PETER PANES Y CAMPANILLAS

 

Por Tura Varla

Mortalmente afectados por Peter Pan y el Principito, existen los hombres que no quieren crecer. Y nosotras, Campanillas que bebimos veneno y nos quedamos enanas por salvarles la vida, somos olvidadas porque existe Wendy.

Quedé con Perfecto un jueves por la noche después de mi café semanal con Malena. Mi amiga Malena, la psicóloga, vino a contarme esta vez sus más y sus menos con Imbécil Integral, el que, según decía, era el amor de su vida. La mía era una visión mucho menos romántica del asunto. Imbécil Integral llevaba casado desde la mayoría de edad con una mujer aburrida, frígida y soporífera. Al llegar a la crisis de la mediana edad conoció a Malena, una atractiva psicóloga mucho más joven. Intentando convencerse a sí mismo de que estaba hecho un conquistador nato, se la llevó a la cama y ahora la veía dos veces por semana sólo para follar. Cuando ella intentaba entablar una conversación adulta él se escapaba. Sólo quería hablar y practicar el sexo. Cualquier otra variante provocaría que tuviese que asumir la responsabilidad de sus actos, y eso era algo que Imbécil no estaba dispuesto a permitir.

 

-¿Pero pretendes que deje a su mujer por ti? -Le pregunté- Ten en cuenta que la suya es una postura muy cómoda.

-No puedo pedirle eso. Me conformo con lo que me da, es como un niño.

Como un niño, sí, eso era algo que tenía en común con Perfecto. Dicen que una mujer tarda tres segundos en saber si se acostaría o no con un hombre. Cuando le vi me sobraron dos y medio. Era el tipo más atractivo que había conocido en toda mi vida, aunque nunca pude plantearme nada con él porque era el mejor amigo de mi pareja de entonces, Indeciso. Durante los cuatro años que duró mi relación con Indeciso los tres fuimos inseparables. Íbamos al cine juntos, íbamos juntos al teatro, paseábamos agarrados como en las películas de la nouvelle vague. A veces llegué a plantearme qué tipo de relación había entre ellos. Luego deseché la idea. Los lazos entre Perfecto y yo se iban estrechando de una forma un tanto especial. De hecho, cuando mi relación de pareja se volvió un infierno y rompimos, en la repartición Perfecto me tocó a mí. Durante mucho tiempo quedamos al menos una vez por semana para abrirnos en canal y mirar el uno dentro del otro. Construimos un amor platónico basado en la mutua admiración, nos adorábamos. Teníamos una relación perfecta, sin discusiones, sin altibajos, sólo hubiese podido mejorarse con el sexo. Nos lo planteamos muchas

veces, pero para él era mucho más difícil que para mí.

-Acostarme contigo significaría crecer. -Me decía- Y yo no quiero crecer. Deberías entenderlo.

Una vez estuvimos a punto de comenzar algo que él no hubiese estado preparado para culminar. Así que se asustó y decidió irse a trabajar al extranjero, a Suecia. Estuvo allí un año entero sin llamar y sin escribir. Varias veces llegué a pensar que se había muerto y me recreaba en la idea para mortificarme. Hasta que me llamó aquel día para decirme que había vuelto a Madrid y que ardía en deseos de verme. Lo dijo exactamente así:

-Ardo en deseos de verte.

Yo sí que ardía mientras me arreglaba ante los ojos inquisidores y psicoanalíticos de Malena.

-Estás enamorada de él. -Me dijo.

-No, no lo estoy. Me lo tiraría, nada más. Un polvo de bienvenida, ¿qué te parece? Él es… Objetivamente perfecto para mí, ya sabes, nos admiramos mutuamente, siempre estamos de acuerdo en todo, existe química entre nosotros, tenemos los mismos gustos y aversiones… pero, no sé. Es un crío. Cuando quiera tener hijos ya criaré los míos propios.

Pero Malena, como enamorada practicante que pretendía que todos fuésemos de su condición, no quiso creerse ni una sola palabra de mi discurso.

Y allí estaba yo, esperándole en el bar dónde habíamos quedado, divina de la muerte, sintiéndome espléndida y  tomándome un martini. Y allí llegaba él, con su abrigo negro y su aire de dandy antiguo, y el tiempo pareció ralentizarse mientras se acercaba…

Hay gilipollas, personas que lo son y que suelen no saberlo, también hay determinados comentarios gilipollas que no vienen a cuento, y actitudes gilipollas, y luego está la cara de gilipollas que se me quedó a mí cuando, tras los dos besos de rigor, Perfecto se sacó de la espalda a una modelo sueca de metro ochenta y pico, pelo rubio, labios carnosos y medidas absurdas a la voz de:

-Esta es mi novia, Agneta. Agneta, mi mejor amiga, Clarisa.

Y allí estaba yo, sintiéndome una fea, gorda e insignificante Campanilla que, como si no tuviese suficientes problemas con ser ignorada por Peter Pan, encima tenía que vivir con el temor a morirse cada vez que un niño dejaba de creer en las hadas. Puta Wendy.

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