esencial, sabemos que nos aman por “nosotros mismos” porque sabemos que tenemos un valor y porque damos valor al otro.
Un caso de pelicula.–
En el caso de “Blade runner” lo que sucede es otra versión del mismo dilema que aparece en otras películas y novelas de ciencia ficción, ” Harrison Ford se enamora de una “mutante” o zombie a sabiendas de que lo es.
¿Pueden los zombies amar?
Ya sabemos que no, puesto que están programados, bien, para trabajar, bien para el sexo o bien para discutir u obedecer. Si están programados significa que no disponen de libertad y la libertad es precisamente ese 10% que separa la experiencia de incertidumbre de la de sensata certidumbre. Un robot vive en la certidumbre total, nunca podrá hacer algo que vaya en contra de aquello para lo que fue programado, lo que le hace ideal para las tareas repetitivas o seriales pero incapaz para la improvisación afectiva que está presidida por la incertidumbre que no es otra cosa sino la libertad.
Pero a Harrison Ford esto no parece importarle demasiado pues el ha descubierto que ama a la bella mutante que le pusieron delante y acaba fugándose con ella sin un destino fijo.