ROMA KAPUTT MUNDI
Por Raúl Fernández de la Rosa.
Fábula de fuentes
Roma es una ciudad clásica: conocida antes de conocerla, que diría mi querido profesor Rico. Pero este no es lugar de fotos clonadas: abandonemos el Colosseo y la Colonna Traiana ¡que sólo queden los espíritus viajeros! Obviamente, sé que pasaréis por allí: no ha nacido persona que no pise el foro en Roma –disculpen el ripio, pero era irresistible.
Pongamos que es de noche:
Si viajan en avión (lo más económico) deben procurarse, a toda costa, una ventanilla y les permitiré embriagarse con la Roma resabida. Aunque ella no está sola. Antes deberán cabalgar las serpientes de luz que llevan al alma de los Idus: una maqueta inmejorable, mágica. Si viajan en tren (no lo recomiendo): ya saben que obviar.
La primera cosa que sorprende en esta gran ciudad – de casi tres millones de habitantes- es la falta de luz o tenue luz, que diría Maruja Torres. No estamos acostumbrados al poco gasto lumínico. El primer pie, el primer contacto real con la ciudad para la mayoría de los mortales, se sitúa en la fílmica estación de Termini. Es allí donde descubrimos una ciudad de bajos fondos: mal iluminada, sucia y con tranvías que llaman a las viejas imágenes del NO-DO. No se asusten, recuerden que son de espíritu rebelde. Además, la Roma de mármol no queda lejos. Nótese, la céntrica e importantísima estación no está rodeada de limpieza. Adoren el intercambiador de metro. Es el único de las dos líneas, nada mal para una ciudad como esta, de las más extensas de Europa. Eso sí, hay líneas de tren regionales con trazados urbanos, espectaculares en la frenada. De verdad, chirrían como una cama de viejos muelles enrobinados, una delicatessen. Pero no acaba aquí el transporte público, hay un hibrido entre el tren interurbano y el tranvía, un pequeño tren eléctrico, il trenino, diseñado por Playmobil®. Más allá de la ironía, es imprescindible utilizar cada uno de estos transportes, ello mismo es una experiencia. Pero no se piense que se puede llegar a todas partes con uno de ellos, es una utopía. Sólo hay un medio público que lo recorre todo, y es la verdadera experiencia, el pulso de la ciudad: el autobús.
El rey del carnaval del transporte merece un párrafo para él sólo. Lo he entronado porque nadie vive en esta ciudad sin ellos, los autobuses. Porque el sistema de nocturnos es lo único que funciona bien en esta capital europea, al menos en cantidad y frecuencia, no me aventuro con los enlaces. Todo carnaval que se precie, en nuestros tiempos, tiene una reina. La nuestra es –redobles- el conductor de autobús. Es un personaje de diferente sexo, edad o lugar de procedencia; pero con un nexo común: la temeridad poligonera, que diría un buen valenciano. Conducen poseídos por el alma del tunning, obligado agarrarse rápido y fuerte al pasar el umbral del vehículo. Todos ellos olvidan que tienen una madre o que esta podría ir en el autobús, con el consiguiente peligro de fractura. ¿Dudan? ¡Atrévanse! Por otro lado, el viaje no es gratis. Aunque lo parezca y pueda serlo o no, les recomiendo que antes pasen por un estanco o por un quiosco y pidan un biglietto (digan algo así: bi-yiet-to), pues en la mayoría de ómnibus no hay modo físico de conseguir los biglietti: la reina no tiene obligaciones pedestres.
Se preguntaran – quiero imaginar yo, que para eso escribo- dos cosas: por qué estos conductores públicos conducen así y qué lugares hay fuera del circuito de mármol.
Hipótesis, el tráfico en la capital es de carácter indiano: haz lo que quieras, cuando y donde quieras, sólo debes estar atento al resto; que, obviamente, actuará de igual modo. Dada esta realidad circulatoria, se comprenden los frecuentes frenazos bruscos de esas moles –muchos son de doble cuerpo- llamadas autobuses. Pero no quitemos todo el mérito al carácter personal. En Italia es de uso frecuente una expresión –tres; no daré su vertiente mal sonante, apréndanla – que define el sentir itálico: affari tuoi o fatti tuoi. Algo así: asunto tuyo. Pero ya se ha visto la variedad, con lo que ello implica, y su uso es una bandera nacional y cotidiana.
Lugares: primero, déjense llevar por las diferentes posibilidades del transporte público. No se preocupen por las iglesias, están debajo de las piedras y aquí hay muchas piedras. Lo importante es saber que el viandante se rige por la ley del tráfico. No esperen nunca a que alguien se detenga, ni soñar con el paso de peatones. Crucen con el lema de los legionarios romanos por bandera: nec spe nec metu (ni esperanza ni miedo, sin esperanza y sin miedo: cojan el concepto: olviden la traición). Usted dividirá el tráfico como Moisés las aguas. ¿Peligroso? Bueno, recuérdese el poemario de Alberti: Roma, peligro para caminantes. Los años no pasan para la Ciudad Eterna: Il motorino sigue siendo un peligro y una diversión, libertad en estado puro; los adoquines por doquier – no he podido resistirme; el agua: es el auténtico sonido de roma -quise recordar, pero no pude, la frase exacta del poeta- que surge de los rincones y camina con el caminante; y la ciudad escatológica: Piedras felices, que quien no las mea, /si es que no tiene retención de orina, /si es que no ha muerto es que ya está expirando.
No olviden pasear por el barrio del Pigneto, de origen popular hasta la pobreza. Lugar en el que Pasolini rodó, le inspiró y actúo su gente, lo más auténtico de su obra. Ahora, es llamado el barrio de los artistas, lo bohemio y lo mundano se unen en su isola pedonale, copas caras y baratas, de tarde y noche; frutas, verduras y demás en su mercado matutino, diario y de barrio. Visiten el nominado bar de Pasolini: Necci. Disfruten con las tangenziali (circunvalaciones interurbanas o Rondas): hay una fantástica a escasísimos centímetros de los balcones. También están obligados a pasear o caminar por San Lorenzo. Vayan a su Piazza dell’Immacolata, con la iglesia de rigor, lugar de reunión de botellones –a veces volantes- y demás: en suma, un nido de contrastes, como toda la ciudad.
La Roma de piedras e iglesias está en cada rincón. Un ejemplo, entre los dos barrios nombrados se encuentra una parte de los mayores restos de la antigua muralla, Porta Maggiore, y un sinfín de residuos de actuales y ancestrales romanos. Hay belleza y fealdad – lo difícil es discernir- en cada edificio, en los colores raídos y en las casas aparentemente abandonadas. Todo nuestro viaje, lo narrado, tiene su reflejo en lo romano, en la ciudad y en el ciudadano – lo sé, lo sé, pero es la última vez que lo hago.
La antigua Caput mundi comparte cierta belleza decadente que puede ser vista en algunas partes de Cádiz. Trastevere es lo que El Puerto de Santamaría a la capital gaditana: por su isla y por Alberti.
P.S. Os dejo la ciudad turística