Venecia mística
Por Raúl Fernández de la Rosa
Soy uno de esos viajeros -léase también como metáfora de vida- que rehúye de las masas. Los que están dentro y los que están fuera, o algo así decía Muñoz Molina en su artículo semanal en Babelia. Este artículo está fuera y mentado de traición o memoria, pues el suplemento ya no es gratuito en la red y yo dejé mis pagados sabatales en mi último viaje relámpago a mi tierra natal, que no comprada.
Decía y digo -que no Rodrigo-, que no soporta de buen grado mi ánimo las grandes aglomeraciones. Por dar un breve ejemplo, yo que vivo en Roma evito a toda costa pasear por los Foros Imperiales en los festivos, y a cualquier hora soleada –no importa el día- por via del Corso. Me gusta pasear, que no esquivar, si no hubiese sido trashumante.
Una de las paradas obligatorias de la trashumancia en la ciudad que habito es parte del imaginario colectivo gracias a la cinematografía: la fontana di Trevi (soy consciente de que estoy hablando de la Ciudad Eterna, pero sólo quisiera preparar el viaje de una Venecia mística.) Bien, pues no hay cosa más horrible que sentir el gentío a lo lejos y, al llegar, luchar a brazo partido por tu trozo de aire para acometer la locura de adentrarse en dicha plaza.
Así que muchos pensarán que la secuencia de Marcello y Anita sea imposible. Que no se puede sentir el verdadero sonido de Roma, el del agua, a los lejos y que el rumor vaya creciendo en los oscuros callejones y descubrir una plaza conquistada por el mármol de una fuente exuberante que nos espera en soledad. Pues ello es posible cuando en el reloj no han dado todavía las tres de la madrugada.
Venecia, hay otra ciudad alejada de las palomas. Esa que fue el preludio de la muerte de un Gustav que divagaba sobre los relojes de arena. En el título de este artículo queda claro que se trata de una actitud. Me explicaré, la ciudad mística existe como en Roma, pero no es sólo una cuestión horaria. La Venecia mística es fácil de encontrar, depende de nosotros, de nuestra predisposición.
Sólo será necesaria una directriz (si diera más correríamos el peligro de un viaje organizado): rehuir del gentío. Tome la dirección opuesta a la masa. Diríjase a esas callejuelas solitarias, existen al girar la esquina de las fotos más buscadas. Allí será usted el único extranjero, deje los lugares del imaginario para las altas horas de la noche o las primeras del alba, luego huya. Su ánimo y su bolsillo se lo agradecerán.
La Venecia mística es una ciudad desconocida, agazapada en pequeñas plazas y puentes escondidos. Lo laberíntico hace de ella algo inesperado. La noche y el agua son siempre buenas compañeras de la memoria; ver lo que la masa no ve, no tiene precio, para todo lo demás…
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