Omnipresente mesa
Por Alcaraván
Una vez mas he de enfrentarme a una situación decisiva para mi futuro próximo. Una vez mas va a ser sobre una mesa; apoyo estable de los documentos a firmar y testigo silente de mis temores y de la suficiencia de mi futura jefa…
Desconozco si a vosotros os pasa lo mismo; pero si repaso, aunque sea someramente, al catálogo de acontecimientos significativos, importantes y decisivos de mi vida, salvo unos pocos que lo fueron en la cama o en el sofá, encuentro con sorpresa que la mayor parte de ellos se han llevado a cabo sobre una mesa o alrededor de ella. Bueno, cuando era menudo, también debajo.
En qué espacio arquitectónico de interior, aunque sea minimalista, no hay una mesa de mayor o menor tamaño. Hay unas que ocupan posiciones centrales con muchas ínfulas, protagonistas de acciones cotidianas para los humanos y otras más discretas y retiradas cuya humildad lo único que las permite es sustentar una lamparita o un portarretratos; a veces solo un triste cenicero. Al primer grupo pertenecen las mesas objeto de este escrito: las indefectibles de comedor.
Son innumerables las acciones cotidianas que ejecutamos los humanos con una mesa de comedor presente (precisamente por la comodidad, estudiada, de sus 75 cm. de altura) a lo largo de nuestra existencia. Para no extendernos demasiado, baste con citar un ejemplo por etapa. De niño, cuando todavía está mantelada, como escondite o castillo protector de nuestras damas y dominios. De adolescente, como pantalla encubridora cuando, en comidas familiares, jugamos irreverentes con el pie entre los muslos de nuestra pareja mientras sonreímos a los rostros de los comensales. De joven, en momentos de ardiente deseo, confundiendo el tablero de la misma con un sólido tálamo, después de desparramar enérgicamente todo lo que sobre el mismo se ha depositado con anterioridad. En la madurez como soporte indolente donde gestionar con sosiego y sobriedad todos los asuntos revestidos de cierta gravedad: revisión de calificaciones, reprimendas, contabilidades domésticas, etc., etc., etc. En la senitud como baluarte de nuestro cuerpo y atril para el diario que ya no sujetan nuestros trémulos brazos. También para apoyar los codos y pinzar el mentón con las uves formadas por el dedo pulgar y el índice de cada mano, en momentos reflexivos y evocadores de lo que hemos dejado atrás.
Dijo un filósofo, (de verdad que no recuerdo quien), que los útiles y las herramientas no son ni más ni menos que una prolongación adaptable del cuerpo humano. Estoy totalmente de acuerdo con semejante afirmación; es imposible o casi imposible, por ejemplo, aflojar o apretar una tuerca ayudándonos únicamente de la presión de los dedos de la mano (compruébelo el lector, si es incrédulo, con los suyos y con cuidado de no dañarse) y, en cambio, es una operación sencillísima si a nuestra mano adaptamos una prolongación en forma de llave inglesa, sin mas. Algo muy parecido sucede, a mi modo de ver, con los muebles (movibles), sobre todo con las mesas y los de asiento. En definitiva, si ignoramos los materiales con los que están construidos, los colores y los estilos lo que verdaderamente consiguen los dos es elevarnos el suelo hasta posiciones más cómodas y ergonómicas para nuestra columna vertebral y nuestras extremidades. Cuando utilizamos una mesa o una silla estamos adaptando nuestro esqueleto en pos de su propia comodidad y prolongando la fuerza que ejercemos, debido a la gravedad, en el sólido suelo. De nada nos serviría sentarnos en una silla construida con materiales gomosos y deformables o en otra que estuviese flotando por el aire.
Una vez hecha esta introducción (creo que he vuelto a enrollarme) voy a centrarme a partir de ahora, en la mesa como elemento asociado con los muebles de asiento, que forma un conjunto cuyo único fin, en este caso, es servir de apoyo a todos los útiles, ornamentos, manjares y comensales partícipes y necesarios en cualquier reunión restauradora de nuestros nutrientes. ¡Ni mas ni menos que la mesa puesta para comer! A partir de ahora lo que cuento es gracias al asesoramiento de Ciuco, amigo restaurador que me lo ha brindado de buen grado.
Pues bien, una vez que disponemos del conjunto de mesa y sillas y su definitiva ubicación, vamos a ir agregando útiles (recordad lo que dijo el filósofo), según indicaciones de mi amigo Ciuco, de forma secuenciada y por orden:
Mantelería: El mantel es el vestido principal de la mesa y de su calidad y material depende la primera impresión. Es muy recomendable utilizar un bajo-mantel o muletón para evitar ruidos y que el mantel resbale. Dice que como mucho debe colgar un tercio de la distancia que haya desde la mesa hasta el suelo. Los colores mas utilizados y elegantes son el blanco, los pasteles suaves y el marfil.
Servilletas: Es un elemento imprescindible en toda buena mesa. El tamaño más utilizado es de 50 cm. x 60 cm. Se doblan en forma de triángulo o de rectángulo y se dejan a la izquierda o a la derecha del plato; nunca se debe meter en la copa.
Vajillas: La vajilla es fundamental, tanto a diario como en ocasiones especiales. Las habituales son de porcelana y de loza. Hay variedad de diseños y tamaños. Una vajilla debe contener, al menos en su formato más básico: platos hondos, platos llanos y platos de postre. Los bajo-platos o platos de presentación inicialmente no forman parte de la vajilla, y cada vez son mas utilizados como elemento decorativo. Cuando coloque los platos en la mesa recuerde que nunca se han de colocar dos platos iguales juntos.
Cubiertos. Colocación: El cuchillo se coloca a la derecha del plato, con el filo hacia adentro. La cuchara se coloca a la derecha del cuchillo con la concavidad hacia arriba. Y el tenedor se coloca a la izquierda del plato, con las puntas hacia arriba. Los cubiertos de postre se colocan en la parte superior del plato.
Cristalería: La cristalería, al igual que la vajilla, marca y distingue una mesa. Si desea poner una mesa elegante opte por diseños sencillos y de cristal transparente. Las piezas básicas con las que debemos contar en una cristalería son: copas de agua, copas de vino y copas de champán. No es habitual colocar en la mesa más de 4 copas.
Ornamentación: Es libre y solo está sujeta a las normas del buen gusto que se imponga cada cual. Se utilizan cerámicas, lamparitas, centros florales, en fin, lo que uno desee; siempre y cuando no ocupen mucha superficie ni impidan la visión del comensal que tenemos enfrente.
Aquí estoy, sentado al lado de una mesa y mi futura jefa sentada al otro lado, justo enfrente, ofreciéndome el contrato y una sibilina sonrisa. Mientras tanto recuerdo que la última vez que compartí una mesa con ella fue hace tres años, en el despacho de su abogado, cuando firmamos los papeles del divorcio.
―He pensado que no firmo. ¡Sempiternas y omnipresentes mesas! ―dije, en voz alta, mientras me incorporaba.
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