God save the “Queens”
Por Carmen Garrido
Una boda, dos funerales y una Dama de Hierro renuevan la moda inglesa hasta hacerla imprescindible a pie de calle.
Es más que probable que una de las muchas adolescentes que han llenado su fondo de armario este otoño-invierno con prendas pertenecientes al más estricto British style no relacionen sus adquisiciones (zapatos Oxford adecuadamente abrillantados, cárdigans de punto con coderas de piel, bufandas con el escocés tartán estampado, sombreros bombín, camisas de cuadros e incluso alguna pajarita Churchill/Wilde, aparte de las imprescindibles gafas de pasta) con la teoría del caos o del “efecto mariposa”. Aquella que sostiene que el aleteo de una mariposa en Tokio provoca un tsunami al otro lado del mundo o que el lepidóptero en cuestión puede estar en Brasil y provocar el tornado en Texas (versión de la escritora francesa Fred Vargas). De cualquier modo el que el estampado Liberty haya pasado a los vestidos, dotando a los cuerpos de un aire etéreo y naïf, y se haya apartado de las viejas paredes de una casa cualquiera de Dulwich Village, apareciendo de la mano de marcas como Kling, Uterqüe, H&M, Mango, Massimo Dutti o la siempre tradicional y devota de la nouvelle vague Cacharel, no es sino producto de esa especie de círculo sin fin que comenzó con el suicidio de la amiga, musa y mecenas de Alexander McQueen, la editorialista de moda y amante de los sombreros lady Isabella Blow. El último aleteo de Blow (descubridora, asimismo, del sombrerero Philip Treacy, con una de cuyas piezas fue enterrada) detonó en la casa McQueen, huérfana del genial diseñador desde su suicidio en febrero de 2010. A McQueen le sucedería Sarah Burton, diseñadora del traje nupcial de Catherine Middleton. Después de la aparición del perfecto vestido estilo victoriano, bordado por la Real Escuela de Costura y cuajado de encajes de Cluny, estaba claro que el referente de la moda ya no sólo realizaba el trayecto París-Nueva York sino que se entronizaba en Londres y, más en concreto, en King´s Cross, sede de la Escuela Saint Martins, donde se formaron McQueen, Burton, Stella McCartney, Paul Smith o Ashley Isham.
La diseñadora y descubridora de Alexander McQueen, Isabella Blow
Los vestidos perfectamente cortados, el retorno a los uniformes universitarios, la aparición de los complementos de aire romántico, los colores de la Union Jack presentes en todo tipo de prendas (presintiendo el uso y abuso de la bandera británica durante el 2012 con motivo del Jubileo real)y la vuelta del exilio de los elementos campestres más tradicionales reemplazan a la idea de lo inglés como una mezcla sin gracia de cortes y texturas, a la estética punk de Vivienne Westwood o a la multipresencia de Kate Moss como único icono de estilo de las Islas.
Hasta la calle bajan los clanes escoceses, cuyos cuadros (preferiblemente rojos/verdes) aparecen en las bufandas, las camisas e incluso (de un modo menos agresivo) en los pantalones masculinos. Basta con echar un vistazo a tiendas como El Ganso, espléndidas muestras de la cultura más british, que albergan en sus baúles mantas tartán; uniformes navy blue que parecen hechos a mano o el “completo conjunto Oxford”: chaqueta entallada, chaleco, pantalones de espiga, calcetines de rayas y mocasín con flequillo y borlas. Estética impensable ver hace sólo un par de años, asociada a lo demasiado preppy, snob y añejo.
Reaparecen las chaquetas de ante (cuanto más atrevido el color, tanto mejor), las gorras estilo campiña, las botas de caña alta (siempre por fuera del pantalón, obviamente) y los Barbours. Fue a principios de este decenio cuando los Barbours y su inconfundible olor a aceite de moto pasaron a la categoría de prendas olvidables. Al igual que las gabardinas estilo Burberry (la influencia de los patrones italianos acabó con ellas) o las anteriormente indispensables botas de agua (las famosas katiuskas).
En este invierno, que no es tal, las temperaturas obligan a mostrar el reverso del Burberry Prorsum; los abrigos de botonadura dorada; las casacas estilo militar; los abrigos negros ceñidos al cuerpo (perfectos para estilismos tipo Gary Oldman en El Topo, de venta en Zara Man) y los trajes Príncipe de Gales. Aquéllos que nuestros padres usaron en los 80, son el must en cualquier reunión social, acompañados por un abrigo de espiguilla y guantes de lana. Se destierra de todo el conjunto los tonos parduzcos o el negro. Cuanto más color, mejor. La influencia británica mezcla la melancolía del gris londinense con algo de la stravaganzza de los rabiosos colores latinos.
Más sutil es el mundo inglés que rodea lo femenino. Los vestidos, ya sean los mencionados Liberty o los de inspiración Dama de Hierro (también la Streep confabula a favor de Britania) dibujan las curvas con apretados cinturones, y palian el frío con gruesas medias de colores y los consabidos zapatos o botines Oxford. Rebeca de punto para rematar el conjunto y encima la imprescindible trenka.
Zapatos Oxford abotinados (encontrados en el Rastro), sombrero vintage (de una visita al Mercado de Las Pulgas), bufanda Hackett London y estola de piel de Zara.
Los cuellos se adornan con colgantes de aire becqueriano. Abundan los pájaros, mariposas, perlas, jaulas, gatos, hadas, duendes, Alicias, Wendies, muñequitas con más picaresca que la tradicional Caperucita Roja, cervatillos, relojes antiguos y toda clase de criaturas sacadas de los cuentos infantiles. En el barrio de Malasaña, la firma Lady Desidia (de venta en las tiendas vintage La Antigua y La Intrusa) ha creado todo un universo de ladies-delicatessen que aparecen en broches, camafeos, anillos y collares de primorosa factura. También de exquisita factura son los colgantes y broches de Theresa Lüe (de venta en Kchalot). De un estilo algo más minimalista, pero de igual inspiración victoriana, son los complementos que se pueden encontrar en Misako. También comienzan a llenar Madrid las cajitas de Laliblue, de venta en Soufflé, la tienda de la diseñadora y blogger Beatriz Vera, que apuesta también por los vestiditos baby doll, reminiscencias de los 50 en Londres.¨
Colgantes vintage de Theresa Lüe.
Inexcusable hablar de el bendito asalto de los sombreros. Todo el mundo habló de ellos y los diseccionó en la boda Windsor, gracias a las obras maestras (otras no tanto) de Philip Treacy o Freddi Fox y volvieron a la vida ya sea en forma de hongo a lo Sherlock Holmes, estilo fedora, borsalinos, flappers años 20 o boinas. Y, acompañando la vuelta del sombrero, las diademas y tocados. Más sencillas que las fascinators británicas con sus enormes flores, las cabezas se llenan de círculos con telas estampadas, pequeñas plumas, encajes y redecillas o tiaras ceñidas a la frente, bows recargados y encontrados en mercadillos londinenses.
A la popularidad de lo inglés hay que sumarle también un cambio en la mentalidad, que casa bastante bien con el estilo de la clase media de las Islas y que, poco a poco, se va imponiendo: el slow time of life. Magníficamente retratado en la reciente Another year de Mike Leigh, la contemplación vital se refleja en el amor por las cosas sencillas; la jardinería (hay cursos y charlas en el Real Jardín Botánico); el tea time y todo lo que acompaña a la ceremonia de las cinco, incluidos puddings, scones o cupcakes (de venta en el delicado mundo de la tienda Cream Bakery en Salamanca o la Happy Day Bakery Coffee en Malasaña); el coleccionismo de porcelana inglesa (inexcusable la visita a los salones Living in London); la vuelta al relax a través del arte culinario; las grandes series de televisión sobre historia inglesa (Downton Abbey, Los Tudor, Arriba y abajo, Orgullo y prejuicio) o lo que más ha definido las ropas de las féminas inglesas durante mucho tiempo: el handmade. Siempre será mejor lo que salga de tus manos que lo ya confeccionado. O, por lo menos, estará hecho con más amor. El “hazlo tú mismo” se convierte también en un momento de tranquilidad a compartir. Por eso, en tiendas como Teté Café Costura proporcionan materiales y cursos de todo tipo…encaje, bolillos, punto, organizando incluso “quedadas ganchilleras” donde una buena plática acompaña a la labor.
El centro de handmade Teté Café Costura, en Malasaña ( Madrid ).
Y es que no es necesario ser una exWisteria-Middleton luciendo un tocado de terciopelo de Jean Corbett y unos pendientes de amatista (regalo del príncipe Guillermo) en la misa de Navidad o una condesa de viuda de Grantham (de Downton Abbey) y rodearse de cahsmeres, perlas barrocas y Chantilly para representar la quintaesencia de los viejos valores británicos. Unos vaqueros embutidos en unas lustrosas botas de caña alta, con una camisa de lazada y una guerrera de terciopelo rojo estilo Guardia Real traen el espíritu de la Union Jack hasta pie de calle. Un uniforme que bien se podría lucir en el junio londinense cuando mil barcazas comandadas por Isabel II remonten el Támesis para celebrar su Jubileo. Seguro que Alexander McQueen extraería todo tipo de ideas del evento para plasmarlas en una soberbia colección. Por tanto, por su constante inspiración… que Dios siga salvando a las Reinas.
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