Solteras de treinta y muchos

Por Tura Varla

Una vez conocí a una chica, llamémosla Mónica. Era guapa, alta, rubia, y tenía un buen trabajo. En su vida sólo tenía un problema: sus treinta y ocho años y sus ganas de tener hijos. Hijos que únicamente deseaba previo matrimonio. Bienvenidos a la era del subdesarrollo emocional. Cuando un hombre huele la desesperación, simplemente huye.

Mónica pasó de un hombre a otro, le resultaba fácil, tenía éxito, era divertida y atractiva… pero estaba desesperada. Los tipos se enamoraban, disfrutaban unos maravillosos meses con ella, y cuando escuchaban la palabra “boda”, o esta otra, “niños”, salían corriendo sin dar explicaciones. Aunque mi amiga nunca perdía el ánimo.

Consulté con el Señor Pedante, uno de esos tipos madrileños actuales que creen que pueden vivir del aire y de ser bibliotecas andantes, con el que salí unos meses, y lo consulté con él porque se las daba de gran erotómano. La pregunta era: “¿Los hombres asumen sencillamente que una mujer de esa edad ha renunciado a la maternidad?”. La respuesta del Señor Pedante fue, por desgracia, nada sorprendente.

-No, pero deberían. Las mujeres de esa edad, solteras, tienen pocas posibilidades de dejar de estarlo. Los hombres por encima de los treinta y cinco que salen con ellas, ya tienen hijos o no los quieren. Y si quieren tenerlos, buscan alguna jovencita con la que no tener prisa. Es así de sencillo.

Lo cual me llevó a una pregunta aún más profunda: ¿Tanto ha evolucionado a humanidad que las mujeres tenemos que elegir entre tener una carrera y un buen trabajo o tener niños?

Supongo que sería más fácil para Mónica si no desease casarse primero. Pero, ¿es justo en realidad que tenga que renunciar a sus deseos o principios? Decidí comentárselo, pero ella no me dejó hablar en absoluto de mi conversación con el Señor Pedante. Sólo podía pensar en su nueva adquisición, Soltero Recalcitrante, el cual se había convertido en novio formal en su imaginativa mente en tan sólo dos semanas. Por lo que pude deducir de su emotivo soliloquio, el tipo en cuestión era simpático, atractivo, rico (hasta aquí todo bien, reunía las mismas características que ella) y sufría de una terrible aversión al compromiso. Mónica creía que podría cambiar eso, pero yo no quise animarla demasiado. Un soltero recalcitrante es un soltero recalcitrante, por muy atractiva que pueda resultar mi amiga Mónica. Y como bien apuntó Señor Pedante, este tipo de hombre sólo busca divertirse o una jovencita. A veces ambas cosas.

A las dos semanas, Soltero Recalcitrante dejó a mi amiga. Ella no entendía nada, pero… había cometido el error de dejar sobre la mesa el “Especial novias” de una conocida revista de modas.

Subdesarrollo emocional, dícese de la vida moderna, acelerada, con ritmo frenético básicamente nocturno y con poco tiempo para el amor. ¿Nos habremos vuelto más prácticos y menos emotivos? ¿Se puede ser práctico y emotivo al mismo tiempo? A los pocos días dejé a Señor Pedante por ser más práctico que yo. Y entonces se me despertó un temor que hasta ese mismo momento, ni siquiera existía como posibilidad en mi cabeza. ¿Y si de repente deseaba tener hijos a los treinta y ocho y estaba sola? ¿Y si me entraba el complejo Mónica?

Mi amiga Valentina me consoló:

-¿Y qué hay de la inseminación artificial? Hoy en día una mujer no necesita un hombre para tener hijos.

A pesar de que a esas alturas, Valentina, ya había decidido que no necesitaba hombres para nada, tenía razón en ese punto. Yo ni siquiera creo en el matrimonio, la que tiene un problema es Mónica.

Actualmente, Mónica sale con un chico de veinticinco años, guapo, sencillo y sin dinero. Quizá tenga suerte, quizá si los hombres mayores buscan chicas jóvenes para no tener que comprometerse pronto, las mueres mayores tengan que buscar chicos jóvenes para tener hijos. No sé, a lo mejor es la única forma de combatir el subdesarrollo emocional. Ojalá tenga suerte.

 

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