¿Por qué nos gustan los superhéroes?
Por Carlos Javier González Serrano.
En The Dark Knight Returns (Libro 3), Batman dirige a Clark Kent estas palabras: «Tú siempre dices que sí, a quien veas con una insignia o con una bandera… Nos has vendido, Clark. Les has dado el poder que debería haber sido nuestro. Justo lo que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección: tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me enseñaron que el mundo sólo tiene sentido cuando lo obligas». Esta cita, que en apariencia puede representar nada más que la reaparición del trauma del hombre murciélago, pone de manifiesto una serie de cuestiones reveladoras a la hora de analizar nuestro gusto por los superhéroes.
En otro artículo publicado en Culturamas en el que me refería a los superhéroes presentaba como rasgo constitutivamente humano el verse continua y radicalmente avasallado por los problemas que nos rodean. Lo importante aquí es hacer hincapié en el “se”, en el cobrar consciencia de que en nuestro hacer nos sentimos -a la vez de nuestro ser bomberos, policías, taquilleros de cine, periodistas, etc.- a la vez, digo, nos sentimos menesterosos: a raíz del hacer surge la pregunta del “por qué”. Por qué hice esto o aquello, por qué él se comporta así, por qué no soy de otra manera, por qué Dios es tan malvado, por qué, por qué, por qué… Aquella menesterosidad viene dada, sin ahora profundizar más, por la necesidad de dar razón de nuestro comportamiento, tanto a nosotros mismos como a los demás. En este sentido, los superhéroes toman la forma de nuestros miedos, de nuestras esperanzas, de nuestras expectativas: la diferencia verdaderamente sustancial entre aquéllos y nosotros es su decisión a actuar, están decididos a formar parte de la forja de su propio destino. Fabrican su propia historia, e incluso pueden ayudar a modelar la de los demás: se toman en serio lo que son. A este respecto, Schopenhauer escribía en uno de sus diarios de juventud (1816): «una naturaleza armónica consigo misma es un hombre que no quiere ser sino como es […]. [L]a mayor contradicción consist[e] en querer ser de otro modo a como uno es».
En el artículo ya mencionado, recordaba a Aquiles y en general a la mitología griega como posible telón de fondo para reinterpretar el papel de los superhéroes en la sociedad actual. Sin embargo, quiero ahora distinguir de manera muy clara dos categorías enteramente diferentes y que suelen dar lugar a equívocos en este contexto: lo “superior” y lo “heroico”. Que un personaje de ficción -e incluso real, si traemos a la memoria a ciertos atletas o genios de la historia- sea superior en algún sentido no quiere decir que por ello haya de ser heroico. La heroicidad ha de conquistarse en múltiples y reiteradas batallas libradas no sólo contra “los malos”, sino con-tra uno mismo: el verdadero héroe saca de sí la fuerza para existir tal y como es, sin inventar artificios ni restando valor a sus obras, lo que nos recuerda al to meson de Aristóteles, al justo término medio que el estagirita establecía siempre con respecto a uno mismo en la Ética a Nicómaco (el valiente lo es en tanto que tal virtud queda establecida entre dos extremos que son representados bajo un mismo respecto, esto es, bajo la consideración de una misma persona; el valiente no lo es sino en relación proporcional a los extremos de la temeridad y la cobardía: tal relación es valedera para un solo hombre, y cada cual habrá de buscar, precisamente y para cada virtud, su justo medio).
Muchos superhéroes (Batman, Superman, Daredevil, Wolverine, Spiderman, etc.) se han convertido en verdaderas instituciones culturales. Y creo que es hora de que sus historias empiecen a tenerse en cuenta no sólo en entornos más o menos freaks o más o menos restringidos: los cómics que cuentan los avatares de estos personajes han de ser tomados en consideración por la sociología, la psicología y la filosofía. ¿Cómo seres que anteponen la necesidad ajena a la propia bajo cualquier circunstancia no han de llamar nuestra atención? A pesar de todo, ocurra lo que ocurra, los superhéroes siempre están ahí, y aunque en diversas ocasiones muchos de ellos se pregunten por qué hacen lo que hacen (puesto que el poder, como hemos dicho, no supone heroicidad), diremos que son sus acciones las que sellan definitivamente sus decisiones a la hora de responder a aquel abismático por qué: la pregunta sobre sí mismos no frena el destino al que se sienten llamados, y actuar de otra manera, entienden, sería tracionar su auténtico ser. Empero, tampoco los meros logros, las acciones aisladas de algún ser con poderes pueden ser consideradas heroicas: aquéllas deben funcionar como la efectiva materialización de alguna noble cualidad, o digamos, virtud. Así, en resumen, afirmo sin miedo que la categoría de superhéroe alude indiscutiblemente a la moralidad: es una instancia moral.
El yo del superhéroe ha dejado de servir a sus propios intereses y se decanta por aprovechar sus características sobrenaturales para ayudar a los que no son sus semejantes. Tal conflicto lo observamos muy bien en los X-Men o en Superman: ya sean mutantes o extraterrestres, tanto aquéllos como éste se sienten distintos a los demás. Desde luego que lo son, pero deciden poner al servicio de la humanidad -y no lo olvidemos, de lo que ésta tiene por justo y bueno- todos sus poderes. Su actitud se halla moralmente cargada en tanto que deciden hacer, sin más. El mundo real, el mundo fáctico, obliga a elegir -recordando a Sartre-, y el superhéroe no es menos. Si la fama y el éxito de los superhéroes sigue vigente es porque sus hazañas hablan de nuestra propia naturaleza, de lo que, sin superpoderes, nos vemos empujados a hacer: escoger entre lo que consideramos bueno y malo. Así, y termino con esto para seguir en otra ocasión, el concepto de superhéroe encierra normatividad; no sólo nos muestra el mundo tal como es, sino que a partir de sus acciones deja ver un plano muy distinto: el de lo que debería ser. Y es que no me parece en absoluto desatinada la sospecha de que en la academia de Charles Xavier estudiaran la Crítica de la razón práctica de Kant…