VERONA o lo que Shakespeare no vio
Por Raúl Fernández de la Rosa.
La Città di Verona, Patrimonio de la Humanidad, está encadenada al amor. Odi et amo, dijo Catulo, ilustre vate Veronés. Romeo y Julieta, basten sus nombres. Los primeros poblados nacieron al regazo de su río, el Adige. Luego, durante siglos, la ciudad vivió en él. A finales del XIX llegó el odio en forma de crecida –aún se puede ver el nivel alcanzado- y la capital del Veneto lo abandonó, quedan los muraglioni, muros de contención, y un cauce remodelado por el hombre.
«Pleasant Verona!», Dickens dixit. Veronetta es uno de sus barrios, diminutivo del nombre, fue uno de los primeros núcleos de vida en la ciudad. Allí se encuentra el teatro romano, denigrado acústicamente, pero activo para la vida cultural veraniega. Se puede gozar de, pongamos, un espectáculo flamenco de Sara Baras. Aunque la acústica ya no sea romana, uno se sabe en el meandro del inicio, piedras que albergaron veinte siglos, en la noche de los tiempos. Nos los lo dice un susurro de hojas arbóreas al viento y el murmullo de las aguas en secreto de silencio. Entonces, se siente que el verdadero tesoro es estar, que el tiempo ha erizado el recuerdo, vertiendo el humo de los tiempos.
En ese mismo barrio, de denominación francesa y bélica, a pocos metros del teatro, encontramos una pequeña calle. Las empinadas escaleras de piedra inician una subida serpenteante y adoquinada. Nos dirigimos hacia el antiguo fuerte austriaco que domina la ciudad desde el margen derecho de su caudaloso Adige. El castillo, vigía en el monte, es uno de los resquicios de la lucha contra los franceses. Castel San Pietro es un magnífico mirador de enamorados, no hay mejor lugar para contemplar la batalla de la luz contra la noche. Desde el que se puede contemplar un marco inmejorable: Verona, una ciudad que fue puerta de paso, estratégica, de todas las culturas desde lo latino. Sus torres, vestigios de las ansias de poder de cada familia, fueron bombardeadas de manera masiva, siglos más tarde. Hoy, recuperadas; como Cangrande de la Scala restableció el mármol romano de sus calles, amaba el esplendor imperial. Ciudad que fue azotada por las guerras entre guelfi e ghibellini. De ello, y del carácter mayoritariamente partidario de la urbe, son testigos las almenas – coronación de los castillos- en forma de cola de golondrina, eran partidarios del papado.
Pero no se puede amar sólo en la distancia. Es necesario pasear sus monumentos, de noche y de día. Ver el esplendor del extraño diseño del Castel Vecchio, hecho para la huida al Norte de los Scaligeri, único castillo autopista del mundo. La signoria Scaligera fue uno de los periodos más esplendorosos para la ciudad, pero el odio y su compañero siempre van de la mano. Si no que se lo pregunten a Dante; pueden hacerlo ustedes mismos, después de pasar por uno de los puentes que atraviesan el río -llenos de candados del amor que destruyen el patrimonio- y por alguna de las puertas romanas. Diríjanse al antiguo Foro romano, hoy Piazza Erbe, pero que sigue siendo mercado y punto de encuentro de la ciudad. Allí, lo romano y lo medieval italiano dan vida a la ciudad moderna, hija de ello. Miren donde miren, la historia y la belleza les rodeará, toda la ciudad es un auténtico museo a la medida del hombre, es tranquila y llena de vida. Antes de ver la estatua de Dante, Piazza dei Signori, deberán pasar un arco, del cual pende una costilla de ballena, pregunten por sus leyendas. Eso sí, primero, es recomendable contemplar Piazza Erbe junto a un spritz, típica bebida. Para comer, una Trattoria, calidad y precio, pasta y vino de la tierra.
Los monumentos son innumerables, las iglesias, el claustro, las puertas, los palacios, las casas, las plazas, los puentes, las estatuas, los relieves: época austriaca, veneciana, scaligera, medieval, romana. Pero no puedo dejar de hablar de la Casa de Julieta: punto de encuentro de los enamorados. Pintadas de amor llenan la entrada, el balcón coronando, una pequeña plaza interior y la estatua de la desdichada amante. Dice la leyenda que deben desear mientras le tocan el gastado seno; pero también se rumorea que el Bardo nunca visitó Verona. El teatro y el amor son una constante en el apacible lugar. Podrán ver teatro hasta en la calle y ópera en la Arena. Piazza Bra alberga el anfiteatro romano, en un inmejorable estado de conservación, y con una impresionante oferta cultural. Podrán disfrutar de las mejores óperas y escuchar, entre los bravo y los aplausos finales, viva Verdi!: Vittorio Emmanuele Re d’Italia, grito de independencia, historia moderna italiana.
El Veneto está en el bucólico nordeste italiano. Su capital, Verona, de unos 300.000 habitantes, es uno de los mejores ejemplos, calles empedradas y secretas plazas, la Italia del imaginario. Abandónese en sus jardines como lo hiciera Goethe. Paseen al ritmo pausado de la ciudad. Contemplen cómo el odio destruyó y el amor construyó. Déjense llevar por la mágica luz nocturna y traten de descubrir las mil y una historias que sus muros encierran, claustro de pasiones. Sin duda, primavera-verano es la mejor época, porque es tiempo de esplendor y temporada cultural. Una ciudad rodeada de verdes montes y arrullada por su sinuoso río, amado y odiado. Divina Verona.