BLADE RUNNER: PARA REFORMAR.

Por Rafael Caunedo

Todo aquel que me conozca habrá pensado que ya estaba yo tardando en hablar de Blade Runner. Hay dos temas que me superan y que, aunque intente no hacerlo, suelo colar en mis conversaciones. Uno es Thomas Bernhard, de cuya casa me reservo un espacio espacial para hablar en esta sección; y otro es, claro, Blade Runner.

Decorartes es un lugar curioso en el que cabe prácticamente de todo. Blade Runner da mil y un motivos para estar también incluida aquí, ya sea por los efectos visuales, la estética, la ambientación o por el peinado de Sean Young. Es una película cuyo estreno quedó injustamente eclipsado por un extraterrestre que comía Lacasitos. No es por quitarle mérito a Spielberg, al que le debo muchas alegrías, pero el impacto que causó en mí la película de Ridley Scott no se puede ni comparar.

Recuerdo meterme en el cine sin tener muy claro qué iba a ver. Eso sí, cuando conseguí levantarme de la butaca al terminar, juro que vi en la Gran Vía a un par de Nexus 6  caminar por la acera y a la china de la Coca-Cola en la fachada de unos de los edificios. Por cierto, que de eso hace exactamente treinta años y es ahora cuando empezamos a colgar nosotros los luminosos publicitarios en la plaza de Callao.

Moebius, desaparecido hace unas semanas, se arrepentiría toda su vida de haber rechazado la propuesta de colaboración en la preproducción de Blade Runner. Dijo que no, y se decantó por participar en Les Maîtres du temps, de Rene Laloux, una peli de animación que pasó sin pena ni gloria. Eso sí, de manera indirecta participó el bueno de Moebius por cuanto sus ilustraciones en el cómic The long tomorow, escrito por Dan O’Bannon en el 75, sirvieron de inspiración a un receptivo y genial Ridley Scott, quien apoyado en la dirección artística de Lawrence G. Paull, David L Snyder y Linda DeScenna, consiguieron uno de los dos Oscars que ganó la cinta. Y no sólo eso, también Moebius y sus colaboraciones en la revista Métal Hurlant sirvieron para dar forma a aquel mundo decadente y sucio. Sólo faltó la aportación de Syd Mead, un diseñador industrial al que le molaban los trastos y de cuya imaginación nacieron muchos de los aparatitos de Blade Runner y Alien.

Scott, al que idolatré en su momento, dejó caer en alguna ocasión su atracción  por el cuadro de Edward Hopper “Nightawks”, del que se dejó influir para alguna escena de la película, lo que creó entre nosotros una afinidad especial que el tiempo y algún fiasco cinematográfico han ido diluyendo.

Yo, cada vez que la veo (porque la sigo viendo de vez en cuando), pienso que no me importa nada que las previsiones tan agoreras que vaticinaba el guión no se hayan cumplido. Una sociedad en ruinas de la que todo el mundo quiere huir. Visto desde fuera es una pena, pero ya inmersos en la pura ficción, o ciencia ficción mejor, la estética tan cargante, deprimente, húmeda y maloliente tiene su punto, y así se ha dejado ver en películas posteriores de las que es sin duda referente.

Todo en la película me gusta, incluida la ambientación de las oficinas, los locales de ocio o los apartamentos. Me gustan no para vivir en ellos, de hecho creo que no aguantaría ni cinco minutos entre tanta gente y tanto trasto, sino para admirarlos, para dejarme seducir por un mundo del que me creo todo y cuyo nivel de detalle llega hasta el diseño exclusivo de una botella de Johnny Walker en una secuencia de segundos.

No sé cómo será la ciudad de Los Ángeles en 2019, ni cuales serán las tendencias en decoración, pero si nos dejamos llevar por la película, aquella será una época de extremos. Mientras las clases opulentas vivirán en edificios minimalistas y de una frialdad evidente, las clases populares lo harán en apartamentos atiborrados de mobiliario y cacharrería varia. No quisiera ser yo la señora de la limpieza en una de esas casas. No hay orden ni concierto, y tanto de puertas adentro como en las calles, parece que reina el caos, la mugre y el humo. En las pelis de Ridley Scott siempre hay humo, niebla o vaho; es una fijación curiosa que agobia un poco más, si cabe, al pobre espectador que pronto padece claustrofobia en esas calles intransitables y sobrecargadas en las que correr sin chocarse con un chino con paraguas resulta imposible. Sociedad cosmopolita no, lo siguiente.

En cualquier caso, ni me llama el Off World (mundo exterior) ni quiero el terrenal que propone, pero por si alguien está interesado, creo que Ennis House, la casa de Frank Lloyd Wright donde se rodó Blade Runner, sigue en venta porque después de un terremoto y un par de inundaciones, está para reformar. La propiedad ha tenido que bajar el pecio un 50% y ahora debe rondar los seis millones de euros. ¿Te animas?

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