Una santa o una reina cruel, Isabel I de Castilla

Por Sandra Ferrer

perfil1Hace unos años organicé una ruta por las bellas tierras castellanas en busca de los escenarios de la vida de dos de las reinas que más me han apasionado y me siguen apasionando, Isabel de Castilla y su hija Juana. Uno de los destinos obligados y por el que los circuitos organizados no acostumbran a pasar era un pequeño pueblo llamado Madrigal de las Altas Torres. Nombre elegante, imponente, para un pequeño pero bellísimo pueblo alejado de las grandes carreteras. ¿Por qué quise ir allí? Porque hace más de 500 años, nacía allí una infanta a la que nadie prestó atención y que el destino decidió que sería una de las mujeres más determinantes de nuestra historia.

El 22 de abril de 1451 nacía en el Palacio de Juan II, Isabel, la primera hija del rey de Castilla y su segunda esposa Isabel de Portugal. Siendo mujer y teniendo un hermano mayor, fruto del primer matrimonio de su padre, nadie pensó que aquella niña fuera relevante para la corona castellana. Tanto fue el desinterés que incluso hubo dudas sobre el registro de la fecha exacta de su nacimiento. Vamos, que no fue un acontecimiento ampliamente celebrado. Simplemente, pasó desapercibida.

Pero aquella niña, criada a la sombra de la dinastía de los Trastámara, que creció junto a su hermano pequeño Alfonso y a su madre, quien pronto mostró preocupantes signos de locura, llegó al trono de Castilla, unió su reino con Aragón, conquistó Granada y costeó el descubrimiento de un nuevo continente, mientras fomentaba la cultura humanística y renacentista.

Pero el gobierno de su reino no fueron sólo luces. También hubo sombras que se alargaron hasta el momento presente en el que aún se generan debates sobre su posible santidad o crueldad. La expulsión de los judíos, la instauración de la Inquisición o el trato más que dudoso a los nativos americanos fueron razón suficiente para sus detractores, contemporáneos de la reina católica y lejanos a su tiempo.

 

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Isabel de Castilla gobernó con mano dura. Esto creo que es evidente. Tenía claros sus objetivos. Años de reclusión junto a su madre demente y a su hermano pequeño, observando en la lejanía cómo Castilla se hundía en su propia desgracia de la mano de su hermano el rey Enrique, podrían haberle hecho ver claro cuál iba  a ser su papel. A esto se le añade una profunda religiosidad que no hemos de arrancar de su contexto histórico, ni para condenarla ni para defenderla, simplemente para entenderla.

Su reinado no pasó sin pena ni gloria, más bien todo lo contrario. Los treinta años en los que Isabel gobernó sentaron las bases de la España moderna e iniciaron un ciclo histórico en el que los horizontes geográficos, los imperios y la visión del mundo ya nunca volvió a ser la misma.

Hoy en día ya no existe el palacio de Juan II en Madrigal, es un adusto convento. Junto a sus muros, una estatua imponente recuerda que allí, en aquel lugar de Castilla, nació una de las reinas más famosas, controvertidas y estudiadas de la historia de España.

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