El miedo a la crítica de la industria cosmética
Por Adolfo David lozano
¿Cuántas veces pasamos las páginas de secciones de belleza de revistas y magazines a lo largo del año? Incontables ciertamente. Sin embargo puede que no hayas advertido -o al menos no lo suficiente- una diferencia sustancial en comparación con otro tipo de revistas o simplemente con otras secciones o apartados de la misma. ¿Te gusta el cine? No te preocupes si andas perdido entre todos los estrenos de las últimas semanas en busca de un par de entradas, pues siempre tendrás disponibles las calificaciones de tal o cual largometraje por parte de este o aquel medio. Obra maestra, buena, mala…de hecho todos estamos algo familiarizados con los iconos de estrellas de rigor en la crítica cinematográfica. ¿Te gusta la gastronomía? En ese caso seguro que estás al tanto de las estrellas Michelín, de referencia en el sector, y te aseguras de echar un vistazo a las opiniones que aperecen en las revistas de los restaurantes de tu ciudad. ¿Te gustan los coches? Entonces eres muy afortunado, pues podrás disfrutar de valoraciones de las berlinas del mercado hasta el más mínimo detalle, todo su entramado mecánico, estético, prestacional, de seguridad…hasta el punto de que los menos informados en el asunto pueden llegar a entender básicamente nada dado el tecnicismo valorativo. ¿Te gusta la cosmética? Bueno, aquí tienes sobre todo tres cosas: anuncios, anuncios y anuncios. De acuerdo, también suele haber artículos, los cuales están altamente supeditados a quienes hacen esas tres cosas tan importantes, los anunciantes. ¿Has leído alguna vez en esas revistas cosas tales como “este producto de farmacia es muy agresivo para la piel”, “los ácidos del suero X son inútiles dado su pH inefectivo”, “el precio de este producto no tiene correlación con su fórmula y hace promesas infundadas”? Yo llevo más de 10 años leyendo ese tipo de revistas y secciones de belleza y puedo asegurar que no.
De hecho, la tan asociable escala de ‘bueno, malo o regular’ en los ámbitos antes comentados -así como en muchos otros- resulta del todo ajeno al mundo de la industria cosmética. La cosa funciona algo así como: aquí tienes este producto, este otro producto y este otro producto, uno es bueno para lo uno y éstos para lo otro. Todos proceden de laboratorios reputados, han sido formulados por respetados dermatólogos e incluyen lo último nunca visto. Si no te va bien un producto es porque no se adecúa a tu tipo de piel, pero ¿mediocres, malos o defectuosos? ¡Por supuesto que no! Esto no es sorprendente, sino claramente alucinante, pues lo peor de todo es que la propia industria cosmética se ha creado un nirvana de perfección que no sólo hipnotiza al público sino que acaba creyéndose ella misma. Pero, ¿alguien en su sano juicio cree que todos las películas son siempre obras maestras, todos los restaurantes deberían tener 5 estrellas michelín o que existe algo siquiera cercano a un coche a prueba de averías o incluso accidentes? Puede que resulte difícil de asumir o simplemente extraño para un público en gran parte instruido a golpe de campañas publicitarias e intereses de una industria sabiamente dirigida por ejecutivos entrenados en captación de clientes, pero debes bajar del nirvana del mundo cosmético. Éste tiene aciertos y comete errores como cualquier otro mundo o sector. Sus productos no siempre son recomendables, las nuevas fórmulas en ocasiones son peores que las antiguas, dermatológicamente testado sólo significa que un dermatólogo de la marca ha dado su aprobado (puede significar mucho más, pero nada obliga a ello), un producto el triple de caro puede ser el triple de malo.
¿Por qué la industria cosmética no acepta la crítica? Porque ha sido ella la que ha estado dirigiendo durante años y aun décadas las redacciones de belleza a base de comprar espacios publicitarios a precios millonarios y, por qué no, comprar también a redactores y periodistas. La mayoría de presentaciones de productos cosméticos a la prensa funcionan del siguiente modo: regalo del producto junto con envíos de las increíbles propiedades del producto, y si hay un evento en el exterior regalo de un viaje a París, Milán o Londres para la presentación oficial con hotel, spa, desplazamiento..etc incluidos. Si alguien espera después de todo esto, y de que la marca se haya dejado miles de euros en comprar una sola página publicitaria..etc, que un redactor eche por tierra ese nuevo producto, entonces puede esperar sentado. Y es que la industria cosmética tiene un miedo insoportable a la crítica, por ello se guarda todo lo posible para evitarla. Al final este casi perfecto idilio entre los medios y esta industria acaba traicionando a quienes siempre he considerado que deberían ser los auténticos protagonistas: los consumidores. Tras meses exponiendo los engaños y fraudes del universo cosmético, me he dado cuenta de cuánta gente comparte un mismo interés por obtener una información que no esté pasada por los contratos de estas marcas. A primera vista, me ha sorprendido el interés suscitado. Mejor pensado no es tan extraño: posiblemente nadie antes en esos medios les había hablado de una manera clara y honesta. Mucha gente me considera en este aspecto como crítico de cosmética y me parece bien. No obstante siempre escribo y analizo las cuestiones como lo que siempre he sido: un consumidor. Y es evidente lo poco o nada que puedo llegar a soportar el engaño masivo a los consumidores en este caso de cosmética. Los problemas de esta falta de crítica cosmética, ironías del destino, no sólo perjudican al consumidor, sino que acaban frenando un mayor avance y dilapidan importante parte de los potenciales beneficios del sector cosmético. Un vez dicho todo esto puede que alguien de esta industria acabe contestándome: “Al consumidor le damos lo que él quiere”. ¿Pero qué va a querer un consumidor desinformado y a conciencia analfabetizado?
Adolfo David Lozano
JyB
Juventud y Belleza