Ahora tengo miedo a otras cosas
Por Alcaraván
Estaba recuperándome, en casa, después de una larga estancia hospitalaria que había dejado mi cuerpo y mi mente como si se hubiesen centrifugado en una lavadora. El último sábado del mes de mayo, al mediodía, se presentó en la puerta del apartamento mi prima Visi. Es prima carnal por parte de madre y venía acompañada de su acostumbrada sonrisa y su típica forma de hablar, muy de nuestra ciudad, que alarga mucho las últimas vocales y parece como si cantase. En dos frases es capaz de omitir la “d” en los participios (pagao), de convertir la terminación de los diminutivos en uco o uca, de utilizar los pronombre en función del género (laísmo) y sobretodo de truncar el modo subjuntivo por el condicional (tendría por tuviera). Todas estas incorrecciones, tan asumidas y toleradas en mi ciudad, sumadas en conjunto, otorgan al discurso de Visi cierta comicidad y hacen que se desprenda del mismo una sensación de familiaridad y de cariño que hace que te sientas a gusto. “Así he hablao toda la vida y bien que se me ha entendio”, dice siempre que alguien intenta corregir sus frases.
―Hola primuco, qué tal va todo ― decía mientras me daba dos besos en sendos pómulos. No sé el motivo, quizá por su estatura; pero siempre besa muy cerca de los ojos. ―Mira lo que te traigo guapo ―mostrando una bolsa de plástico con el anagrama de alguna gran superficie del extrarradio.
―Tú sí que estás guapa prima ―contesté mientras me apartaba para que pudiese entrar.
Supuse que era pescado por la humedad de los papeles de periódico que conformaban la envoltura y el agradable aroma que desprendía. Me di cuenta de que había acertado cuando me pidió una fuente grande y una bayeta de cocina.
Somos coetáneos por lo que supera ya los cincuenta. Casada desde muy joven con Sito, un pescador de bajura, dedicaba todas las horas del día a atender una pescadería ubicada en el Mercado de la Esperanza, en el mismísimo centro de la ciudad.
― ¡Pa que te repongas pronto hijuco! Ya sé que es tu preferido. Invitas a un par de amigos y pasáis un buen ratuco ―mientras conformaba una bola con el papel de los periódicos y dejaba sobre la encimera un enorme San Martín de más de tres kilos y un ramillete de perejil.
Desde que nací he vivido en una ciudad costera y con puerto pesquero. Siempre me gustó ir a recibir a los barcos y presenciar la descarga de las cajas de peces aún revoltosos y saltarines, acompañados del ruidoso piar de las gaviotas que dibujaban espirales por encima de nuestras cabezas (hoy es el día que lo sigo haciendo). Me gustaba aquel ajetreo y el dinamismo que mostraban todos los pescadores para llegar los primeros a la lonja, en medio de gritos y gesticulaciones.
No se me olvidará nunca la primera vez que vi este pez. Recuerdo que fue mi tío Chus (casualmente padre de Visi) quien me lo puso delante de la cara y lo hizo con la única intención de asustarme y reírse de mi, sabedor de lo miedoso que era. Debió de conseguirlo porque, recuerdo que salté hacia atrás como empujado por un resorte al ver aquel pez lleno de aletas espinosas y erizadas, con una gran peca negra en los costados, de un color gris verdoso sucio y con boca de imbécil que dilataba y encogía a voluntad. Creo que, cuando sucedió aquello, tenía nueve años de edad.
Mi tío, consciente de la impresión que había causado en mi la visión de semejante punk, decidió incrementar el miedo contándome cosas fabulosas y misteriosas que achacaba al pez. Aún hoy recuerdo que me decía que este pez esta siempre por las profundidades (a más de cuatro campos de fútbol) en fondos de arena donde a veces se entierra para hacerse invisible. Que es un nadador solitario y misterioso que, únicamente sale a la superficie cuando tiene que asustar a niños vagos y desobedientes como yo.
Decía, también, que su verdadero nombre era el de Pez de San Pedro y que el nombre, en latín, que usaban los científicos era Zeus faber. ”Zeus, como el gran dios griego”, enfatizaba con la voz impostada.
A veces recapitulo y parece que oigo su voz contándome el porqué se llama así y el origen de las manchas negras. Recuerdo que pasados tres o cuatro años comprobé su relato pues de puro fantasioso que era me costaba muchísimo creerlo. Ante mi asombro comprobé que el tío Chus no me había engañado y que del Pez de San Pedro ya se hablaba en la biblia. San Mateo, en su evangelio se refiere a este misterioso pez: « (…) Los recaudadores de impuestos del templo de Cafarnaúm se acercaron a Pedro y le preguntaron… ¿Ni tú, ni el que llamas Maestro, pagáis lo señalado? El discípulo preguntó a Jesús, que le respondió: Evitemos enfrentamientos. Vete al mar, echa el anzuelo, abre la boca del primer pez que cojas y allí encontrarás una moneda de plata con la que pagarás por los dos». Y así lo hizo Simón Pedro, pero la creencia popular fue mucho más allá. Según la leyenda San Pedro pescó un pez que sujetó bien con el pulgar y el índice, dejando para siempre grabadas sus huellas circulares en los lomos y sacando además de su boca el estáter, moneda griega, que cubría el pago de los dos.
Ha sido un pez muy desprestigiado, seguramente por su aspecto feo y hostil, y nunca fue apreciado por los propios pescadores. Hoy en día, gracias a la ponderación de grandes cocineros, es muy cotizado gastronómicamente hablando por ofrecer una carne delicada, jugosa, intensamente aromática y sabrosa. También es motivo de alegría para los pescadores cuando cae en sus redes o en sus anzuelos debido a su precio.
Me dispuse a cocinar el pez, después de avisar a un amigo y a su pareja, de la forma más tradicional, la que he conocido siempre en mi casa (era una casa en la que se comía muchísimo pescado). Era, además, el tamaño ideal para ser asado. Por si alguien está interesado os muestro la receta, a continuación; aunque es muy sencilla:
Ingredientes: San Martín limpio de unos tres kilos, 5 cebollas medianas que no sean rojas cortadas en aros, 5 patatas cortadas en panadera, 1 limón, guindilla o cayena (opcional), aceite, sal y ½ litro de vino blanco. (Yo suelo añadir dos pimientos verdes cortados en tiras).
Preparación: se limpia, se sala y se rocía con el zumo del limón. Se dan dos o tres cortes no muy profundos y se incrustan rodajas de limón. En una fuente de horno con un chorro de aceite se dispone el pescado y se pone a hornear a unos 180 ºC hasta que se desprenda de la espina. Si quieres puedes pochar un poco la cebolla, las patatas y el pimiento en sartén aparte. Echas la guindilla y el vino blanco y das unos hervores. Luego lo viertes todo en la bandeja acaldando las patatas en torno al pez y a hornear.
Como no puedo invitaros a todos, os muestro una fotografía del San Martín en plena elaboración. ¡Lástima que no os llegue el olor! Me he dado cuenta de que ya no me produce ningún temor. Ahora me lo producen otras muchas cosas. Muchas gracias, prima.
Alcaraván
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