LOS MUEBLES ABANDONADOS
Por Rafael Caunedo.
No hay nada más triste que un mueble abandonado en una cuneta; es como un recuerdo sin dueño.
Los que somos soñadores y no nos gustan los telediarios, detrás de cada mueble abandonado siempre descubrimos una historia con la que eludir la realidad; únicamente hay que fijarse, evadirse mentalmente y dejarse llevar. Después, una vez hechas las presentaciones y rota la vergüenza, tan sólo hay que esperar a que se decida a hablar. Porque los muebles hablan, sí, transmiten emociones, y si les apetece, te cuentan su vida.
Un mueble abandonado es un tachón en un manuscrito.
“¿Ves ése sillón?”, me dijo un hombre cuando me vio hacer la foto, “pues desde allí yo di el pase a Iniesta para que marcara el gol en la final”.
Me duele el alma al encontar un mueble tirado en un descampado; es antinatural verle allí esperando que el pedrisco agriete su barniz y el sol decolore su piel. No es un final honroso, es como envejecer a bofetadas.
La silla cruje igual que si llorara porque el barro se engulle sus patas.
“Sentada en esa silla esperaba mi madre cada tarde con un tazón de leche y miel a que yo llegara de la escuela”, me dijo aquel hombre.
Y yo, al mirar con fijeza, vi a su madre allí sentada gastando las lágrimas antes de que su hijo llegara, agotando la pena.
Hay veces que me da miedo pensar demasiado ‘en ficción’. Creo que debería aprender a no inventarme historias allí donde no hay más que muebles abandonados. La imaginación, mal guiada, puede hacer que pierdas la cabeza, sobre todo en días como hoy.
Esperaré un tiempo prudencial a ver qué pasa.