¿DE QUÉ COLOR ESTÁS HOY?
Por Rafael Caunedo
Yo no tengo colores favoritos. Mis hijas son muy dadas a ir por la casa haciendo test, tal vez tengan futuro como encuestadoras, y hay una pregunta que nunca falla cuando se dirigen a mí: “¿De qué color estás hoy?”
El color es un estado de ánimo. Si lo analizamos, cualquier elección es un estado de ánimo, ¿o es que no nos vestimos de determinada manera en función de cómo nos sintamos? El mismo modelo nos puede quedar impecable un día y en cambio hacernos parecer un fantoche al siguiente. El espejo es un traidor; a veces hasta le insulto, sin darme cuenta que, en realidad, lo hago contra mí mismo.
Igual me pasa con los colores. Hoy, por ejemplo, me siento marrón confuso, un estado ideal para quedarse en casa y esperar que cambie el dígito del calendario. Uno no puede evitar tener altibajos, al menos yo no puedo, por lo que aliarse con un color de por vida me es imposible. No entiendo como alguien puede tener un color favorito. Mi padre, desde que le conozco (básicamente toda mi vida), adora el verde, el verde sin matices, a secas. No niego que algunas veces yo esté verde indecente, pero se me pasa y me decanto luego por el azul meditativo en un segundo. Soy así, un tipo voluble.
Elegir un color pensando a largo plazo es un error. Admiro a las personas que son capaces de pintar la casa del mismo color de como estaba. Yo juro que lo intento, pero hay algo dentro de mí que me dice que no lo haga. Además, creo que es bueno no lanzarse a aventuras cromáticas de las que pronto nos saturaremos. Claro que todo va en gustos. A mí, por ejemplo, me gustan los colores neutros ni fu ni fa, esos que te acogen como una madre al llegar a casa. Además, los colores condicionan todo, de modo que si tenemos tentación de amarillo pollo, pensarlo dos veces, o tres.
También me gusta el blanco no estoy, un color ideal para no tener niños y ser muy limpio y ordenado, por lo que lo descarto hasta más adelante. De momento me conformo con un gris todo vale.
Los días negros tricornio son mejor que los dejemos pasar por mucho que brillen como el charol; engañan, y si tomáramos
cualquier decisión en uno de ellos, podría volverse en nuestra contra. Eso sí, siempre nos quedará el negro sala de cine, que me ha servido de terapia desde niño, y del que me sirvo para auto engañarme y salir del mal trago. Es la psicología de los colores, esa que recomienda la no saturación de los tonos; o sea, nunca rodearse en exceso de colores puros, el rojo-rojo, por ejemplo, y dejarlos para sutiles pinceladas de nuestra vida, para detalles de esos que están, atraen, pero no matan.
La personalidad de cada uno se exterioriza a través de los colores, en la ropa, el coche o en casa, por eso, el día que vayamos a tomar alguna decisión importante, como la de elegir el color de las paredes, es mejor hacerlo cuando nos hayamos levantado azul dialogante y llegues a un acuerdo con tu pareja. Las soluciones consensuadas siempre “pintan” mejor.
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