Celos y poliamor
Por Israel Sánchez
Escribo porque mi pareja y yo estamos explorando el poliamor y sus implicaciones.
Hace dos meses, mi pareja se enamoró de alguien más, y me dijo que quería iniciar una relación amorosa con él. Yo accedí inicialmente sin mayores preocupaciones, pero conforme ha ido pasando el tiempo muchos temores y dilemas emocionales han ido saliendo a la luz. Me he tenido que descubrir a mí mismo como una persona dependiente, celosa y con necesidades obsesivas de control de la información respecto a lo que hace mi pareja en su nueva relación.
En lo personal, no pretendo ni quiero separarme de ella, pero temo no ser capaz de aprender a manejar estas emociones que en algún momento terminarían destruyendo lo que hemos construido juntos.
Por otro lado, me cuesta distinguir en qué punto mis emociones intentan avisarme de algo real, o si todo lo que experimento son fruto de mis propias inseguridades. Planteo esto porque a veces noto situaciones evasivas o medias verdades, por ejemplo, sugerirme ir a dormir o a ocuparme de algo. No sé si son para protegerme del malestar, o para protegerse a sí misma del reproche.
Aunque hoy me siento relativamente tranquilo, me preocupa seguir experimentando estas sensaciones de temor, rabia y/o inseguridad.
Gracias anticipadas por su respuesta.
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El poliamor es un modelo bienintencionado algo inconsistente y, por ello, voluntarista. Esto significa que para ser puesto en práctica con algún éxito necesita de un gran esfuerzo, y de obviar la grave cuestión de los celos.
Los celos son el verdadero pegamento del amor. El discurso del poliamor aligera su importancia, tratándolos como una manifestación de inseguridad que queda resuelta con práctica, paciencia y una conciencia clara de que no tienen razón de ser.
Efectivamente, si no tuvieran razón de ser, sería suficiente con un poco de espera. La experiencia vendría a confirmarnos que hemos cruzado una barrera que nunca existió. Pero la barrera es muy real, y el golpe puede ser tremendo.
Los celos son el miedo a la reducción de nuestro tesoro eróticosentiental. Tenemos una determinada posesión que se realiza fundamentalmente en la posesión genital, y nuestra posición en el mundo depende de ella hasta el punto de que ambas cosas pueden llegar a identificarse. Su reducción es nuestra reducción. Perder lo que poseemos genitalmente nos empequeñece. Si compartimos sexualmente a nuestra pareja, somos menos. Si la perdemos, no somos nada (seguimos siendo algo en la medida en que confiamos en nuestro poder de recuperar esta u otra posesión equivalente).
Desde esta perspectiva económica es fácil entender que la única manera de que el paso de la monogamia al poliamor no genere celos en un caso como el tuyo es que realices la restitución de tu valor mediante otra posesión equivalente a aquella que has perdido al tener que compartirla.
El poliamor no te hablará en estos términos (te dirá, más bien, que dejes de pensar en las personas amadas como objetos que posees, pero para que este recurso no sea una resignación hay que partir de unas condiciones previas justas e igualitarias), pero estará más o menos de acuerdo en decirte que te vendrá bien realizar tu propia apertura al poliamor mediante otras relaciones primarias, secundarias o terciarias.
Y éste es el verdadero problema. Si existe una economía sexual es porque el sexo es moneda y su disponibilidad es finita. No podemos poseer sexualmente lo que necesitamos, sino lo que logramos. Esto es lo que el poliamor no reconoce. En él se defiende la idea de que hay que superar la conciencia de “hambruna sexual”, como si la hambruna sexual sólo fuera una ficción. Hay que tener en cuenta que las comunidades poliamorosas, así como los grupos sociales proclives al poliamor, parten de una disponibilidad sexual endogámica mayor; una especie de reserva eróticosentimental para hambrientos. Los grupos sociales en los que impera la monogamia, sin embargo, están regidos por un clasismo sexual que hace arriesgado todo comercio.
Mi recomendación es que intentes recuperar el valor de tu tesoro eróticosentimental mediante otra u otras relaciones. Si llegas a la conclusión de que esto no va a serte fácil, o al menos tan fácil como le ha sido a tu pareja, entonces es el momento de “echar números” en serio.
Calcula cuánto conservas de tu pareja actual, y si te merece la pena intentar recuperar parte (yo lo desaconsejo, no sólo porque puede llevarte a una pérdida mayor, sino porque es desperdiciar con un resultado algo traumático vuestro acercamiento al poliamor). Deslígate progresivamente de la comparación con ella mediante una comparación con otros o, si puede ser, con tus propias necesidades. Aumenta tu valor potencial eróticosentimental, mediante un incremento de tu atractivo y de tus relaciones sociales presexuales.
Desde una perspectiva ética ideal el problema debería poder resolverse mediante la comunicación con tu pareja. Ella debería entender tu pérdida de valor y actuar en consecuencia (renunciando a parte del suyo o, mucho mejor, ayudándote a que tú lo incrementes). Pero date cuenta de que el de ella ahora ha crecido, y es muy posible que no esté dispuesta a reducirlo. Si queremos por el valor que obtenemos al querer, y no por el valor que adquiere el grupo social que formamos, reducir nuestro valor es equivalente a abandonar a nuestro amor cuando aún lo queremos, es decir, un acto contra toda lógica y economía emocionales.
Los poliamorosos utilizan dos técnicas que sirven para controlar que las fluctuaciones de valor no resulten traumáticas (aunque ellos simplemente hablen de aprendizaje adaptado a cada persona). La primera es la apertura simétrica: ambos individuos aumentan o desplazan su valor de manera más o menos pareja, de modo que ninguno pasa por una situación de marcada inferioridad. El segundo es el control relativo sobre la identidad de las segundas o terceras parejas, con el fin de no caer en manos de personas externas que dilapiden el valor: si tú te entregas a alguien que te “roba” el valor mediante una posesión rapaz, ya sea intentando enamorarte o usándote sexualmente a través de un engaño, yo pierdo tesoro en tu devaluación, y siento celos (¿de quién? En esas situaciones es difícil decirlo).
Si rebautizas a los celos como “indignación” es posible que te resulte más fácil entenderlos y manejarlos. Comprenderás que tienes derecho a reivindicar lo tuyo a la vez que descubres que, de entre todo lo que necesitas, nada es una “posesión”.
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