EL TEATRO EN EL RENACIMIENTO.

ARQUITECTURA

Por Carlos Revuelta Bravo. Arquitecto.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha sentido la necesidad de pintar en las paredes: como una invocación ritual antes de la caza o como simple decoración; con un fin religioso o sencillamente haciendo unos graffitis para mostrar nuestro descontento o nuestro ingenio.

Durante el Renacimiento, la forma de ver las cosas y de representarlas mediante la pintura sufrió un cambio importante, basado fundamentalmente en una nueva percepción del espacio. Para el sistema figurativo medieval, la idea de espacio era algo relacionado con lo sagrado, irreal y aperspectivo: se determinaba por lo que contenía y no como un elemento con entidad propia. Además, el carácter simbólico religioso de su naturaleza negaba el valor del arte como instrumento válido de representación, ya que se entendía como un elemento ideal –por tanto, claramente diferenciado de la realidad-. Con el Renacimiento se recupera el interés por la descripción sistemática del mundo fuera del ámbito de lo arbitrario, y por ende, por una nueva definición del espacio generada, en un comienzo, más desde la práctica y la experimentación que a partir de una teoría. Tiempo después, con la llegada del Gótico Internacional, proveniente de las cortes francesas de París y Borgoña y caracterizado por un nuevo entusiasmo por la vida -quizás marcado por la superación de la Peste Negra (1348-50) que asoló Europa y causó la muerte de casi la tercera parte de su población-, este proceso se estanca; hasta que las experiencias llevadas a cabo en Florencia poco después del inicio del Quattrocento cristalizan en un nuevo sistema de representación coherente -fundamentado en el uso de la perspectiva-; procedimiento que a diferencia del anterior ya no está basado en la propia visión del ojo, sino que es un producto de la mente, del intelecto, y por lo tanto, independiente de la realidad.

Los primeros en aplicar la perspectiva fueron los pintores, y entre ellos debemos destacar a Masaccio. Nacido en 1401, entró en el «Arte de los médicos» de Florencia como pintor  en 1422 (los pintores en esa época pertenecían a dicho gremio debido a que eran los médicos los que manejaban los productos necesarios para poder elaborar los colores) Si nos fijamos en su obra “La Trinitá” para la capilla de Santa Maria Novella en Florencia (1426), descubrimos como el fondo del cuadro, a través de su brillante y elaborada construcción, consigue disolver -con el uso de la perspectiva- la pared, el plano físico de la realidad y, crear un espacio totalmente nuevo. 

Principalmente existían en aquel momento dos técnicas decorativas para la pintura mural: una consistía en tratar las paredes como soporte de una pintura imitando multitud de cuadros, independientes unos de otros, con marcos decorativos de diversas formas –a la manera de lo que hicieron los pintores en la época del Imperio romano y que se adoptaría posteriormente en Versalles-. La otra, trataba los techos y paredes como un lienzo, donde la pintura crea todo tipo de arquitecturas y paisajes fingidos. En algunos casos estas pinturas se reforzaban en su efecto con la escultura o la propia arquitectura.Un ejemplo temprano, aunque paradigmático, es el trabajo realizado por Mantegna para el duque Ludovico de Mantua en la “Camera Picta” o Cámara de los Esposos. Realizado en los años 1465-74 en el Palacio Ducal, se trata de la decoración  de las paredes y el techo de un espacio cuadrado (8.1 x 8.1 m.), donde los frescos pintados anulan completamente el espacio real, y los elementos arquitectónicos -como la chimenea- son integrados en la composición, en un relato descriptivo que abarca el presente de la familia ducal y su corte (con sus costumbres) y que incluso alude a sus ambiciones futuras. El techo semeja un cielo abierto donde aparecen distintos elementos como pájaros, “putti” y una balaustrada donde se apoyan las figuras que miran hacia abajo, haciendo del propio espectador el actor de la escena. Este primer ejemplo pasó desapercibido durante casi medio siglo por su localización dentro de un espacio privado.

 

La forma del teatro como tipo edilicio durante el Renacimiento en Italia es la de un contenedor, no identificable habitualmente por su aspecto externo, dado que se suelen construir en edificios ya existentes o cuyas fachadas a la ciudad carecen de relevancia y son incapaces de transformar lo que les rodea. Pero al interior no sucede lo mismo: los arquitectos de la época debieron buscar una nueva manera de solucionar el aspecto y organización de dichas salas. Una de las soluciones más brillantes y exitosas fue el trasponer al interior el aspecto exterior de los lugares  donde se solían representar dichos espectáculos: escena urbana diseñada de tal forma que parezca la perspectiva de una calle, plaza o jardín; cuyo aspecto viene dado por los techos pintados a modo de cielos estrellados –como en los antiguos teatros romanos-, la disposición de elementos como barandas y columnatas coronadas por esculturas clásicas a modo de pérgolas y por las pinturas ilusionistas de las paredes, en una composición en la que no se sabe dónde empiezan o acaban unas y otras. Siendo capaces de integrar la magia de las propias representaciones con la de la sala, y de llegar –a través de la decoración- a romper con los modelos clásicos, creando un nuevo y desbordante sentido espacial.

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