LOS «POYAQUES» Y LOS «DETALLITOS»
Por Rafael Caunedo.
Si algo malo tiene que tu familia y amigos viajen a menudo es que suelen traerte regalos.
Hace bastantes años, cuando yo rondaba los veinte, tenía una amiga azafata de Iberia y siempre que volaba a Nueva York, la pedía que me trajera unos Levi’s 501, que por aquel entonces eran insultantemente más baratos allí que aquí. Esos vaqueros no eran un regalo en sí mismos ya que yo mismo me los pagaba, pero a mí me parecía el mejor de los detalles. Este tipo de encargos se llaman «poyaques»; es decir, po ya que vas, me traes unos vaqueros. Los «poyaques» siguen siendo por desgracia muy habituales, pero debido a la globalización y a la universalidad de las franquicias, los encargos han ido derivando hacia otras tendencias. Los clásicos son, por ejemplo, po ya que vas a Cuba, tráeme habanos. O po ya que vas a Tokio, tráeme sake, aunque luego no hay Dios que se lo tome y termine la botella llena de polvo al fondo de la despensa.
Los «poyaques» son una cruz. O eran, porque ahora ya no se suelen hacer y su uso se ha cambiado por el del «detallito», o sea, que nadie te pide nada, pero tú te sientes tan generoso y espléndido que dedicas un día entero de tu viaje a comprar «detallitos» para todos. Las tiendas de turistas son el gran mal de finales del siglo XX y que por desgracia seguimos manteniendo en el XXI. Y su aportación a la decoración, un espanto.
Tréme un «detallito», te dice todo el mundo. Y claro, uno busca siempre algo cutrillo para no arruinarse, generalmente gastando toda la calderilla de moneda extranjera que te aparece por los bolsillos. Compras gilipolleces a todo aquel del que te acuerdas. Más de una discusión he presenciado yo entre matrimonios que a última hora, en las tiendas de los aeropuertos, no comparten el mismo criterio a la hora de comprar tazas tuneadas, peluches con banderitas y los trágicamente recurrentes imanes para la nevera. Me gustaría encontrarme cara a cara con el tío que tuvo la genial idea, ya le iba a decir yo por dónde meterse los imanes.
Y es que el mundo del «detallito» en los viajes está haciendo estragos en la decoración de interiores. Uno ya no sabe qué hacer con tanta pijotada. Yo declararía inconstitucional traer regalos absurdos comprados sin ganas, y comenzaría a denegar licencias de apertura para tiendas de turistas. Porque, pongamos por caso: ¿qué imagen de España tendrán los amigos de los turistas que nos visitan cuando abran sus «detallitos»? Hoy he ido al Paseo del Prado para «documentarme» y escribir este artículo apoyándome en la realidad. Cuando he entrado en la tienda he pensado lo espantoso que era todo aquello. Ha sido una experiencia francamente desalentadora.
No, me niego, lo siento pero no quiero más detallitos. Estoy harto de dedales con tulipanes y molinos holandeses, abrebotellas de torres Eiffel, trapos de cocina con I LOVE NY y dragoncitos de Komodo despeluchados. No es que sea un snob y ahora vaya de estirado, pero me niego a participar en esto, que bastante tengo yo con cargar por los aeropuertos con todos los «detallitos» que ya compra mi mujer.
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