Gastronomía madrileña: un par de ideas
Estará feo que yo lo diga pero soy una cocinera estupenda. Sin embargo he de admitir que frecuentemente, y siempre coincidiendo con alguna iniciativa mía para entrenar mi habilidad entre pucheros, se producen ciertos desencuentros muy incómodos con mi pareja. -¿No notas un olorcillo como a gas? A ver si va a haber un escape, oye. Voy a echar un vistazo en la cocina… En la cocina lo único que hay es un guiso suculento y original cuyo aroma Alf tiene la desfachatez de confundir con una avería en los conductos del gas. Le invito, como es lógico, a que la próxima vez cocine él o bien su tía.
Por las circunstancias anteriormente mencionadas, y complementando éstas con el hecho de que Alf sí que cocina de pena, tenemos costumbre de salir a recorrer Madrid entre las catorce y las quince horas, día sí día no. Conozco pues al dedillo el panorama culinario que se despliega por nuestra jugosa ciudad, por lo que, generosamente, me dispongo a haceros partícipes de mis conocimientos. En cuanto pongo en antecedentes a Alf acerca del contenido sobre el que voy a escribir hoy se apresura a apoyarme, con la lealtad que le caracteriza, mediante una de sus estimulantes observaciones.
– ¿Que vas a escribir sobre…¿qué? Pues solo espero que quien lea tus apuntes gastronómicos no te haya visto nunca engullendo patatas fritas en el McDonalds o exigiendo al camarero del chino de abajo que te traiga el abanico o el calendario de regalo a los postres. Tú escribiendo sobre gastronomía, qué risa…
-Tía Felisa – contesto serenamente. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio.
Antes que nada apuntar que yo, como Lisa Simpson, tengo mis razones para decantarme por la alimentación vegetariana, de modo que mis dos referencias van a ir por esos derroteros.
Procedo sin más a facilitaros un par de propuestas. El “Artemisa” será mi primera aportación; tienen unos platos tan sofisticados que hasta a Alf, que se jacta de sibarita riguroso, le gusta frecuentarlo. Lo encontraréis por una de las calles que dan a la plaza donde está la estatua de Neptuno, muy céntrico; la última vez que fuimos yo me pedí una sopa de cebolla y Alf se zampó casi la mitad de mi plato. Con lo finolis que es y no se cortaba en meter la cuchara: ése es sin duda el mejor indicativo de que ahí cocinan bien.
Mi segunda opción también es de fácil localización (está por la calle Mayor): el “Yerbabuena”, que huele como su propio nombre indica: a hierba buena. Olor a campo y platos creativos. Y yo diría que precios algo más ajustaditos que el anterior.
Y nada más por hoy. Os dejo un latinajo que no sé quien lo diría pero me viene al pelo: «Brevis oratio et longa manducatio (que el discurso sea breve y la comida larga)».